“Estoy preparado para lo peor pero espero lo mejor”, dijo el político Benjamin Disraeli. Pese a que han pasado casi 200 años desde que el político británico utilizase esta cita, hoy sus palabras están cargadas de sentido. En periodos de crisis en los que el ser humano se deja llevar por el miedo, la esperanza aparece como una herramienta relevante para seguir adelante.
“La esperanza es un estado de ánimo optimista en el cual aquello que deseamos o a lo que aspiramos nos parece posible”, indica el psicólogo Joan Piñol, autor de El Bienestar Emocional (Kairós, 2020).
A punto de cumplirse el año desde que se declarase el estado de alarma, las pérdidas, las restricciones, la enfermedad, la inestabilidad… han dibujado una nueva realidad desalentadora. En los próximos meses continuará el desafío planteado por la covid, por lo que recurrir a la esperanza puede ser útil y ayudar a superar la tristeza, el hartazgo y la desesperación.
“Las personas que cultivan la esperanza en tiempos de la covid tienen mucho ganado. Han sido capaces de enfrentarse a la adversidad y han aceptado que esta vida no solo depende de lo que uno hace y decide. Además, se han dado cuenta de que la única manera de salir fortalecidos de esta situación es pensando que pronto acabará si todos encaminamos nuestras acciones hacia dicho fin”, comparte Natalia Martín María, directora del curso Experto Universitario en Psicología Positiva y coordinadora del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
La diferencia entre esperanza y optimismo
Queda claro que la esperanza se relaciona con estados de ánimo agradables y deseables, algo que también ocurre con el optimismo. Son dos conceptos que, en ocasiones, se confunden ya que confluyen en algunos aspectos. “El optimismo es una actitud positiva, un hábito mental, un modo de pensar que nos sale de manera espontánea. Tiene su origen en las experiencias positivas y la actitud de nuestros modelos de referencia que siempre ven el vaso medio lleno. El optimismo es una perspectiva de vida”, explica Piñol.
En otra línea se sitúa la esperanza, ya que es una tendencia a ver las cosas deseables como posibles. “Una persona esperanzada es aquella que cree que el futuro puede cambiar, que está convencida de que siempre hay soluciones; que espera cosas positivas del futuro. Por ello, se focaliza en encontrar nuevas oportunidades. Además, confía en sí misma y en sus capacidades, lo que la hace afrontar diversos problemas y aprovechar cada circunstancia para aumentar su crecimiento personal”, argumenta Martín.
Una persona esperanzada cree que siempre hay soluciones y se focaliza en encontrar oportunidades
En ocasiones, los optimistas pueden eliminar o evitar cierta información negativa, algo que de alguna manera puede alejar su visión de la realidad. “Hay que tener en cuenta que ser excesivamente optimista nos hace minimizar los riesgos, lo que en el momento actual puede implicar no tener la precaución necesaria para minimizar los riesgos de la crisis sanitaria”, señala Piñol.
Sin embargo, cultivar la esperanza es algo que introduce cierta sensación de control y adaptación al medio, ya que se trata de cómo planificarse y actuar para lograr los objetivos. Por suerte, este estado de ánimo se puede trabajar. Estas son algunas pautas para desarrollarla ante situaciones difíciles.
1. Plantearse objetivos realistas
La esperanza se sustenta sobre una meta futura, por lo que plantearse objetivos está ligado a ella de forma inherente. “Piensa que puedes decidir sobre lo que está por llegar y realizar todos aquellos cambios que te propongas”, comparte Martín. Lograrlo implica confiar en la capacidad personal de transformación, pero teniendo en cuenta que en el camino aparecerán obstáculos y se producirán errores.
Según un estudio realizado por Charles Richard Snyder, las personas con esperanza pueden "anticipar estas barreras" y "eligen" los caminos correctos, ya que cuentan con una mayor resiliencia y orientan su comportamiento hacia la consecución de sus objetivos.
En la práctica, Martín propone preguntarse lo siguiente: “¿Cómo te gustaría ser dentro de cinco años? Visualízalo y decide qué necesitas para llegar allí. Ten presente que siempre hay algo más que se puede intentar”.
No se trata de ignorar los obstáculos ni cultivar una esperanza ciega
Asimismo es importante que las metas sean realistas porque como indica Piñol: “No se trata de cultivar una esperanza ciega, ni de ignorar los obstáculos y las dificultades, porque entonces seríamos unos insensatos. Se trata de una esperanza realista y prudente, basada en los hechos que van aconteciendo”.
2. Tomar el control (de lo que se pueda)
Aunque la pandemia ha demostrado que existen numerosos aspectos de la realidad que escapan del control personal, ejercerlo sobre aquellas cuestiones que sí se pueden gestionar, (como las emociones) aumenta el bienestar emocional. Martín recomienda observar honestamente qué ámbitos de la vida están bajo el control personal y cuáles no. “Focaliza la atención únicamente en aquello que depende de ti”.
Por otra parte, la crisis sanitaria ha demostrado que el control también se deriva de la experiencia. “Uno tiene esperanza cuando ve que puede controlar la situación. Después de un año de pandemia hemos aprendido mucho: los médicos saben mejor cómo actuar cuando llega un enfermo de covid a la UCI, por ejemplo, y eso genera optimismo y esperanza. Nosotros mismos ahora sabemos cómo llevar mascarilla, usar el gel hidroalcohólico o mantener las medidas higiénicas”, indica Piñol.
3. Agradecer para fomentar el optimismo
El optimismo en su justa medida es deseable y necesario para fomentar la esperanza. Piñol utiliza una técnica basada en el primero que ayuda a conseguir la segunda. Se trata de llevar un diario y escribir, cada día, tres cosas que hayan ocurrido y por las que estar agradecido.
“Este ejercicio, practicado cada día, nos permite aprender a vivir con más optimismo. Pero, para ello, hay que ser constante. Ese es el primer paso para llegar a la esperanza”, aconseja Piñol.
4. Gestionar la atención
Las personas optimistas son expertas en dirigir la atención hacia aquello que les reporta sensaciones positivas. Los que sienten esperanza no lo hacen tanto en esa dirección, aunque sí dedican menos tiempo a información que consideran triste o amenazante, según indica el estudio Optimismo, esperanza y atención para estímulos emocionales.
Por ello, y ante un entorno mediático altamente diversificado, para desarrollar la esperanza no es necesario consumir únicamente información positiva, sino evitar los mensajes más negativos.
5. Buscar apoyos
Mantener o fomentar la esperanza en soledad es tarea dura. Sin embargo, el entorno social puede ofrecer el sostén necesario para sobrellevar las situaciones más desafiantes. “Una buena red de apoyo puede ayudarte en los momentos difíciles; no tienes por qué enfrentarte a ellos soledad. Además, contar con perspectivas diferentes puede contribuir a encontrar soluciones novedosas para tus problemas”, explica Martín.
No obstante, no elegir a las personas adecuadas puede revertir esta situación. Es necesario contar con quienes apoyan y reafirman los motivos sobre los que se mantiene la esperanza.