Cuando las sentencias son sopas de letras

En su tinta

“Artrodesis de L4 a S1 y compromisos de agujeros de conjunción en L5-S1, pero sin verlo claro”

El capítulo anterior de la serie: Gin-tonics y paellas, la secreta vida gastronómica del Infierno

Ampliar Mujer de un submarinista, lindante con una provincia de Castilla

Cuatro letras: mujer de un submarinista, lindante con una provincia castellana 

Propias

A los estudiantes de Derecho británicos se les cuenta una anécdota. Un caballero inglés le preguntó en cierta ocasión a un magistrado por qué la judicatura de su país seguía utilizando pelucas empolvadas. Y el interpelado contestó: “¿Y si no las usáramos, señor, cómo nos distinguirían los ciudadanos de los delincuentes a los que juzgamos”. Los jueces españoles no usan peluca, pero tienen otro rasgo distintivo: el criptolenguaje.

Don Adolfo Fernández Oubiña (1933-2014) fue un magistrado muy singular de Barcelona. Como buen gallego, era socarrón. De aspecto intimidador (aunque no era tan fiero el león como lo pintan), su voz atronaba en la sala, a pesar de que intentara suavizarla, cosa que no siempre lograba. Los micrófonos le jugaron malas pasadas. “Anda, el Maradona”, dijo una vez al ver entrar a un testigo bajito, de pelo rizado y con chándal.

Don Adolfo, en su despacho

Don Adolfo, en su despacho 

Xavier Gòmez

Pero don Adolfo sabía escribir muy bien y decía las cosas claras. Incluso con demasiada claridad, a veces. En una ocasión dijo en una sentencia: “Todas las mujeres tienen derecho a elegir quién les puede tocar el culo”. En una mañana memorable, un abogado despistado provocó sus ensordecedoras carcajadas cuando dijo que pensaba llevar la defensa de su cliente “hasta el tribunal de Johannesburgo”, en lugar de Estrasburgo.

Ante letrados así, el magistrado miraba fijamente al acusado y le decía: “Búsquese un abogado para que le defienda de su abogado”. El cronista ha recordado a don Adolfo, a quien con todos sus claroscuros admirada y profesaba cariño, a propósito de unas sentencias difíciles de digerir. Y resulta curioso porque son las sentencias sobre un cocinero. Me lo imagino diciéndole: “Búsquese un juez para que juzgue a sus jueces”.

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La Constitución establece tres ejes sobre la justicia y los jueces: “Las actuaciones judiciales serán públicas, con las excepciones previstas en las leyes. Los procedimientos serán orales predominantemente, sobre todo en materia criminal. Las sentencias serán siempre motivadas y se pronunciarán en audiencia pública”. El legislador no lo especifica, pero lo da por descontado: las sentencias serán, también, claras. ¿Lo son?

No, no siempre lo son, por decirlo suave. Hubo un juez que fue apartado de la carrera por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), entre otras cosas por perpetrar sentencias de veinte folios sin un solo punto (ni punto y aparte ni punto y seguido). Su Señoría se coronó rey de las subordinadas y de los galimatías. Es difícil que se repitan estos casos hoy, pero todavía trascienden sentencias más enrevesadas que un manual de instrucciones de un electrodoméstico fabricado en China.

Anterolistesis grado I de L5 sobre S1 con horizontalización de forámenes”

Un juzgado de Logroño(Sentencia laboral)

También, claro, trascienden resoluciones judiciales impolutas como el agua de un manantial cristalino. Para muestra, un botón: el de un cocinero que acudió a la justicia porque, como explicaba el juzgado de instancia, presentaba “lumbociatalgia secundaria a movilización de tornillo de artrodesis lumbar l4-L5-S1 realizada en 2013 con afectación perirradicular motora crónica moderada L4-L5-S1 dcha. Y leve izqda.”.

No dudamos de que cualquiera ha entendido la frase, sin necesidad de conocimientos médicos ni estudios en traumatología. Pero, como podría darse el caso de algún recalcitrante, el texto aclara con una prosa poética digna del Parnaso que se trata de un paciente con “BA disminuido DDS 30 cm AF UDO: dolor facetario 3 niveles por encima de la artrodesis y contractura importante de cuadrados lumbares”.

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Se podría decir de una sentencia así lo mismo que el bachiller Sansón Carrasco dice del Quijote: “Es una obra tan clara que no hay nada en ella que resulte difícil: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran”. Añade el juzgado, para proseguir un festín digno de las bodas de Camacho: “Anterolistesis grado I uno (sic) de L5 sobre S1 con horizontalización de los forámenes de conjunción”.

¿Hay algo más maravilloso que un juez enemigo del lenguaje llano de Sancho Panza? Por supuesto, un juez enamorado de Góngora y que reproduzca tal cual un informe médico. Y si pueden ser las conclusiones de un TAC, mejor que mejor: “Artrodesis L4 a S1. Compromisos de agujeros de conjunción en L5-S1. Valorado por COT le indican que el dolor se justifica por el aflojamiento del MO, pero no terminan de verlo claro”.

Don Quijote y Sancho Panza en Madrid

Don Quijote y Sancho Panza 

iStockphoto

Ese “no terminan de verlo claro” nos ilumina tanto como los consejos de don Quijote a Sancho Panza antes de que tome posesión como gobernador de su ínsula, cuando le previene contra “los ignorantes que presumen de agudos”, le recuerda que “no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo” y le ruega que si un día dobla la vara de la justicia “no sea con el peso del soborno, sino con el de la misericordia”.

Unas aventuras antes, Alonso Quijano ya había reprendido a su escudero, “prevaricador del buen lenguaje”, por decir friscal, en vez de fiscal. “No es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates –razona Sancho Panza–, pero no importa: yo me entiendo, y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho, sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos”. 

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No es ánimo del cronista ser friscal ni fiscal, que en lo tocante al buen lenguaje no están los periodistas para dar muchas lecciones. La prensa es hoy refugio de un sinfín de anglicismos e incorrecciones. Ya no se escribe con sinceridad, sino desde la sinceridad. Y lo que antes era un fallo aislado es ahora un fallo puntual, aunque no estuviera previsto que ocurriera a una hora determinada, como la llegada del tren de las 3.10 a Yuma.

Los jueces (¡y los periodistas!) necesitan un libro de estilo y recordar que sus palabras deben ser, además de justas, inteligibles. Solo así, amigo juez, colega periodista, “serán largos tus días, tu fama eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás a tus hijos como quieras, títulos tendrán ellos y tus nietos, y vivirás en paz y en beneplácito de la gente”, como se lee en el capítulo XLII de la segunda parte del Quijote. 

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