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‘Grasofobia’, o el error de pensar que todas las grasas son malas

Materia Prima

Las grasas proveen de energía y son esenciales para el funcionamiento del organismo

Hay quien siente que engorda con sólo ver la grasa de una loncha de jamón o una rebanada de pan con a aceite. Es posible que se trate de alguien con grasofobia y que la evite de todas todas convencido de que es lo peor para su salud o de que tomando alimentos que la contienen le va a ser imposible quitarse ni medio gramo de encima. Ambas cosas son erróneas.

De entrada, porque no toda la grasa es lo perjudicial que marcan los estereotipos; al contrario, es absolutamente indispensable para el correcto funcionamiento de nuestro organismo.

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La palabra ‘grasofobia’ también tiene una segunda acepción, que es la aversión hacia las personas obesas. Ambos significados tienen algo en común que está relacionado con la idea, que se ha impuesto en la cultura occidental, de que la belleza sólo se encuentra en los cuerpos esbeltos y delgados.

Toda esa obsesión por alejarse cuanto más mejor de todo tipo de grasas proviene de los años 60 y en buena medida la causa son las investigaciones del doctor estadounidense Ancel Keys, que determinaron la relación entre el colesterol y las dolencias cardíacas. Keys es más popularmente conocido como padre de la famosa “dieta mediterránea”, que tras estudiar las formas de alimentación de diversos lugares del mundo creyó que era la más sana y adecuada.

No toda la grasa es lo perjudicial que marcan los estereotipos

La obsesión por la delgadez en su aspecto más estético había comenzado antes, hacia principios del siglo XX, como contraste con los tiempos anteriores en que la falta de grasa se asociaba, y con razón, a la pobreza, mientras los ricos demostraban que lo eran con cuerpos bien robustos y carnosos.

¿Peor el azúcar que las grasas?

Ahora se sabe mucho más sobre los efectos de lo que comemos sobre nuestra salud y la ciencia ha elaborado nuevas teorías que ponen en duda algunas de las conclusiones a las que llegó el doctor Keys. Por ejemplo, que el azúcar puede ser mucho más dañino para el organismo que las grasas y que no todas las grasas son lo mismo, entre otras.

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Hay quien achaca la gran promoción que se hizo de sus ideas a la potente industria azucarera de su país, poco interesada en dar luz a los aspectos perjudiciales que tiene ese edulcorante, muy presente en la alimentación mundial.

Aunque la industria de la dieta (barritas energéticas, pastillas adelgazantes, productos light, etcétera) tampoco se queda atrás y en 2017, que son las últimas cifras que se tiene, en Estados Unidos generó un 60.000 millones de euros.

El azúcar puede ser mucho más dañino para el organismo que las grasas y no todas las grasas son lo mismo

Cierto que la obesidad provoca muchos problemas de salud, pero a nadie se le escapa que esa misma aversión a engordar es en parte causante de desórdenes alimentarios que afectan a más de 70 millones de personas de todo el mundo, como la anorexia y la bulimia.

Cuando continuamente nos bombardean con imágenes que representan un c uerpo idealizado, no es extraño que tengamos la sensación de que el nuestro no cumple con esos parámetros.

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Los imprescindibles omega

Estas actitudes negativas respecto al propio cuerpo conducen a la frustración, lo que deriva en actitudes negativas como el odio hacia uno mismo y la autocompasión. Pero lo cierto es que los ácidos grasos son esenciales para el buen funcionamiento del organismo, y especialmente del cerebro, porque son los que más combustible nos proporcionan.

La grasa y el azúcar son los principales proveedores de energía del organismo. La diferencia es que la primera tiene un ciclo más lento, mientras la segunda se asimila mucho más rápido y proporciona energía casi instantánea, y que tiene el efecto de animar, activar y calmar la ansiedad.

La grasa y el azúcar son los principales proveedores de energía del organismo

La grasa, en cambio, es mucho más saciante y si prescindimos de ella acabaremos comiendo más de lo aconsejable, sobre todo azúcares, hidratos de carbono refinados o grasas saturadas, mucho más perjudiciales. Lo que realmente necesita el organismo para funcionar bien son las grasas esenciales, aquellas que el cuerpo no sintetiza por sí mismo y hay que obtener de la comida. Entre ellas están los famosas omega 3 y 6, fundamentales para el crecimiento del cerebro y también para alimentar las membranas que rodean las células.

Grasas que adelgazan

Los hidratos de carbono y los azúcares aportan más calorías, pero éstas no contribuyen a la formación de la estructura celular, cosa que sí hacen las procedentes de las grasas esenciales. Algo que necesitan órganos como el hígado, el corazón, los riñones, el cerebro … y todas las células, cuyas membranas contienen un 50% de grasas. Estas son responsables de propiciar sus funciones vitales y contribuyen a mantenerlas y rejuvenecerlas.

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Se equivocan los grasófobos si creen que sólo podrán adelgazar sustituyendo cualquier tipo de grasa por verduras y fibra. Lo que ocurre al hacerlo es que, a falta de lípidos, la energía se acaba buscando y encontrando en otros tejidos, como el muscular o incluso óseo, lo que los debilita y es un riesgo para la salud.

Sus defensores afirman que las grasas esenciales ayudan a perder peso. Una de las razones es que mejoran la resistencia a la insulina, la única hormona del cuerpo que sintetiza la grasa.

Se equivocan los grasófobos si creen que sólo podrán adelgazar sustituyendo cualquier tipo de grasa por verduras y fibra

Por ese motivo, la mayoría de quienes sufren sobrepeso y obesidad tienen elevados niveles de insulina, porque la estimulan al ingerir azúcares, harinas y almidones.

Al aumentar su producción se sintetiza más grasa de la necesaria, lo que provoca que los receptores que deberían responder a la insulina no lo hagan correctamente y provoquen una cierta adicción y la necesidad de cantidades cada vez mayores para cumplir su función.

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Si se sustituye buena parte de los hidratos que consumimos por grasas como el omega 3 y el 6, se consigue un mayor equilibrio en la producción de insulina, lo que tiene como consecuencia una menor síntesis de la grasa y un adelgazamiento por pérdida de ésta y no de tejido muscular.