La vocación por sí misma no es garantía de convertirse en un buen profesor. En cambio, una buena base académica es condición deseable para cumplir con esa función. Con esta premisa, Catalunya creó hace once años el Programa de Millora i Innovació en la Formació de Mestres (MIF), que estableció una prueba de aptitud personal (PAP) previa a la selectividad, como requisito para matricularse en las facultades de educación catalanas (ahora las privadas permiten matricular, a condición de que el estudiante se presente y apruebe durante el primer curso). Queda al margen el máster que conduce a la docencia en la etapa secundaria, ESO, bachillerato y la FP, que no exige ningún filtro.
Estas pruebas, que el Gobierno español quiere extender a todas las facultades, se basan en conocimientos de lengua y matemáticas de 4.º de ESO, ya que a ellas pueden presentarse estudiantes de ciclos formativos que no han cursado bachillerato.
En los últimos cinco años se ha detectado una bajada importante en el desempeño de matemáticas. En el 2024 fueron aptos en esa materia el 53%, y en el 2023, solo el 37%. Esto quiere decir que siete estudiantes que querían matricularse obtuvieron una puntuación inferior a 4, el umbral mínimo. Se aprueban las PAP si la media de ambas pruebas da un resultado de 5.
En el 2024 fue apto para las PAP el 58% de los que se presentaron, algo más que en el 2023, cuando las pasaron el 55%. Según la plataforma Unportal, en el 2024 se obtuvo una nota promedio de 4,7 en el examen de competencia lógico-matemática y un 5,07 en el de competencia comunicativa y razonamiento crítico. En el 2023, la nota del ámbito matemático fue de 3,87. Tampoco llegó a 5 en el 2020 ni en el 2021. En estos cinco años solo se obtuvo una media promedio superior a 5 en el 2022, con un 5,64.
Los ejercicios de las PAP se basan en contenidos de 4º de ESO y se aprueban con un 4 sobre 10
Es cierto que un poco menos de la mitad de los aspirantes no superaron las PAP y no pudieron matricularse en universidades presenciales públicas (sí en las privadas u online). Por tanto, si su desempeño fue realmente bajo arrastró hacia abajo la puntuación y descompensó las medias de los que sí aprobaron.
Las PAP son un primer filtro. Luego están las pruebas de acceso a la universidad (PAU), que también dejan fuera a estudiantes con bajo rendimiento. Como aún hay más estudiantes dispuestos a entrar en las facultades que plazas disponibles, las notas de corte aumentan, lo que exige a los estudiantes un rendimiento medio alto. Si quieren estudiar en Catalunya el doble grado (infantil y primaria), deben tener una nota mínima entre 7,99 (Rovira i Virgili de Tarragona) y 11,34 (Universitat de Barcelona) sobre 14. En infantil, las ponderaciones se encuentran a partir de 5, y en primaria, a partir de 7,45.
Las notas de corte de las universidades presenciales y públicas españolas se han situado en puntuaciones de entre 7 y 8 sobre 14, por debajo de medicina y matemáticas, pero por encima de derecho o económicas. Esto se explica porque tras la pandemia han mejorado los expedientes académicos de bachillerato y las pruebas de selectividad se han relajado.
Por lo demás, los estudiantes del grado de educación se encuentran entre los más aplicados de todas las carreras, según las estadísticas de Datos y cifras 2024 (Ministerio de Ciencia y Universidades), que ofrecen los datos del conjunto de universidades españolas. Destacan también los de enfermería y medicina, carreras que comparten una alta feminización y un bajo abandono. La tasa de rendimiento –los créditos que se aprueban en relación con los que se matriculan– es del 94%. Los estudiantes terminan la carrera en tiempo idóneo, esto es, acaban a los cuatro años de haber empezado (en otras carreras el promedio es de 5 y 6 años), y la media de la nota al acabar es de un 7,84 en infantil y 7,77 en primaria. Solo superan estas calificaciones las futuras enfermeras (7,88), y las igualan los futuros titulados en medicina (7,76).