Cada vez tenemos más cosas, pero menos sitio para guardarlas. La sociedad de la abundancia y del low-cost ha dado pie a la aparición de un nuevo negocio: el del orden. Su emblema es Marie Kondo, una japonesa experta en organización que se ha hecho millonaria enseñándonos a poner las cosas en sus sitio. En su estela, ha surgido una nueva profesión: la del organizador personal, personas que ayudan a gestionar los cada vez más atiborrados armarios, cajones, cocinas y trasteros de los hogares del primer mundo.
Esta acumulación, sin embargo, no es solo física. El desorden ha llegado también al mundo virtual. En móviles, tabletas, ordenadores y otros soportes digitales se amontonan aplicaciones, fotos, capturas de pantalla, contactos, grupos de WhatsApp, documentos, listas infinitas de canciones y correos electrónicos sin abrir. Centenares, miles, de items que conforman un monumental acopio de datos que pueden generar, como sucede con el desorden real, mucho estrés.
Se puede ser ordenado en la vida real y desordenado en la digital, porque como lo que acumulas, en teoría, no ocupa espacio, no te ocupas de ello...
“Hay gente que no sabe qué tiene en el móvil. Viven con teléfonos saturados de aplicaciones que, quizás, han utilizado una vez en su vida, y con ordenadores tan llenos que no sé cómo se puede trabajar con ellos”, cuenta Marta Fernández quien, a través de su empresa, Bye-bye Caos!, pone orden en casas ajenas desde 2016. Pero sus clientes, explica, no solo le piden que les ayude a ordenar armarios y cocinas: “También hay quienes me piden que les ayude a organizar sus ordenadores. Aunque son menos: como el desorden digital ‘no lo ves’, no se le presta tanta atención”. Para esta experta en orden, que ya de niña ya jugaba alineando sus muñecas por categorías: “Se puede ser ordenado en la vida real y desordenado en la digital, porque como lo que acumulas, en teoría, no ocupa espacio, parece que el caos no exista y no te ocupas de ello”.
Sin embargo, pese a que físicamente no estén ahí, las fotografías, los contactos, los grupos de WhatsApp y las aplicaciones, ocupan espacio. En mayor o menor abundancia y organización, se acumulan en los dispositivos electrónicos. Marta tiene 6.500 fotos. Es lo único en lo que, admite, “no es asceta”. Aunque aplicaciones, dice, “tengo las justas, las que me son de utilidad”. Esta comercial, que trabaja por cuenta propia, dice ser muy fan de lo digital: “Ha mejorado mi vida con creces: todo está en ficheros y bastante bien organizado. Lo que entiendo que no necesito, lo tiro”. Cristina, que trabaja en el mundo editorial, es menos entusiasta. En parte, porque es muy consciente de las “9.100 fotografías” que atesora entre su iPhone y su ordenador. “Las tengo organizadas, pero aún y así, el Drive (el espacio de almacenamiento en la nube de Google) es un lugar donde se meten un montón de documentos, ficheros, manuscritos…”. Más que de desorden, dice, “la sensación que tengo es de desbordamiento”.
Su percepción coincide con el diagnóstico que facilitan desde el Col•legi Oficial de Bibliotecaris-Documentalistes de Catalunya. Para su presidente, Francesc Xavier González, el desorden digital es un signo de los tiempos, que va en aumento. Y no sólo está en nuestros ordenadores y móviles: está en el ADN del mundo online: “Sí, hay un cierto caos digital que va en aumento. Debido, sobre todo, a los múltiples canales informativos, a las aplicaciones de intercambio social (como X, Instagram, TikTok), así como a las plataformas de contenidos no comerciales”.
Hay que fijarse un propósito o reflexionar sobre el porqué mantenemos esa aplicación o seguimos consultando esa red social
Lo que buscan estas plataformas hipermedia “es generar el tráfico descontrolado y libre por los distintos espacios digitales: que puedas saltar de un entorno a otro sin cerrar sesiones o sin fronteras físicas”. La curiosidad y los estímulos son los motores que mueven estos saltos virtuales. “Cuántas veces hemos entrado en X para saber que se cuece en ese momento y, a los dos minutos, de forma encadenada, has llegado a tu buscador de referencia para consultar un dato que aparecía en un tuit. Y así hasta el infinito”. Para González, este “desbarajuste” digital: “Continuará en la medida que se mantenga la participación en estas ágoras, que se caracterizan por la dispersión informativa. Mientras el efecto ‘multitarea’ siga formando parte de nuestra liturgia comunicativa, viviremos en el caos digital”.
Una desorganización que, ya sea virtual o real, no es demasiado saludable. La psicología relaciona el desorden con nuestros estados de ánimo: tanto puede indicar una falta del tiempo y de concentración momentánea, como ser un síntoma de depresión. “Mientras que el orden relaja, ayuda a concentrarse y a trabajar mejor, el desorden genera malestar, no te deja pensar bien. Además de hacerte perder el tiempo, ya sea en tu casa o frente a tu ordenador, buscando eso que no recuerdas donde dejaste”, dice Marta Fernández.
Ordenar la vida digital requiere de las mismas herramientas que se necesitan para ordenar la vida real: tiempo y organización. Y tirar, por supuesto. “El grado de dispersión es proporcional al número de aplicaciones o plataformas que mantenemos en nuestros dispositivos”, asegura el presidente del Col·legi Oficial de Bibliotecaris-Documentalistes de Catalunya. Por ello, desde este templo del orden, recomiendan que en nuestra vida digital: “Prioricemos lo que nos interesa y desestimemos lo que no nos aporta nada de positivo”. Por eso conviene hacer limpieza de las aplicaciones con una cierta regularidad: “Hay que fijarse un propósito o reflexionar sobre el porqué mantenemos esa aplicación o seguimos consultando esa red social”, dice Francesc Xavier González. También recomienda una criba respecto a cómo nos informamos: determinar cuáles serán los medios de comunicación fiables.
A la que te despistas, te venden un servicio de ‘trastero en la nube’... pero acabas guardando mucha basura: ¿de qué sirve tener 5.000 fotos en el móvil?
De todos modos, es difícil vivir ajeno al bombardeo de información que se produce en los dispositivos. No prestar atención a la publicidad no deseada que inunda las webs —sean gratuitas o de pago—, o a esa ristra interminable de “noticias” que la inteligencia artificial suministra a cada usuario. La información y su consumo no paran de aumentar y su almacenamiento se ha convertido en un negocio en auge. Si en el mundo real el sector de las empresas de alquiler de trasteros está plena expansión, en el mundo virtual las ofertas de las grandes plataformas para guardar archivos son omnipresentes. El llamado almacenamiento en “la nube” que (como oferta Amazon), a cambio de una cantidad anual o mensual: “Permite almacenar datos y archivos en Internet a través de un proveedor de computación”, es cada vez más habitual.
Ante el fenómeno de la acumulación digital, la solución que ofrecen las grandes tecnológicas es pagar para guardar. Los “trasteros digitales” nos permiten seguir amontonando, algo que horroriza a profesionales del orden como Marta Fernández: “A la que te despistas, te venden el trastero en ‘la nube’, pero lo que ocurre es que acabas guardando mucha basura digital”, dice. Ella no tiene un servicio así, sino que conserva las cosas más importantes o con mayor calidad en un disco duro externo. “Lo que hago es ‘perder’ tiempo editando y archivando fotografías y documentos, pero soy consciente que mucha gente no tiene este tiempo o, ante la acumulación cada vez mayor, se tira para atrás”. Pero ella recomienda empezar, aunque sea poco a poco, a despejar nuestras posesiones on-line: “Vaciando grupos de WhatsApp, limpiando bandejas de entrada, tirando fotos y archivos… Tampoco hay que ser la Marie Kondo del móvil o del ordenador, pero creo que hay discriminar y usar mucho la papelera. Te pongo un ejemplo: ¿Sirve de algo tener cinco mil fotos en el móvil? ¡Es como si no tuvieras ninguna!”.
La información digital contamina
Su huella de carbono “es mayor que la de la industria aérea”
La idea de que lo que está en “la nube” no ocupa espacio, dice Fernández, es falsa: “Guardar todo esa información requiere una gran infraestructura que además, es muy contaminante”. La nube es un nuevo generador de polución que, como explican desde Greenpeace, no para de crecer. Ya en 2017 esta organización aseguraba que el uso de internet demanda el 7% de la energía eléctrica mundial, porcentaje que ha aumentado al 9%. “Sí, también subir una foto a Instagram, almacenar archivos en la nube o tener tu bandeja de entrada del email llena, tiene un impacto”, aseguran desde la organización ecologista.
En 2022 un estudio del prestigioso MIT de Massachussetts de 2022 aseguraba que la huella de carbono de la nube: “Es mayor que la de la industria aérea”. Su autor, el antropólogo Steven Gonzalez Monserrate, explicaba que los centros de almacenamiento de datos son devoradores de valiosos recursos (como el agua), generan ingentes cantidades de calor y ruido ambiental. Este investigador aseguraba que, como sucede con las nubes del cielo, que por muy etéreas que parezcan, están hecha de materia: “La nube digital es también implacablemente real”.