‘Antidisturbios’, la gran serie que te pone en la piel de los polis más duros
Festival de San Sebastián
Sorogoyen presenta en Zinemaldia una trepidante y creíble historia de seis episodios donde los miembros del cuerpo armado más represivo aparecen como agresores y marionetas al mismo tiempo, con el Villarejo de turno de por medio
Será una de las series del año, tal vez una de las más importantes de los últimos tiempos en España según opinión casi unánime de la prensa especializada. También puede considerarse de lo mejor del director Rodrigo Sorogoyen y la guionista Isabel Peña , ambos multipremiados por la película El Reino o el corto Madre .
Es Antidisturbios , una historia trepidante y creíble que a lo largo de seis capítulos de 50 minutos pone al espectador en la piel de los policías más duros del Estado: los miembros de las llamadas Unidades de Intervención Policial (UIP), aquí humanizados para bien y para mal en su doble condición de martillos y marionetas del sistema. O más bien del sistema oficial y de algunos de sus elementos más corruptos, con un comisario idéntico a Villarejo de por medio.
La trama es pura actualidad. Seis antidisturbios se las ven y las desean para, sin los refuerzos que requieren, ejecutar un desahucio en Madrid con fuerte oposición de los afectados y del colectivo que les apoya. En la batalla muere un hombre. Se abre una investigación interna que desemboca en acusación de homicidio colectivo. La presión divide al grupo. Las indagaciones derivan a su vez en el descubrimiento de una trama de negocios ilegales detrás de algunos desahucios en la ciudad, incluido este... Protestas sociales de distintos signo, enfrentamientos con ultras del fútbol y al final el 1-O en Catalunya agravan los pesares de los polis investigados.
Raúl Arévalo, Hovik Keuchkerian, Roberto Álamo, Álex García , Raúl Prieto y Patrick Criado protagonizan a coro esta historia vibrante, como policías de la UIP, junto a la actriz Vicky Luengo en el papel de dura detective de Asuntos Internos. Ella y Keuchkerian, el español de origen armenio que hace de Bogotá en La casa de papel, realizan las interpretaciones más destacadas.
La idea de la serie empezó a fraguarse en los días del movimiento 15-M, en el 2011. Sorogoyen vio un vídeo de una intervención policial en la Costa del Sol que le llamó especialmente la atención. “Fue una carga muy bestia y a uno le daban ganas de pegarles a ellos. Pero luego los tíos aparecían llorando”, recuerda. Esa imagen, junto a ulteriores conversaciones con los guionistas Isabel Peña y Eduardo Villanueva, lo empujó a tratar de ahondar en cómo los detestados policías del casco y la porra viven su desagradable trabajo.
“Todo lo odiado interesa”, dice el cineasta en entrevista con La Vanguardia. Pero a él lo odioso le interesa –aclara– a efectos de acercamiento y explicación humana, es decir, de eso que llamamos empatía o ponerse en la piel de otros. Se trataba, en palabras del director, de “hablar de personas que te caerían fatal y empujar al espectador a que las entienda”. Para ello había que profundizar en las sensaciones, las inquietudes y obsesiones de estos malos de la película.
“Quisimos saber de qué son capaces, cómo duermen y qué les dicen a sus hijos” estos agentes duros de la ley, añade Sorogoyen. Y se pusieron a investigar, “cosa que nos encanta hacer”. Sobre todo, hablaron con tres antidisturbios durante horas y horas. “Eran tipos muy normales y muy diferentes entre sí”. Y, como es lógico, estaban en los peores fregados del país. Había material.
Todo lo odiado interesa. Aquí hablamos de personas que te caerían fatal y empujamos al espectador a que empatice con ellas”
La búsqueda de la empatía se atemperó con la obsesión por el equilibrio. “No queríamos convertir a estos polis en los mejores padres del mundo, no había que pasarse”, señala el realizador. “Partíamos de unos prejuicios, tal vez los normales frente a quienes ejercen una represión directa sobre los ciudadanos que protestan. Y en gran parte esos prejuicios se nos fueron cayendo, como puede que les ocurra a muchos espectadores. Pero nos esforzamos por ser justos, y no nos tembló la mano a la hora de contar lo innecesariamente violentos o injustos que a veces son los antidisturbios”, añade Isabel Peña. El objetivo era precisamente mostrar la “tensión brutal” entre lo entendible y lo injustificable.
Los antidisturbios, en definitiva, aparecen en la serie en parte como una panda de brutos pero también como un puñado de infelices a los que tanto el poder oficial como el de las alcantarillas aledañas utilizan sin miramientos; pobres diablos a los que dejan solos cuando más apoyo necesitan y, si es preciso, les hunden la vida con tal de enriquecerse ellos; o al menos de mantener el puesto y, si vienen mal dadas, de salvarse.
La sociedad usa a estos policías y los enfrenta a la violencia, pero no los cuida”
“La sociedad usa a estos policías y los enfrenta a la violencia, pero no los cuida. Están un poco dejados de la mano de dios”, afirma Peña. Y añade: “Lo cierto es que nosotros también los utilizamos para construir esta trama”.
El formato de serie, presentada este viernes en el Festival de San Sebastián antes de su estreno en Movistar el 16 de octubre, permitió a los autores “profundizar en los personajes de un modo que no te es posible hacer en una película de hora y media”. Y los medios proporcionados gracias al presupuesto de la plataforma, también más holgado del habitual en un largometraje español, les permitieron hacer cine de lujo. O, como ellos dicen “con medios y libertad”. Cine con ritmo, calidad y realismo, sólo que en seis capítulos con un total de cinco horas.
Sorogoyen utilizó las técnicas cinematográficas de modo radical a fin de ir cambiando la perspectiva del público. Empezó con angulares amplios y pegado a los policías para luego, poco a poco, irse distanciando mediante lentes de perspectiva menos amplia y deformante.
El objetivo era convertir al espectador casi “en un antidisturbios más” en el primer capítulo para después alejarlo progresivamente y así exponer a los policías a un juicio más distante. Este tránsito se acompasa con un cambio también paulatino en la forma de usar la cámara –de las tomas a pulso a otras cada vez más estables–, así como en la manera de cortar los planos, de entrada de manera brusca y después en secuencias más largas