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Motivados para ayudar, pero no para optimizar la ayuda

Altruismo poco eficaz

Moldeados por la sociedad, hemos evolucionado para dar tiempo y dinero de forma desinteresada, pero no para hacerlo de la manera más útil

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Àlex Garcia

Cuando gastamos dinero en un viaje o en un restaurante, sopesamos alternativas, leemos valoraciones, pedimos consejo y nos fijamos en los diferentes precios. Es decir, prestamos atención al valor que estamos obteniendo por nuestro dinero. En cambio, cuando donamos tiempo y dinero a organizaciones benéficas, la eficiencia importa bastante poco.

Bethany Burum y Martin A. Nowak, ambos de la Universidad de Harvard (EE.UU.), junto con Moshe Hoffman, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (EE.UU.), se hicieron la siguiente pregunta al respecto: ¿por qué estamos motivados a dar, pero no a hacerlo de forma eficaz?

Los autores de la investigación, publicada esta semana en Nature Human Behaviour , argumentan que las personas hemos evolucionado -genética o culturalmente- para ser insensibles a la eficacia porque la sociedad recompensa el altruismo, pero a menudo da pocas razones para hacerlo de manera eficiente.

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Dani Duch

El altruismo , tendencia a procurar el bien ajeno de forma desinteresada, incluso a costa del interés propio, tiene una explicación evolutiva en el sentido de que ha sido reforzado socialmente. Sirve para la sociedad. Así, se valora donar alimentos para personas con pocos recursos o ir los domingos por la mañana a ayudar a una perrera.

Según los modelos teóricos sobre el tema, para mantener un “buen comportamiento” como es el de dar sin recibir, este debe estar bien definido, ser fácil de observar y las valoraciones de diferentes personas deben resultar fácilmente comunicables. Burum, Nowak, y Hoffman plantean que dar de manera eficiente, en comparación con simplemente dar, es probable que falle en la totalidad de estos tres criterios y que, por lo tanto, no se mantenga este “buen comportamiento”.

Mediante cinco experimentos en los que participaron cientos de personas, los investigadores mostraron que las personas pueden ser sensibles a la eficacia pero solo cuando tienen un motivo evolutivo para serlo y las recompensas sociales no ejercen semejante papel en este caso.

No sopesamos, por ejemplo, si invertir una hora en una perrera resulta de mayor ayuda que pasear el perro de una persona durante el mismo tiempo

hedgehog94 / Getty Images/iStockphoto

Por ejemplo, cuando las personas se ayudan a sí mismas o a sus familias, o en situaciones que impliquen ahorrar dinero, prestan atención a que la ayuda resulte especialmente útil o que se consiga salvar el mayor dinero posible. En donaciones caritativas o a extraños no somos tan sensibles a que nuestro tiempo o dinero realmente resulte todo lo útil que podría ser.

Todas estas decisiones están limitadas por nuestros pensamientos y emociones, pero las donaciones a organizaciones benéficas y a extraños están más determinadas por las recompensas sociales de lo que lo están ahorrar para el futuro o dar a nuestros familiares.

¿Y por qué las recompensas sociales no son una buena razón para que sopesemos si invertir una hora en una perrera resulta de mayor ayuda que pasear el perro de una persona durante el mismo tiempo? En paralelo, los autores hallaron que las personas recompensan a los demás en función de si dan, pero no en función de cuánto han dado ni del impacto de la donación.

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Las personas recompensan a los demás en función de si dan, pero no en función de cuánto han dado ni del impacto de la donación

Uno podría imaginar, por ejemplo, que se penalizaría más a alguien que no hubieran donado mil euros frente a si se tratara solo de cinco. Pues no fue lo que encontraron los autores. Por lo tanto, no existe un motivo que nos haya llevado a evolucionar hacia ser sensibles al impacto de nuestra ayuda o a la cuantía de esta. Además, ambas propiedades son difíciles de definir, observar y comunicar.

Esto explicaría que, si se puede, se tienda a elegir formas de ayudar muy vistosas como por ejemplo ir un mes de voluntariado a un lugar remoto, frente a hacerle la compra una vez por semana a una persona mayor, y eso que lo primero requiere mucho más dinero y tal vez una mayor capacidad de organización.

“Nuestros estudios sugieren que lograr que las personas contribuyan eficazmente puede ser una batalla cuesta arriba”, apuntan Burum, Nowak, y Hoffman. Una solución que proponen los autores es que el impacto de la ayuda sea más observable, esté bien definido, y resulte fácil de compartir y verificar. Por ejemplo, si se quiere destinar dinero a la construcción de una escuela, conocer la inversión total necesaria y cómo avanza el proyecto.