La llama

La llama

Ayer fue Domingo de Gloria, Pascua de Resurrección, y tal vez por eso, hoy que es el Lunes de Pascua, cuando comeremos la mona en familia tras la Pascua florida, como cada año, me he acordado de algunos de mis muertos, que empiezan a caminar conmigo, como en la canción de David Bowie – Where are we now?– que también ahora forma parte de mis necrológicas particulares…

Se han cumplido dos años hace pocos días de la desaparición repentina de Carme Chacón, por ejemplo. Y ya hace dos años largos, en otoño serán tres, que falleció Leonard Cohen. Así que hoy, como si fuera una ofrenda o un presente, una mona de Pascua, me permito pagar una deuda ya vieja y sugerirles que compren y lean La llama, el libro póstumo de Leonard Cohen, que Salamandra publicó a finales del año pasado y que recopila, con la ayuda de su hijo Adam, los poemas, es decir, las letras del canadiense, que son las canciones de sus últimos tres –casi cuatro– discos más algunos añadidos: correos electrónicos, anotaciones variadas, dibujos, autorretratos y, por supuesto, su discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias dicho en el 2011 y que es imposible escuchar sin emocionarse… Es un libro apropiado para regalar mañana, también.

Y ahora que hemos visto caer las torres gemelas en Manhattan y arder Notre Dame en París, probablemente es el momento para volver a escuchar la voz rota y grave del viejo bardo y leer sus poemas, ya que al fin y al cabo siempre se quiso poeta. La religión, la fe, el cuerpo como templo sagrado, la revelación, la mujer como milagro, como tabernáculo, como protagonista del amor, aunque por qué no del odio. También la melancolía, claro, y el abandono y la traición, con sus gotas de celos y una música recurrente. Música sobre la música. Canciones que hablan de canciones. La traducción de Alberto Manzano hace justicia a un poeta cerebral de lo sentimental, buen conocedor de la poesía española y del quejío flamenco, admirador confeso de Federico García Lorca.

Existe una corriente de digamos pensamiento crítico que critica a Cohen por misógino: demasiados amores, demasiadas mujeres, poco compromiso. La vieja moral, que vuelve por la izquierda y prefiere no leer la complejidad, esas canciones, esos poemas que son como salmos, salmodias de un cantante que irritaba o fascinaba. Su ascetismo concupiscente puede ser cuestionado, pero alguien que ha sido vaso canopo del amor y sus misterios debería estar, cómo no, en un altar, porque ejerció de monje budista en vida, sí, pero fue también nuestro sacerdote, el que supo transformar las palabras en carne y viceversa. El judío de Montreal que también era sigue vivo y presente en su música, obviamente. Pero no está de más el homenaje simple de leer su obsesivo pulido y cepillado de unos versos que lo convierten en eso mismo, el poeta que siempre quiso ser, la llama que, incluso apagada, vive entre nuestras cenizas. La luz que entra por la grieta. Porque hay una grieta en todas las cosas. Y es a través de ella que entra la luz.

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