Los microplásticos presentes en las gambas rojas del mediterráneo no suponen una amenaza para la salud del crustáceo ni para el consumo humano, según defiende un nuevo estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), publicado en la revista Environmental Pollution.
La investigación ha analizado si los microplásticos que contaminan el Mediterráneo llegan también al interior de la gamba roja (Aristeus antennatus), y qué efectos ocasionan sobre su salud y el consumo humano. Para ello, se han recogido muestras en tres zonas pesqueras frente a las costas catalanas de Girona, Barcelona y Delta del Ebro, en Tarragona, durante 2017 y 2018. En un muestreo concreto, las gambas de la zona ante la capital catalana presentaron hasta 30 veces más fibras sintéticas comparadas con algunas de las otras zonas estudiadas.
Los resultados indican que 3 de cada 4 gambas analizadas contienen fibras antropogénicas en su tracto digestivo y, de estas, casi la mitad las tienen enrolladas formando ovillos dentro de su estómago. No obstante, la observación ha determinado que, pese al aumento de estos productos en el organismo, no altera su condición corporal, como tampoco en la cutícula o el epitelio digestivo que están en contacto con las fibras artificiales.
Probablemente las gambas se deshacen de todas las fibras ingeridas y acumuladas gracias a la muda del exoesqueleto que tiene lugar cada cierto período de tiempo"
En cuanto a los efectos de estas fibras sobre la salud de las gambas, la investigación muestra que incluso aquellas con ovillos de dimensiones considerables no tienen ninguna alteración en sus órganos, ni siquiera en los que están en contacto directo con las fibras artificiales.
"Probablemente las gambas se deshacen de todas las fibras ingeridas y acumuladas gracias a la muda del exoesqueleto que tiene lugar cada cierto período de tiempo", ha detallado la profesora Biología Animal, Vegetal y Ecología de la UAB Ester Carreras.
En cuanto a los efectos en la salud humana, la experta considera que "el consumo de gambas no es ni mucho menos un agente contaminante preocupante, porque la ingestión de microplásticos a través de las gambas es mínima en comparación con la cantidad de fibras que pueden llegarnos por otras vías, como por los envases plásticos o por la contaminación ambiental, por las fibras sintéticas que se desprenden de la ropa o las que están en el polvo y que inevitablemente también pueden acabar en nuestro plato".
En un estudio en el Reino Unido, se estimó que una persona podía ingerir entre 14.000 y 68.000 partículas de microplásticos provenientes del polvo y el aire cada año, un número muy superior a las 22 partículas de media identificadas en las gambas, más aún si se tiene en cuenta que más del 90 % de las fibras están en el estómago del animal, una parte que no se ingiere si no se come la "cabeza" de la gamba.