Cómo enfadarse sin perder los papeles
La ira es una reacción relacionada con la resolución de problemas, pero ¿sabes controlarla?
Tensión muscular, incremento del ritmo cardiaco y dientes e incluso puños apretados. La imagen descubre un enfado que ha alcanzado su manifestación física.
Enfadarse es algo inherente al ser humano:“Es muy importante subrayar que el enfado o la ira, como lo denominamos en psicología, es una emoción normal, que todos tenemos”, afirma Inés Magán, doctora en psicología, profesora en la Universidad Camilo José Cela de Madrid y coautora del libro La Ira (Ed. Grupo 5, 2016). Pero, ¿eres capaz de mantener esta reacción en la línea saludable?
La ira puede ser positiva
Sin embargo, y aunque resulte extraño, la ira es una emoción relacionada con la resolución de problemas.
Aunque este estado desencadene sensaciones negativas en nuestro organismo, es una alarma que se enciende cuando algo no funciona. “Que se asocie a malestar no quiere decir que sea mala en sí misma, pensemos en el dolor físico, genera malestar pero nos avisa de que algo puede estar mal en nuestro organismo. En este sentido, la ira es problemática solo si es muy intensa, frecuente, en definitiva, si es desproporcionada o las consecuencias son muy negativas”, continúa la experta.
Buenas prácticas del enfado
De su proporción, ajuste con la realidad y tiempo depende que el enfado sea una herramienta o se transforme en un tormento. De hecho, existen varios tipos de ira: una adaptativa y otra disfuncional.
La ira disfuncional es la que tiene consecuencias negativas para uno mismo”
“La primera es la ira saludable, la que nos ayuda a resolver conflictos con otras personas, manifestar aquello que se desea cambiar, defender nuestros intereses o derechos…”, señala la psicóloga. Esto se cumple siempre que se exprese desde el respeto, la calma y la firmeza.
La segunda, la disfuncional, “es aquella que tiene consecuencias negativas para uno mismo y para las personas que nos rodean y el entorno”, añade. Esta comienza cuando, coloquialmente, nos sacan de nuestras casillas. Algo que, lamentablemente, solemos ver cuando alguien pierde los nervios al volante. ¿Resultados? Gritos, insultos e incluso golpes o peleas.
1. Huir de la represión
Maquillar los sentimientos negativos que ha podido generar una situación, poniendo una sonrisa rígida, es contraproducente.
La supresión del enojo puede desembocar en lo que se denomina estilo pasivo-agresivo. “Cuando se suprime la expresión del enfado hasta que un día no se puede más y se estalla habitualmente de forma muy desproporcionada en relación con el suceso que ha generado ese enfado”, resalta la doctora.
Dependiendo del grado en que nos afecte la situación, existen varias tácticas para afrontarla. “No se trata de reprimirlo, porque no es sano, es preferible relativizarlo y no darle importancia. Si es algo importante para nosotros, hay que planificar qué decir, cómo, cuándo y dónde”, señala a especialista.
2. El caso del tardón
Son múltiples las situaciones que desatan la ira cotidiana, pero las reacciones suelen ser las mismas.
Tan inadecuado es no decir nada, pero estar cortante, como decir no puedo más”
El conflicto puede estallar, por ejemplo, cuando el concepto de puntualidad inglesa tiene significación solo para una de las personas que han fijado una cita. “Tan inadecuado es no decir nada, pero estar cortante, como decir: ¡no puedo más, siempre estás igual!”, dice Magán.
Expresar el malestar sí, pero sin culpar y agredir. Lo mejor es contextualizar y ser concretos: “sé que últimamente no tienes tiempo, pero no me gusta estar esperando a que llegues. Me gustaría que intentemos ser más puntuales y, así, yo pueda organizarme mejor, ¿te parece?”, recomienda.
3. Objetivo: frenar la discusión
Aunque sobre el papel parezca sencillo redirigir las emociones, si la situación ha desembocado en un estado de rabia y desasosiego el enfrentamiento está servido.
“Obviamente, si no vamos a ser capaces de hacer esta crítica de manera calmada y asertiva, es mejor posponerlo para tomar perspectiva. Manifestar el enfado cuando se está alterado puede ser contraproducente, puesto que podemos decir cosas de las que luego nos arrepintamos”.
Pero, si somos nosotros quienes nos exponemos a una persona iracunda, ¿cómo desarrollar el encuentro reduciendo al máximo los daños colaterales?
Lo primero es evitar entrar en el juego. “Hay que indicarlo sin perder las formas ni la compostura. Si la persona persiste, puede ser necesario que salgamos de la situación, avisando siempre claro, y que indiquemos que se habla todo cuando se esté más tranquilo”, concluye la experta.