Un cumpleaños con Dario Fo
Entrevista con el Nobel (1926-2016)
El premio Nobel italiano, fallecido hoy, celebró su 80 cumpleaños en Roma, junto a un periodista de ‘La Vanguardia’. Este texto, de marzo del 2006, recoge ese encuentro
No sabemos muy bien cómo ha sucedido, pero son las dos de la madrugada y estamos en Roma, sentados en el suelo en un aula de la universidad La Sapienza, cantando “Bella Ciao”, “Bandiera Rossa” y otros temas parecidos. La cosa no revestiría, en principio, mayor interés de no ser por el personaje que, delante nuestro, sonríe y ataca la estrofa “Avanti popolo, alla riscossa / Bandiera rossa trionferà”, con un entusiasmo contagioso. Se trata del mayor showman jamás galardonado con el premio Nobel de literatura, Dario Fo, que celebra su 80º cumpleaños con un grupo de amigos venidos de todos los rincones de Italia. Incluso Kim Manresa, el fotógrafo, parece emocionarse (“es que hacía mucho tiempo que no veía algo así”). A nuestro alrededor, un coro infinito de jóvenes estudiantes hace resonar el “Bella ciao, ciao, ciao” por las paredes de esta aula convertida, por ensalmo, en una especie de catacumba teatral revolucionaria.
“Eso es lo que siempre he hecho –comenta, alegre, Fo-. Traer el teatro a lugares donde se supone que no debería estar: de estudiante, hice muchas funciones en el tren que me llevaba de casa a la escuela y viceversa, después representé mis obras en fábricas ocupadas, mercados, cárceles, plazas, escuelas… cualquier lugar es bueno, porque el teatro es un arte popular. Hay salas donde se representan mis obras que tienen unos precios muy caros. La gente que viene a verme a esos sitios no es mi gente”.
Su esposa, Franca Rame –fallecida en el 2013– le jalea desde los bancos del público. El premio Nobel a Fo en 1997 fue también a la pareja que forma con la mítica actriz italiana, recién elegida senadora por el partido del juez Di Pietro, responsable de la operación Manos Limpias. Ambos parecen, en ocasiones, un solo autor de dos cabezas: tienen su propia compañía y escriben e interpretan juntos. Un dúo al que se suma a veces su hijo Jacopo. Fo reconoce, por ejemplo, que “ahora he acabado una obra sobre el Evangelio y las mujeres que empezó a escribir mi hijo. Es un poco como el libro ‘Tengamos el sexo en paz’, una historia familiar, porque lo escribió Franca, luego Jacopo añadió cosas y al final he trabajado en ello yo también”. Fo es el dramaturgo vivo más representado del mundo pero es esta obra sobre el sexo cotidiano, escrita sobre todo por su mujer, la que ostenta el récord de funciones actuales. “En casa, yo siempre se lo digo, para que no se le suban los humos: tú tendrás el Nobel pero la obra que más se representa es la mía”, apunta Rame.
El día antes, el de nuestra llegada a Roma, fue más convencional, pensamos mientras Fo baila con unos estudiantes disfrazados de los personajes de la commedia dell’arte. Entonces nos tomamos un chocolate a la taza con Dario y Franca, en una terraza junto al teatro Vittoria. Para romper el hielo, Fo recitó un texto que mezclaba decenas de lenguas y dialectos y que, milagrosamente, se entendía. “Ja, ja –reía el Nobel-, así lo hacían los cómicos antiguos. En cada región se hablaba un dialecto diferente y ellos debían asegurarse ser comprendidos en todas, y lo conseguían mediante la mímica y repitiendo las palabras clave en varios idiomas. Yo utilizo en mis obras casi todos los dialectos italianos: napolitano, calabrés, milanés, veneciano, lombardo…”. Fo, hijo de ferroviario, vivió de niño en diversos lugares de Italia, “e iba en tren a todos sitios, porque tenía los billetes gratis, y así conocí mucha gente interesante, siempre en tránsito. Ya lo decía el psicólogo Bettelheim a sus pacientes: ‘Cuénteme usted sus primeros siete años de vida, allí está todo… el resto se lo puede quedar’”.
Dario Fo se vistió, un día, el mono de trabajador de la literatura y decidió desmontar pieza a pieza la tradición, y hacernos ver que los textos clásicos no eran aquello que creíamos. Ya se trate de los evangelios, de los misterios medievales, de los mitos griegos o de los cuadros del Renacimiento. Con todos ha hecho lo mismo: leerse o mirar los originales y demostrar que existe otra interpretación que la que nos ha llegado, “vinculada al discurso del poder”. Para Fo, “no hay una cultura alta y una cultura baja, como nos hacen creer en la escuela, hay la misma dignidad en todas las culturas, basta con conocer sus claves para darse cuenta”.
-Usted, que ha escrito tanto sobre la Biblia, ¿por qué se lleva tan mal con el Vaticano?
-No soy nada anticlerical. La religiosidad forma parte de mi cultura, he crecido con ella, y no sólo respeto la fe sino que siento una auténtica pasión por las iglesias. Pero hubo un momento en el que me di cuenta de que los curas me estaban contando fábulas… Tenía 25 años y descubrí que el original del Evangelio era en griego, y que lo que nos ha llegado es una versión de una versión de una versión… Hay errores garrafales. Yo descubrí que existía una cadena de transmisión oral de los evangelios mucho más fiel a los originales que la versión escrita que maneja la Iglesia, con toda esa ideología conservadora que le añadieron. Por otra parte, el Evangelio fue escrito por emigrados a Grecia, personas que no habían nacido en Palestina sino en el mundo griego, e introdujeron costumbres y usos propios de su entorno. ¿Quiere ejemplos? Cuando Cristo dice: “Bebed de mi sangre”, eso no puede ser correcto porque para un judío beber la sangre es algo aberrante, como para los musulmanes. Otro ejemplo es cuando un apóstol pregunta si tienen que pagar las tasas a los romanos, Cristo le pide a Pedro que mire una moneda para ver qué aparece en ella y Pedro contesta: “Es la cara de César”, y entonces Cristo pronuncia la famosa frase: “Dadle al César lo que es del César…”. Eso es imposible, es falso, porque ¡las monedas de los judíos no tenían ninguna cara impresa! ¡Repudiaban la reproducción de figuras humanas! Y así podríamos seguir…
Antes del acto en la universidad, habíamos cenado con Fo, Rame y sus viejos amigos, entre ellos Giovanna Marini, la gran dama de la canción popular napolitana. Con ellos aprendimos letras como “La bella lava al fosso”, en dialecto lombardo-véneto, de notable trasfondo erótico, y otros temas que los obreros cantaban en las fábricas en los años 60 y 70. Tras los postres, los estudiantes de La Sapienza representan una divertida obra de enredos amorosos, y después arranca el espectáculo de canciones, en una sencilla sala, abarrotada de un público joven que, puesto en pie, ovaciona a Fo.
El escritor interrumpe a menudo a los cantantes para explicar qué hay detrás de cada tema, y lo cuenta, además, con muecas, onomatopeyas, inflexiones de voz, saltitos y gesticulaciones que se meten al auditorio en el bolsillo. Es una especie de jam-session en la que su mujer, Franca, le va gritando cosas y el público acaba haciendo lo mismo, dándole pie a ingeniosas réplicas. “Hubo una época –recordará más tarde- en que era el público quien directamente me dictaba los temas de mis obras, al acabar la función organizaba una asamblea y les preguntaba de qué querían que hablara. Así nació, por ejemplo, ‘¡Aquí no paga nadie!’, sobre unas mujeres que deciden saquear los supermercados al no poder comprar sus productos”.
En un determinado momento, habla de una canción campesina: “Esta hay que cantarla así, con este movimiento del cuerpo, como si segaran la hierba. Es una armonía gestual que reduce el esfuerzo, y el ritmo musical también es ideal para cortar hierba. ¿Se dan cuenta? El sentido de la armonía, del ritmo, era propio del pueblo, y no de la aristocracia, como se ha enseñado siempre”.
Roma celebraba, en los días que duró nuestro encuentro, diversos homenajes a la pareja formada por Dario Fo y Franca Rame, que llevan cincuenta años trabajando juntos. Fo recuerda, en la puerta de su casa, junto al Panteón, que “comencé esto como un juego, vengo de una región donde la fabulación está al orden del día, donde los chavales empiezan ya muy temprano a buscar situaciones grotescas para transformarlas en caricatura o sátira. Yo hice arquitectura y trabajé en ello, pero un día descubrí que mi estudio conseguía los encargos gracias a los sobornos y comisiones a la administración y los partidos políticos. Me chocó tanto que sufrí una depresión. Fui a un médico, un buen amigo, que me dijo: ‘Haz alguna cosa que te guste, algo en lo que siempre hayas soñado’. Y fue así como el teatro me salvó de acabar en un manicomio. Tenía ya 24 años y empecé una nueva vida”.
Aunque Fo vive en Milán, acude cada vez más a Roma, para estar con su esposa senadora. “No quiero que suene a lamento porque yo he nacido en Milán, si no físicamente, sí como actor, director y escritor, y le debo mucho. Pero allí Franca y yo no existimos. Recogemos muestras de afecto por toda Italia: Calabria, Sicilia, Nápoles, Roma, Florencia… Nunca Milán, que fue la vanguardia europea tras la segunda Guerra Mundial, con importantísimos autores, artistas, pintores, directores de teatro o de cine… Todo eso ha desaparecido, por voluntad propia de la ciudad, que sólo conserva ya la mitad de los teatros que existían entonces. En Roma, en cambio, en el mismo lapso de tiempo, el número de teatros se ha duplicado, y hay muchas más exposiciones, manifestaciones, ideas…”.
El gran acto de homenaje que la capital dedica a Fo, en el aula magna de la misma Universidad de La Sapienza, finaliza con un gran castillo de fuegos artificiales y convoca a una selección de la intelectualidad progresista italiana (como la cineasta Sabina Guzzanti, directora de “Viva Zapatero”). En un momento de los fastos, le regalan a Fo una máscara antigua y éste comenta, desde el patio de butacas, que “es un regalo muy peligroso. Una vez, conocí a un gran actor de este país que solía hacer de Arlequín y que, al final, no sabía representar nada si no se colocaba la máscara. E incluso la llevaba puesta fuera del escenario. Finalmente, consiguió darse cuenta de que lo importante es hacer las cosas sin ella. El peligro que nos acecha, a los actores, es ese: no ser nadie sin la máscara”.
Más tarde, Fo salta al escenario, fuera de guión, para representar, en una especie de “sketch” medieval, basado en textos de época, el papel de un recién casado que busca por los campos y la casa de su suegra la “papaia tópola” de su esposa. El público no tarda en comprender que, con esa insólita expresión, el bufón se está refiriendo a los genitales femeninos. ¿Por qué no los llama por su nombre?, le preguntaremos al día siguiente, paseando por las ruinas del centro de Roma. “Uso términos de dialectos antiguos porque me permiten evitar lo vulgar. Por ejemplo, nada me horroriza más que este gesto”, dice mientras mueve los brazos simbolizando el acto sexual, “que tanto se ve en televisión. Un encuentro amoroso o ciertas partes del cuerpo son cosas importantes, dignas. Ahí prefiero utilizar juegos de palabras, la fantasía, la transposición. Lo contrario -excúseme el término- es una mierda. No hace falta bajar el nivel para que se pueda reír hasta el último imbécil que haya en la platea. Utilizar el término sexual explícito es una banalidad, una falta de sutileza y de fuerza expresiva. Es mejor reinventar la manera de llamarlo y darle a la escena un aire metafísico donde todo sea sorpresa y elegancia. Los ‘fabliaux’ medievales, la mayoría cómicos, hablaban de sexo en positivo, de amor, no tenían esa idea de sexo animal, vulgar y rebajante con que se leen hoy. Entiéndame, no se trata de puritanismo, tengo el récord de haber sido censurado en 41 ocasiones y detenido otras muchas”.
Tras detenernos un instante en el Panteón, llegamos a las puertas del Senado, donde Franca Rame debe iniciar su jornada laboral. Fo tiene claro que la prioridad política en Italia es demoler los restos del berlusconismo: “Berlusconi llegó a declarar que se quería retirar a vivir en una isla lejana y exótica… Mi intención es ayudarle. Rezo mucho para que lo haga. Sin embargo, se ha quedado en Italia y, en vez de calmarse, parece poseído, tiene miedo a que se modifiquen las leyes que garantizan su casi monopolio en los medios de comunicación y presiona enormemente para conservar su statu quo… El Gobierno debería ser contundente: cancelar esas leyes y no darle más opción que la de irse del país para no volver nunca”.
Fo besa a su mujer y se despide. Decidimos entrar con Rame a su despacho, donde nos cuenta que llegó a ser cargo electo “sin ningún tipo de campaña electoral, ningún cartel con mi foto, ningún acto ni aparición televisiva”. Pero “los primeros meses han sido horribles: la gente va a la suya, votan lo que les dice su jefe de filas: ‘rojo’, ‘verde’… Nadie te escucha, no hay debate… Y nuestro sueldo es escandaloso, muy superior al de los políticos españoles: cada mes yo recibo 15.000 o 16.000 euros…”.
Fo y Rame siempre sonríen, y están dispuestos a la broma y la autocrítica. Sin embargo, entre ellos, hay un tema tabú. Nos lo cuenta Rame en su despacho: “En 1973, fui secuestrada y violada por varios hombres. Se trató de una intimidación política. Ya tenía 41 años, y en esa época me dedicaba a visitar cárceles e intentar liberar a detenidos políticos, a ocupantes de fábricas, a luchadores antifascistas… Lo recuerdo como si fuera ayer. Sentí una pistola o un dedo en la espalda, y me metieron en una furgoneta. Eran cuatro secuestradores. Lo que me hicieron aquellas fábricas de esperma, durante horas, uno tras otro, fue tan horrible que tardé muchísimo tiempo en poderlo explicar. Al volver a casa sólo tuve fuerzas para decirle a Dario y a la policía que me habían pegado. Para poder sacar todo eso afuera, tuve que escribir un monólogo de teatro, ‘La violación’, y hacérselo decir a mi personaje. Cuando la obra se representó en Barcelona, un espectador tuvo un ataque de epilepsia. Dario se enteró de todo años después de que sucediera y ni siquiera ha podido ver esa obra. Lo más grave es que se ha descubierto que mi teléfono estuvo pinchado, y que nadie ha pagado por ello… ni pagará, los hechos han prescrito. Mi secuestro fue ordenado por los “carabinieri”, por la policía, y hay testimonios de que en algunos cuarteles se brindó con champagne por mi violación. No hablo nunca de esto, me cuesta…”.
A pesar de la emoción con que Franca evoca aquel trágico suceso, no hay odio en sus palabras, tampoco en las de Dario cuando, a pocos metros del Senado, en el Teatro Argentina, una joya del siglo XVIII, pide a un nutrido grupo de jóvenes reunidos para escucharle que se comprometan en una defensa radical del medio ambiente y, acto seguido, desgrana una batería de medidas concretas para salvar el ecosistema que no se ponen en práctica por presiones del poder económico. La ecología es hoy uno de los muchos trenes a los que el Nobel italiano anda subido. “¿Ha visto? ¡Un teatro lleno de jóvenes! ¡Y para hablar de política!”, nos comenta feliz, al final de su “función”, que ha mezclado compromiso y risas. “La sátira es el arma más eficaz contra el poder, eso ya lo sabían los bufones y por eso los quemaban. El poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”. Fo nos abraza y desaparece por una callejuela. Vemos confundirse su abrigo, su bufanda y su gorra con las de la multitud. Morirá, seguro, con las botas puestas. Aplausos.