‘Nación salvaje’: El hacker que desata la locura de todo el pueblo de Salem
Festival de Sitges
Sam Levinson entusiasma con una feroz y sanguinaria crítica a la falsa moral americana
Con tantos mensajes, imágenes y demás datos que manejamos cada día en nuestros dispositivos móviles, seguro que a veces escondemos entre tanta información algún secreto que no querríamos que nadie descubriera. Pero, ¿qué pasaría si a alguien le diera por airear públicamente los trapos sucios de la gente y crear así una sensación de caos colectiva? Con esta premisa parte la interesante y alocada Nación salvaje , cuya proyección en el festival de Sitges, donde compite en la sección oficial, ha desencadenado los acalorados aplausos del público.
El segundo trabajo tras la cámara de Sam Levinson, hijo del veterano cineasta Barry Levinson (Good morning, Vietnam,Rain Man), es una comedia negra adolescente que critica, a base de derramar mucha sangre, la doble moral americana. Con la ayuda de internet y el auge de las redes sociales, el director se dedica a destapar a bocajarro la verdadera identidad de aquellas personas que ocupan altos cargos o simplemente gozan de la autoridad para imponer su ley y que se esconden tras una máscara de aparente normalidad, gobernantes y policías incluidos.
Nación salvaje cuenta una historia de “terror real” bajo la presencia constante de la bandera estadounidense, tal y como avanza la protagonista en las primeras escenas de la película. También nos advierte de que todo lo que veremos a continuación será un desfile de sexo, violaciones, drogas y muerte, pero la verdad es que el contenido deviene luego mucho más ligero de lo que podría parecer. Ambientada en Salem (Massachusetts), un lugar rodeado de misterio y conocido por ser la ‘ciudad de las brujas’ a raíz de los célebres juicios realizados a finales del siglo XVII, el director nos presenta a Lily (Odessa Young) y a sus tres inseparables amigas, entre ellas una chica transexual. Las cuatro estudiantes pasan la mayor parte del día hablando de sus experiencias sexuales y colgadas del móvil, donde dejan sus huellas digitales, como todo el mundo. También disfrutan bailando y exhibiéndose en ropa ajustada.
La apacible existencia de los vecinos de Salem se ve alterada cuando un hacker empieza a difundir imágenes del alcalde vestido en lencería y luciendo poses que irritan a la sociedad. Es la primera alarma que pone a todos en aviso. El segundo será el director del instituto y luego ya será toda una cadena de víctimas que quedarán expuestas a través de mensajes o fotos comprometidas.
Levinson da una vuelta de tuerca a la caza de brujas en la era de Instagram
A partir de entonces, el filme hace honor a su explícito título y sirve en bandeja situaciones de lo más rocambolescas en las que reina el caos y la sinrazón de una jauría de personajes obstinados en barrer lo que consideran actos depravados. En esa carrera frenética para dar comienzo una ansiada purga, Lily se convierte en la cabeza de turco al descubrirse su affaire con un hombre casado. Todos creen que deberá pagar su error con la muerte. Con todas las miserias aireadas, el pueblo pasará a ser un campo de batalla infernal encabezado por hombres sin luces sedientos de venganza.
Levinson da una vuelta de tuerca a la caza de brujas en la era de Instagram y se sirve de la fiel amistad entre las cuatro jóvenes para enarbolar un empoderamiento feminista muy particular y a prueba de bombas (nada que ver con las traiciones de la Suspiria de Guadagnino). Para ello las viste con llamativas gabardinas rojas y las equipa con todo tipo de armas al estilo de ‘Los mercenarios’ con el objetivo de poner fin a la misoginia imperante.
La película jamás pierde el ritmo y el autor nos somete a un bombardeo de imágenes que no dan tregua, consiguiendo un espectáculo brutal que se mira con diversión. Lo que ocurre es que la propuesta se pierde luego en un “ojo por ojo” a mayor gloria de sus actrices principales, dibujando el tema del acoso, la privacidad y la rápida popularidad a base de ‘likes’ con breves pinceladas superficiales que el público se toma a risa. Eso sí, el director deja claro que el peligro no está en las redes sociales, sino en el uso que hacemos de ellas.