“Las vacaciones son como usar una tirita para tapar el corte de un hacha. Vas a sitios en los que nunca vas a poder vivir para llevar un tren de vida que no te puedes permitir y después regresas y en el telediario hablan de ‘síndrome posvacacional’. En realidad, lo que deberían decir es 'tu vida es tan horrible que te entra la depresión cuando tienes que volver a ella después de dos semanas de fantasía'”. Son palabras que podrían estar en boca de cualquier mortal con obligaciones laborales, pero es una de las grandes frases que pronuncia Marisa, una publicista en la treintena que sobrevive a su crisis vital y laboral a base de Orfidales, y que protagoniza El descontento (Temas de Hoy).
Es la primera novela de la periodista Beatriz Serrano (Madrid, 1989). En ella retrata de forma magistral, a través de Marisa y de su tedio laboral, situaciones que la mayoría de los lectores de cualquier generación pueden identificar en sus vidas. Reuniones de trabajo absurdas, compañeros dañinos, jefes mediocres, amistades perdidas, soledad, enganche a las redes sociales, la duda sobre si llevamos la vida que realmente queremos… Serrano, que acaba de presentar su novela en Barcelona, nos atiende tomando un café mañanero (sin Orfidal), antes de coger el AVE de vuelta Madrid, donde reside ella y también Marisa.
Los millenials somos la generación de la expresión constante: se habla más ahora (del hartazgo), igual que de salud mental. Pero eso siempre estuvo ahí...
¿Crees que el descontento que da título a tu libro es generacional, como se dice, o muchos de sus ingredientes ya trascienden la edad?
El descontento es intergeneracional. En mi generación ha habido una crisis económica que ha hecho que bajasen los sueldos, al tiempo que subían los precios de la vivienda o de la vida. Pero el tema que trata el libro es el desasosiego. ¿La vida es hacer el táper, trabajar, ir al súper y ver una serie de Netflix? Esa es la gran pregunta. Creo que eso no es generacional.
¿La gente de tu generación expresa más el hartazgo?
Los millennials somos la generación de la expresión constante: los blogs, el Fotolog, las redes ,sociales… Y sí, se habla más ahora de este hartazgo, como también se habla más de salud mental. Hace 30 años la depresión se escondía, pero estaba ahí. Con el descontento pasa lo mismo: mi generación lo expresa, pero siempre estuvo ahí.
Marisa, tu protagonista, no puede dormirse sin YouTube. ¿Hasta qué punto la dependencia de las redes es causa y parte de este descontento?
Marisa está muy sola. Es un reflejo de la sociedad tan individualista y tan poco comunitaria. Si vives en una gran ciudad, igual no conoces a tus vecinos porque quizá son turistas de Airbnb. Mi protagonista usa YouTube para acallar sus demonios internos. Otras personas se pegan maratones de Netflix, otros hacen scroll infinito hasta dormirse… Abusamos del entretenimiento más fácil para evadirnos y dejar de pensar en nuestra realidad. Si a eso le sumas los trabajos que te restan tiempo y horas con amigos... Nos estamos provocando una soledad demasiado ruidosa, llena de cosas alrededor.
Cada vez hay más gente joven sola. A partir de los 30 cuesta hacer nuevos amigos.. lo que hay es una socialización falsa, en el trabajo o en internet
Marisa está sola, tiene un follamigo y una supuesta nueva amiga… ¿La soledad planea sobre todas las edades?
Hay mucha soledad, y cada vez hay más gente joven sola. A partir de los 30 cuesta mucho hacer nuevos amigos. ¿Qué pasa si a una persona solo le queda una socialización falsa, en el trabajo o en internet? La persona se rompe y esto sirve para todo el mundo. Quería explicar que si no cuidamos los vínculos y no tenemos una sociedad de apoyos más colectivos, comunitarios, estamos perdidos. Esta es la verdadera pérdida de la humanidad.
El ambiente laboral en la empresa de este libro es impostado, ortopédico, tóxico por momentos… ¿Nuestro pan de cada día?
Creo que el entorno laboral es el único sitio donde estamos expuestos a violencias que no ocurren en ninguna otra parte. Si un novio te hace llorar, tu amiga te dice que lo dejes ya. En cambio, está naturalizado que alguien te grite o te trate mal en el trabajo. Permitimos violencias laborales soterradas y sutiles, que van haciendo mella, y esto es una relación de maltrato con un ente que al final de mes te hace un ingreso a cambio.
¿Qué te parece el relato sobre la pérdida de la cultura del esfuerzo en las nuevas generaciones? En una entrevista decías que ahora fantaseamos con ser funcionarios…
No lo digo en el sentido de no esforzarse o hacer el vago. La gente quiere tener estabilidad. Mis amigos se intentan sacar una oposición porque les han echado de agencias de publicidad o de medios de comunicación. Y están hartos. Quieren saber que harán un esfuerzo de estudio, pero tendrán una plaza, y esto les dará tranquilidad. Cobrarán a final de mes y podrán permitirse un piso, un plan de vida, tener horarios estrictos y una vida personal sin llamadas del trabajo fuera de la franja laboral.
Si rindes mucho en el trabajo, no te lo recompensan, te dan más tareas. Soy fan de la vagancia y de hacer sólo lo que te toca...
A Marisa no le agobia su trabajo, le mata la idea de tener que trabajar. Y vaguea para capear el temporal… ¿Lo tenemos que hacer un poco más?
Yo estoy a tope con que la gente haga el vago. Tendemos a dar mucho de más en el trabajo, y si rindes mucho no te lo recompensan, te dan más tareas. Salen tendencias como los ‘lazy girl jobs’ o la llamada ‘renuncia silenciosa’ que no es más que trabajar las horas que te pagan por contrato. “¡Fíjate, hacen sus horas, y se van!”, decían algunos, como si fuese normal la autoexplotación: hacer más y más. Estas personas de la renuncia silenciosa, hacen sus horas. Yo soy fan de la vagancia y de hacer sólo lo que te toca.
Si tienes esta concepción parece que no estás motivada… La periodista norteamericana especialista Sarah Jaffe dice que la vocación lleva a la autoexplotación. ¿Estás de acuerdo?
Sí. En el libro quería tratar el tema de la identidad, cuánto ponemos de nosotros en nuestro trabajo. No puedo soportar que te pregunten cómo te llamas, y a continuación, “¿qué haces?”, refiriéndose al trabajo. Es una pregunta tan abierta que podrías responder “estoy aprendiendo a hacer magdalenas”. La forma de decir “soy periodista”, “soy médico”, como definición de la persona. Por clasismo, esnobismo o interés, te presentas así; pero no miras igual a la otra persona si dice que es frutero. Sentirte tan identificada con tu vocación, que es lo que te va a dar dinero, genera explotación. Es triste que sintamos que no podemos realizarnos a través de cosas que no tengan que ver con el trabajo. ¿No te puedes realizar escribiendo o recogiendo flores y haciendo ramitos? Esto da mucha pena; vivir ya es una vocación.
Nos enseñan a realizarnos con cosas que den dinero…
La idea del dinero por el dinero, como en la película 'El triángulo de la tristeza', donde el capitán del barco dice que “crecer por crecer es el espíritu del capitalismo y también es la forma en que prolifera el cáncer, creciendo”. No tiene sentido. Hemos unido pasión con identidad y producción. Intentamos incluso capitalizar nuestros hobbies: “y esto que haces por qué no lo vendes en Etsy?”, e igual tú solo querías recoger margaritas, no vender los ramos.
Cuando hablo de 'jugar a oficinitas' me refiero a ese montón de gente que pasea por la oficina, pero no hace nada útil. Hay mucha impostura en el trabajo
Hablas de “jugar a oficinitas”. ¿Muchos de nuestros trabajos actuales no sirven para demasiado, son poco útiles, en realidad?
Lo de las oficinitas lo saqué de jugar a las casitas, cuando repetías lo que veías que hacían los mayores. En muchas oficinas es lo mismo, por ejemplo, repetir terminología corporativa en inglés: “tengo que gestionar un talent”, “me lo entregas ASAP”... Esta gente no se puede estar tomando a sí misma en serio, ¡están interpretando o son idiotas! Hay muchas cosas y maneras de relacionarse impostadas: “un café y te cuento”, “tengo una reunioncita”... Realmente muchas veces no se está trabajando. El libro Trabajos de mierda, de David Graeber habla de este mercado capitalista. Se supone que hay que sacar el máximo beneficio con el mínimo gasto, y hay un montón de gente que se pasea por la oficina. Igual en las grandes corporaciones sobra gente. O las cosas se podrían hacer en cuatro horas de jornada, en vez de en ocho.
Marisa vive a base de Orfidal. Los psicofármacos están presentes en la mesilla de noche de muchas personas. ¿También los hemos normalizado, introduciéndolos en nuestra cotidianidad?
Esto lo hemos asumido y lo vemos normal. Lo hacen personas de cualquier edad, incluso mi abuela. Me interesaba mucho poner al mismo nivel las drogas legales y las ilegales, las recetadas y las recreativas. Pienso que hay una idea punitiva y castigadora de las drogas recreativas. Después de los 80 y los efectos de la heroína se ha creado mucho silencio. Se hace, pero a la vez está mal visto drogarse, no se puede decir. En cambio, nos parece normal tomarnos un Orfidal si estamos nerviosos. Esto me parece de escándalo. ¿Les perdemos el respeto porque nos lo da un farmacéutico y no un camello? ¿No es lo mismo tomarte un Orfidal de lunes a viernes con el cortado antes de ir a trabajar que drogarse el viernes para desconectar hasta el domingo? Son dos soluciones distintas al mismo problema. Son anestesias.
Marisa y su entorno, o nosotras, periodistas, tenemos una profesión liberal vocacional. Una persona que cobra el sueldo mínimo, tiene tres hijos y vive en un piso precario en un barrio de extrarradio, seguramente pensará que la vida de Marisa es pura fantasía. Cuando se quiere dar una alegría, se va a comprarse unas ostras y unos quesos para cenar… No deja de ser una pija atormentada.
Totalmente. Me planteé mucho dónde debía estar Marisa en la empresa, en qué nivel de la pirámide social. Quería obviar el tema de la precariedad para no mezclar temas. Yo quiero hablar de la precariedad y amargura psicológica en personas relativamente privilegiadas, la insatisfacción de esta generación llamada de cristal, con tantas personas deprimidas, infelices.