Los ultras chilenos desde dentro
‘Araña’
Andrés Wood descubre los entresijos de los fascistas chilenos de Patria y Libertad, movimientos anterior al golpe de Pinochet, a partir de un triángulo amoroso entre matones
Antes de que Augusto Pinochet perpetrara su sangriento golpe de Estado contra el Gobierno legítimo de Salvador Allende, un partido de corte fascista y violento andaba atemorizando a los partidarios del presidente chileno y a la izquierda en general. Era el Frente Nacionalista Patria y Libertad. Su historia es poco conocida fuera del país. Ahora el cineasta Andrés Wood nos la cuenta a través de tres miembros imaginarios de la formación que protagonizan un triángulo amoroso y se reencuentran cuarenta años después de sus criminales andanzas juveniles. Es Araña , la película que representará a Chile en los Oscars y los Goya.
La idea le vino a Wood al observar ciertos signos de posible reaparición, en el Chile de hoy y aunque fuera de manera testimonial, de la extrema derecha nacionalista que en los primeros 70 representaba Patria y Libertad. “Hubo un paro de transportistas que me recordó a aquellos tiempos y también vi unas pintadas con el signo de la araña”, el logotipo a aquella organización.
Fueron “pequeñas cosas”, nada alarmante que hiciera pensar en un retorno masivo de los descendientes del movimiento neonazi de los 70 en Chile. Pero a Wood esas señales le bastaron para empezar a investigar y pergeñar el relato que ahora nos trae a la salas de cine españolas.
Tal vez lo más destacado, novedoso o inesperado de Araña es que la historia de los ultras se cuenta desde dentro, desde su punto de vista. “No podía hacerlo de otra manera, pues lo que no quería bajo ningún concepto era limitarme a una narración simbólica y esquemática”, aduce el realizador.
Más en concreto, el centro de la trama argumental es Inés: una inteligente y atractiva mujer, primero Miss universitaria (María Valverde) y con los años empresaria de éxito (Mercedes Morán), que “representa como nadie la apropiación de valores” de la derecha y los populistas más desfachatados: los de entonces, los de hoy y los de siempre.
Inés no tiene pudor a la hora de declararse feminista “cuando le conviene”, pese a su alma profundamente reaccionaria. Y en un pasaje del filme incluso parafrasea a Víctor Jara –el cantautor torturado y asesinado por los soldados de Pinochet– cuando proclama su “derecho a vivir en paz”.
La historia incide en la utilización de los militantes más básicos y convencidos por parte de unas élites pijas y cínicas “siempre dispuestas a reciclarse”, explica el realizador
La lista y cínica Inés, junto con su novio (Gabriel Urzúa) y después marido (Felipe Armas), representa a la élite pija y sin principios de aquella suerte de Falange a la chilena, una cúpula intelectual formada por personajes “siempre dispuestos a reinventarse”, dice Wood. Mientras, el humilde y más bien básico amante de Inés (Pedro Fontaine), quien con la edad se hace aún más fanático de lo que era de joven (Marcelo Alonso), viene a encarnar al militante “convencido” a quien esa élite utiliza sin miramientos “como carne de cañón”.
El relato tiene resonancias universales y prácticamente atemporales. De manera que no cabe dudar su plena actualidad con el crecimiento del populismo y la ultraderecha en todo Occidente. Un fenómeno que Andrés Wood relaciona con una cierta tendencia del capitalismo, tras su victoria sobre el socialismo después de decenios de Guerra Fría, a “autofagocitarse” mediante la creación de “una sociedad de individuos y ya no de comunidades”.
Con unos dirigentes cada vez más concentrados en conseguir y conservar el poder y menos en administrarlo a favor del bien común, “los ciudadanos se desconectan cada vez más”. Lo cual genera una dinámica perversa que deriva en “una enorme ansiedad”, tanto entre la clase política como en la sociedad en su conjunto. Y éste es un excelente caldo de cultivo de la ultraderecha.
El disgusto general ante la política de siempre abre grandes espacios a los ultras y sus barbaridades, aunque sean budas mentiras”
“El disgusto general respecto a la política –añade el realizador– abre grandes espacios a los ultras”. Lo hace a través de un sistema de pensamiento que “premia la supuesta autenticidad de esos tipos que aquí y allá dicen barbaridades”, por ejemplo contra los inmigrantes o contra las feministas, “aunque resulte evidente que se basan en burdas mentiras”.
Así ocurre en los Estados Unidos de Trump, el Chile de Piñera, el Brasil de Bolsonaro, la Polonia de Kacynski, la Hungría de Orban o la España del ascenso estratosférico de Vox. Sostiene Wood que, aunque la violencia de estos personajes y sus huestes no sea tan física como antaño la de sus padres espirituales, “la extrema derecha tiene hoy más espacio que en los años 70 en Chile”.
Araña es, por todo ello, una película de plena vigencia. Más de lo que casi todos quisiéramos.