Un “globo de aluminio” para aterrizar en la Luna
Crónicas del Apollo 11 (4)
Capítulo anterior: Día 2. “No hay nada malo en hacer ver que todo va a salir bien”
Toda la cobertura informativa del cincuentenario del Apollo 11
[‘La Vanguardia’ ofrece a lo largo de esta semana un relato novelado en siete capítulos que rememora la misión Apollo 11 coincidiendo con el cincuentenario de la llegada de los primeros astronautas a la Luna]
Apollo 11, a 298.000 kilómetros de la Tierra. Viernes, 18 de julio de 1969.
La tripulación del Apollo 11 despierta descansada. Esta noche Neil Armstrong y Buzz Aldrin han dormido ocho horas y Mike Collins, nueve. Después de que los controladores de Houston los pongan al día del plan para hoy, desayunan tranquilamente. Por una de las ventanas del módulo de mando se vuelve a ver la Tierra, suspendida en el espacio, esta vez con el desierto del Sáhara como protagonista.
“Houston, Apollo 11. Tenemos el continente de África mirando hacia nosotros ahora mismo y, por supuesto, todo se hace más y más pequeño a medida que pasa el tiempo”, describe Aldrin pausadamente, casi con melancolía.
A 300.000 kilómetros de distancia, en la Tierra, el público estadounidense se ha despertado preocupado por los tres astronautas. Desde el espacio ha llegado la noticia de que la nave soviética no tripulada Luna 15 se ha situado en órbita en torno a la Luna, a una altitud de unos 115 kilómetros. La tensión de la guerra fría hace temer a algunos estadounidenses que la misión soviética pueda suponer una amenaza para el Apollo 11.
Ante la inquietud, el coronel Frank Borman, también astronauta del programa Apollo, comparece junto con el director de operaciones de vuelo, Christopher Kraft, para tranquilizar a la prensa. Según afirma una fuente soviética, la Luna 15 no se cruzará en ningún momento con la trayectoria que la NASA anunció para el Apollo 11. Estados Unidos no sabe realmente cuál es el objetivo de la misión, pero considera probable que se trate de un ensayo de una tecnología para aterrizar en la Luna y luego regresar a la Tierra, algo que la NASA ha decidido probar directamente con naves tripuladas y que, si todo va bien, podría lograr en dos días y medio.
Después de comer, los astronautas destinados a cumplir ese objetivo se preparan para inspeccionar por primera vez el vehículo que utilizarán para posarse en la luna, el módulo lunar. Se encuentra anclado al frente del módulo de mando desde que lo colocó ahí Collins, poco después de salir del amparo de la Tierra, pero nadie ha entrado todavía en su interior.
El módulo lunar es una de las partes más críticas de la misión y la última que los ingenieros han terminado, hace apenas unos meses. Si el Saturno V es el rey de la potencia, el módulo lunar (abreviado LM, por sus siglas en inglés, y pronunciado “lem”), es el paradigma de la optimización. Para garantizar que pueda descender y volver a despegar de la Luna, sus diseñadores han tenido que enfrentarse a un doble reto. Como si crear un vehículo para aterrizar en otro mundo, sin atmósfera y con un sexto de la gravedad terrestre, no fuera suficiente quebradero de cabeza, además tiene que ser ligero como un pájaro.
Cada vez que la empresa Grumman, fabricante del módulo, le presentaba una propuesta de diseño a la NASA, ésta exigía quitarle más peso. Inicialmente debía ser una nave compacta y cómoda, con cuatro ventanas que permitieran tener una buena vista del exterior. Como salida de una moderna película de ciencia ficción. Pero cualquier consideración estética acabó evaporándose a medida que el requerimiento de peso se hacía más y más estricto.
Las ventanas frontales se redujeron a dos minúsculos triángulos. Desaparecieron una de las cinco patas y los asientos para la tripulación –un lujo considerado innecesario para pilotar en la débil gravedad de la Luna–. El recubrimiento exterior, en los trozos donde era imprescindible, se limitó a una fina capa de Mylar, un tipo de poliéster. Un lápiz que caiga de unos pocos metros en la Tierra sería suficiente para perforar el techo del módulo lunar; hay quien se refiere a él irónicamente como “el globo de aluminio”. Visto desde fuera, parece una especie araña mecánica monstruosa, un robot que una civilización alienígena de una película de serie B se hubiera dejado a medio construir.
Y, sin embargo, es probablemente la pieza más pulida y refinada del programa Apollo. Aunque, también es cierto, la única que no se ha podido poner nunca a prueba hasta ahora. En la Tierra es imposible reproducir las condiciones a las que se enfrentará en su aterrizaje. En realidad, nadie está seguro al 100% de que vaya a funcionar.
Cargado de combustible, el módulo lunar pesa un poco menos de 14 toneladas. Tiene dos partes. La inferior contiene el motor de descenso, que sirve para frenar y posarse suavemente en la Luna, y las cuatro patas que deben estabilizarlo, ahora replegadas. En la parte superior, donde irán Armstrong y Aldrin, se encuentran el ordenador, los paneles de comandos y el motor de ascenso. Cuando llegue el momento de partir, sólo el segmento superior despegará; el inferior se quedará en el suelo lunar, un recordatorio imperecedero de que un día la humanidad se las ingenió para llegar a la Luna y volver para contarlo.
El aparentemente modesto módulo lunar nació para cumplir ese ambicioso objetivo y carga con lo estrictamente necesario para conseguirlo. Sin más.
Ante una cámara de televisión que retransmite la escena en directo para millones de espectadores en la Tierra, Neil Armstrong retira la primera de las compuertas que cierran el paso hasta el módulo lunar. El comandante del Apollo 11 tiene fe en que el vehículo funcionará. Él es quien llevará los mandos para aterrizarlo en la Luna, el que tendrá el privilegio y la responsabilidad de ser el primer humano en intentar tan osada maniobra.
Armstrong vive para esto. Nacido en 1930 en un pequeño pueblo llamado Wapakoneta (Estados Unidos), su pasión siempre fueron el cielo y los aviones. De niño, soñaba con que flotaba y se elevaba por los aires para sobrevolar la Tierra, sin ayuda de nada ni nadie. Creció en un hogar humilde, castigado por la Gran Depresión. En sus ratos libres, cuando no estaba estudiando en el colegio ni trabajando a tiempo parcial para traer dinero a casa, se construía pequeños aviones de madera con los pocos medios de que disponía. “Se convirtieron, supongo, casi en una obsesión para mí”, recuerda.
Quería ser ingeniero aeronáutico. Su familia no tenía suficientes recursos como para pagar una carrera universitaria, así que, aunque la carrera militar no le atraía, se alistó en la Marina de Estados Unidos, que financiaba los estudios de sus soldados. Gracias a ello, pudo graduarse en la Universidad Purdue, en West Lafayette, pero antes tuvo que participar como piloto de combate en la Guerra de Corea, donde su labor era bombardear objetivos estratégicos como puentes y trenes de suministro. Allí tuvo su primer roce con la muerte. Durante una escaramuza, su avión perdió el control sobre zona enemiga, pero mantuvo la mente fría y maniobró hasta acercarse tanto como le fue posible a territorio estadounidense, antes de lanzarse en paracaídas y planear el resto del trecho.
Tras graduarse en Purdue, se retiró de la Marina y se reconvirtió en piloto de pruebas en la Base de la Fuerza Aérea Edwards, en Lancaster (Estados Unidos), donde voló en los aviones más modernos. Poco después, se casó con Janet Shearon, a quien había conocido en la universidad, y con quien tuvo dos hijos y una hija. En 1962, un año después de que Kennedy pusiera como objetivo la Luna, el joven matrimonio perdió a su hija Karen, por culpa de un tumor cerebral. Ese mismo año, Armstrong decidió cambiar el cielo por el espacio y se presentó a la NASA como candidato a astronauta. Lo aceptaron.
Neil Armstrong es reconocido entre sus compañeros y superiores por su habilidad como piloto y su capacidad de mantener la calma en condiciones extremas, combinadas con una inusitada humildad. Para él, llegar a la Luna no es una meta personal. “En nuestra preparación la seguridad no era nuestra preocupación primaria; era una cuestión de que la misión tuviera éxito. La nación confiaba en que el equipo de la NASA y la industria harían el trabajo y el equipo de la NASA y la industria se jugaba su reputación en el Apollo 11”, explicará más tarde. Para Armstrong, llegar a la Luna es una misión que debe cumplir por el bien de otros, aunque se sienta feliz de participar. Y también una consecuencia natural de la inquietud humana. “Creo que vamos a la Luna porque está en la naturaleza del ser humano afrontar retos. Es por la naturaleza de lo más profundo del alma… que necesitamos hacer estas cosas, igual que el salmón nada a contracorriente”.
En el descenso a la Luna lo acompañará Buzz Aldrin, piloto del módulo lunar, quien estará al cargo de las comunicaciones con Houston y del ordenador. Después de que la tripulación abra la segunda compuerta hacia el globo de aluminio, Aldrin entra en él por primera vez, cámara en mano.
Para Buzz Aldrin, nacido en Glen Ridge (Estados Unidos) en 1930, volar también ha sido un sueño desde joven. Su padre fue piloto de combate durante la Primera Guerra Mundial y, aunque durante muchos años no se tomó en serio la escuela, cuando decidió que quería seguir los pasos de su progenitor se puso a estudiar con la constancia que desde entonces lo ha caracterizado. Los aprobados por los pelos se transformaron en sobresalientes de la noche a la mañana.
En realidad, su nombre es Edwin, pero todo el mundo se refiere a él como Buzz desde que sus hermanas lo empezaron a llamar así cuando era sólo un bebé –la más joven lo llamaba “buzzer” queriendo decir brother, hermano en inglés, y luego se quedó en Buzz–.
Buzz Aldrin se formó en la academia militar de West Point, aunque, al igual que Armstrong, también tuvo que interrumpir sus estudios para combatir como piloto en la Guerra de Corea. Tras volver a Estados Unidos, se casó con Joan Archer, después de que sus familias los presentaran. Juntos tienen dos hijos y una hija.
En el momento en que Kennedy espoleaba a la nación para tomar la delantera en la carrera espacial, Aldrin cursaba un doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en Cambrdige (Estados Unidos), donde desarrolló estrategias de encuentro en órbita. Su investigación, que resultó crucial para los programas Gemini y Apollo, le valió el apodo de Dr. Rendezvous (encuentro en órbita en inglés) cuando entró en la NASA como astronauta en 1963. En el Apollo 11, es quien mejor conoce los sistemas de navegación y los cálculos detrás de las trayectorias de encuentro; son su responsabilidad.
“Creo que obviamente hemos aceptado un reto en este cometido de llegar a la Luna. Creo que el reto habría estado ahí igualmente y no hay duda en mi mente de que, sin importar si la fecha límite fueran o no los 60, nos habríamos enfrentado a este cometido particular tarde o temprano, simplemente porque es un reto”. Aldrin lo afronta de cara y sin dudar: “Cando estoy inmerso en una de estas cosas, creo que no corro ningún peligro. Puede que sea una cuestión de fe, una creencia de que no llegué aquí para toparme con accidente prematuro”.
La luz del sol se cuela por las ventanas triangulares del módulo lunar y baña su estrecho interior. En el aire refulgen partículas de polvo, suspendidas en la ingravidez, pero ninguna tuerca o pieza que se haya soltado durante el despegue, comunica Armstrong a Houston. Ya que el módulo lunar estaba cerrado hasta ahora y expuesto al sol, hace más calor que en el de mando. Aldrin decide poner una manguera para ventilarlo.
Tras anclar la cámara detrás de él, y ataviado con unas gafas de sol, comienza a inspeccionar los paneles de la austera nave que debe llevarlos a la Luna. En la Tierra, la audiencia internacional se empapa durante hora y media de los quehaceres de Aldrin y Armstrong, de las tripas del austero módulo lunar, las consolas, las pantallas, los incontables botones, las diminutas escotillas, los trajes y escafandras. Y deja volar la imaginación, soñando ya con el momento tan esperado, dentro de dos días. La confianza en la misión que transmiten los dos astronautas es contagiosa.
Al despedirse, Charles Duke, responsable de las comunicaciones en Houston, parece hablar en nombre de millones de personas.
“Recibido, 11. Muchas gracias. Ese ha sido uno de los mayores espectáculos que hemos visto jamás. De verdad lo apreciamos”.
Y eso que sólo ha sido un intermezzo. Esta noche, el Apollo 11 cruza el punto en su trayectoria que lo sitúa dentro de la influencia gravitacional de la Luna. Comienza el tercer acto. Se acerca el clímax.
Lista de capítulos
1. La última cena de los astronautas en la Tierra
2. Despegue a 110 pulsaciones por minuto
3. “No hay nada malo en hacer ver que todo va salir bien”
4. Un “globo de aluminio para aterrizar en la Luna
5. El Apollo 11, bajo la sombra de la Luna
6. “Es un pequeño paso para el hombre; un gran salto para la humanidad”
Fuentes: Apollo 11 Mission Log, Apollo 11 Flight Journal (NASA), First On The Moon: A voyage with Neil Armstrong, Michael Collins, Edwin E. Aldrin, Jr. (Konnecky&Konnecky, 1970), Apollo 11 Image Library (NASA), First On The Moon: The Apollo 11 50th Anniversary Experience (Rod Pyle, National Space Society, 2019).