En general, las navidades se consideran momentos de alegría, ilusión, reunión familiar o, al menos, unos días para hacer una pausa a finales del año. Sin embargo, también hay a quien no le entusiasma tanto diciembre, porque cuando se acercan estas fechas, a veces, se reabre el dolor del duelo o la pérdida de seres queridos.
Cuando las ausencias se apoderan del estado de ánimo, en momentos determinados como las navidades, reaparecen emociones dolorosas como el primer día. Belén Jiménez Alonso, investigadora y profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, dice que hay quienes sienten que “se les abre una nueva herida al contemplar la silla vacía del ser querido que ya no está”.
¿Por qué las Navidades reactivan el dolor de la pérdida?
“Son unas fechas que están cargadas de significado emocional. Además, las vacaciones cambian nuestro ritmo diario, nuestras exigencias y nuestras responsabilidades”, afirma Mireia Cabero, psicóloga especializada en Cultura Emocional Pública, también profesora en la UOC, quien añade que “tenemos más tiempo para sentir, estar y ser, y eso hace que estemos más conectados con nuestros dolores y con temas pendientes de resolver”.
Por su parte, el psicólogo José González, especialista en procesos de duelo y pérdida, y formador de profesionales de centros de mediación e intervención familiar, sostiene que este estado anímico es habitual en los séniors, porque, durante las fiestas, los adultos solemos conectar con la infancia. “Cuando se juntan hermanos de edades avanzadas, por ejemplo, muchas veces se comportan como cuando tenían 12 años, con las bromas y los enfados de antaño. Cuando esos seres queridos ya no están, la pérdida se nota aún más en estas celebraciones, y resulta más llamativa”, dice. Según nos vamos haciendo mayores, cada vez vamos perdiendo a más familiares y amigos, por lo que la muerte se nos antoja más cercana. “De hecho, cuando se pierde a la madre y al padre, muchos dolientes expresan que sienten como si hubieran envejecido de repente, como que les salieran canas en el alma, y se instala el pensamiento de que serán los siguientes”, añade.
Se abre una nueva herida al contemplar la silla vacía del ser querido que ya no está
Todo ello cobra gran intensidad durante estos días. Los psicólogos establecen que dependerá de algunos factores, como son las circunstancias de la muerte: pensar, por ejemplo, que esa muerte podría haberse evitado, que no se pudo estar junto al ser querido en su estancia hospitalaria, la incertidumbre de no saber qué ha pasado, no saber si esa persona sufrió o no, y si estuvo sola o acompañada.
También la pérdida de la relación, porque el ser querido fallecido ya no podrá disfrutar de los acontecimientos familiares y hay arrepentimiento de los agradecimientos que no se dieron en vida… Por último, no haber podido ni poder hablar con nadie sobre la pérdida o pensar que otras personas queridas también están pasando por un duelo, puede agravar el dolor.
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Cuando las ausencias se apoderan del estado de ánimo, en momentos determinados como las navidades, reaparecen emociones dolorosas como el primer día.
Decálogo para gestionar las ausencias
Los que viven sus primeras Navidades sin un ser querido pueden o no haberse anticipado al cambio. Pero no siempre es así. Por eso, de la mano de los expertos, reunimos algunas pautas que pueden ser de utilidad para hacer frente a las emociones que suelen surgir cuando se ha perdido a un ser querido y que se reactivan durante las Navidades.
1. Validar el dolor
Es importante aprender a gestionar ese dolor, porque detrás de muchos casos de depresión, ansiedad u otras afecciones de la salud mental, existen duelos no resueltos. José González lo resume con la frase “sostener el dolor para evitar el sufrimiento” y asegura que, si los procesos de duelo se reactivan en Navidad, “es necesario permitirnos el dolor, tener una conexión con la tristeza, la ira, la culpa o el enfado para después poder establecer lo que llamamos conexión vital”.
El experto explica que en todo proceso de duelo hay un doble mecanismo, como si fuera un péndulo del reloj de pared: “en un extremo tenemos el afrontamiento con sus momentos negros y emociones desagradables (tristeza, enfado, culpa…) y en el otro, al que llegaremos, los momentos dulces o blancos”. Por eso, el especialista concluye que “es oportuno estar triste en estas fechas durante un momento, para después poder disfrutar”.
Es necesario permitirnos el dolor, tener una conexión con la tristeza, la ira, la culpa o el enfado
2. Elegir lo que nos haga sentir bien (o menos mal)
Necesitamos darnos permiso y legitimar estas emociones desagradables, por eso, el psicólogo sugiere hacer un sondeo de las propias necesidades. “Se trata de buscar las opciones que nos hagan sentir menos mal. La persona puede querer celebrarlo donde lo hace normalmente, pero si hay momentos en los que se sienta especialmente triste, la recomendación es no forzar, no exagerar una alegría que no se siente. Quizá puede quedarse a la cena, pero no a la sobremesa, o solo a los aperitivos, o solo llegar al café. O acudir a la comida de Navidad, pero no a la cena de Nochebuena, o viceversa… Así, la emoción brotará de manera natural”.
3. Crear nuevos formatos de vivir las fiestas.
Belén Jiménez señala que incluso se puede preparar una reunión en familia antes de que lleguen las fechas señaladas, para que todo el mundo, niños incluidos, pueda “compartir abiertamente inquietudes y necesidades”. Es una forma de celebrar de manera más distendida y natural. También se puede aprovechar estos días, en los que los miembros de la familia están de vacaciones, para dedicar tiempo a tareas que nos reconfortan, como pintar, escribir, cocinar o hacer deporte.
4. Buscar una forma simbólica para recordar
Algunas personas dejan vacía la silla en la que se sentaba ese ser querido, o colocan algo en su memoria, o preparan su plato favorito a modo de homenaje. Otras familias hacen un brindis y lo traen a la conversación, como una forma de darle presencia a su ausencia.
Jiménez propone crear un espacio o un tiempo específicos para rememorarlo, antes de comer o de abrir los regalos, mientras que José González opina que ayuda mucho poder nombrarlos. “Hay un punto muy evidente en el proceso del duelo en el que uno puede mencionar a los ausentes sin que el dolor sea desgarrador. Puede ser a través de anécdotas, que suelen generar una emoción muy similar a la ternura: el abuelo que era gracioso, lo fuerte que roncaba o lo gruñón que era”.
5. Hablar del duelo para afrontarlo
En la línea del punto anterior, los psicólogos también recomiendan hablar, y coinciden en que hacer como si no pasara nada, no ayuda. Aunque resulte incómodo sacar este tema de conversación, es muy saludable hacerlo. Aceptar y legitimar el duelo, no darle la espalda ni ignorarlo.
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En Navidad pueden despertarse los sentimientos de tristeza por el duelo.
6. Rodearnos de un círculo cercano
Acompañarnos de personas que nos quieran y a las que queramos, recomienda Mireia Cabero. En días de duelo y de reactivación de ese dolor, de la pérdida, como son muchas veces las fiestas, sentir la cercanía de otros seres queridos es importante.
7. No aislarse
Es fundamental compartir el dolor con el entorno que, incluso, puede estar sintiendo el mismo malestar, nostalgia o tristeza de aquella silla vacía. José González recuerda la frase popular de que la tristeza compartida se divide y la alegría se multiplica. Lo observa en la terapia y grupos de duelo que coordina. “Es muy cierto que compartir situaciones de tristeza o de tránsito por una pérdida, el poder verbalizar las emociones desagradables necesarias, funciona”.
8. Dejarnos cuidar y mimar
También cuidar de alguien: sentir que aportamos algo al bienestar de otra persona nos hará sentir mejor.
9. Ser consciente de que cada duelo es único
Algo muy importante es asumir que cada uno construye su propio recuerdo de su duelo o pérdida, y que lo llevará y lo expresará de maneras muy diferentes.
10. Buscar ayuda profesional, si es preciso
Esta triste es normal, recordar con nostalgia a ese ser querido que ya no celebrará Navidades con uno, también. Pero si cada año la tristeza se repite con la misma intensidad, quizá conviene pedir ayuda psicológica para que proporcione herramientas para hacer más llevaderas las fiestas y, sin olvidar a la persona que no está, poder vivir con naturalidad con esa ausencia.