Apuesta por la agricultura, a pesar de todo
LEJOS DE LA CAPITAL: LA FIGUERA
Júlia Viejobueno, payesa y escritora, medita en ‘Quedar-se al tros’ sobre su decisión de dedicarse al campo en La Figuera, uno de los pueblos más envejecidos de Catalunya
Júlia contempla la garnacha negra desde el balcón de la casa de la finca Miramar, un día de diciembre; al fondo el pueblo de La Figuera, a 575 metros de altitud
Júlia Viejobueno, payesa y escritora de La Figuera, reflexiona sobre la paradoja del vino, de los afamados tintos del Priorat que hace unas pocas décadas pusieron en el mapa a esta comarca, pero que no han logrado atraer a nuevos habitantes ni frenar el proceso de envejecimiento. Salvo alguna excepción. Júlia, de 30 años recién cumplidos, decidió regresar a su pueblo tras una etapa de cuatro años en Barcelona para cursar Estudis Literaris en la UB. Su apuesta es doble, intentar vivir de la tierra y en una localidad pequeña, con muy poca población, 120 empadronados, según los últimos datos publicados por el Idescat (2023).
Júlia medita sobre los motivos que la llevaron a volver a La Figuera y cómo es su día a día en el campo en su primer libro, Quedar-se al tros (VIBOP Edicions), en el que disecciona la realidad de las explotaciones familiares sacudidas por la burocracia, las incertidumbres, los precios no siempre justos que cobran por sus productos, la sequía y los daños causados en la viña por la fauna salvaje, de los jabalíes a los corzos.
“Quedarme en el campo es una opción política, es una defensa de los agricultores”, comenta tomando un café en el bar del Racó de La Figuera. Diciembre y enero son meses relativamente tranquilos tras la recogida en noviembre de la aceituna. Más adelante tocará podar los olivos y después la viña, los principales cultivos.
El primario es el primer sector económico del municipio, pero sin demasiadas expectativas de futuro por el escaso relevo generacional. “Antes las fincas las cultivaban la gente de aquí, del Priorat, pero los padres no quieren que sus hijos sean payeses y vienen trabajadores de fuera; es una bendición que Júlia y tres o cuatro jóvenes más se hayan quedado”, comenta el alcalde, Josep Maria Porqueras, jubilado. “El despoblamiento se debe a la crisis endémica de la agricultura”, añade.
Una vecina pasea por La Figuera una mañana de diciembre
“Cuando voy al campo me aíslo, respiro y cojo fuerzas, me enamoro cada día de lo que veo”, escribe
Júlia alerta de que si las cosas no dan un giro radical quienes se ocuparán de la tierra serán jornaleros, crecerán las grandes explotaciones en detrimento de las pequeñas y los payeses se extinguirán.
Tras la irrupción de la filoxera en el Priorat, en 1893, empezó la fuga de vecinos. En sus mejores tiempos, la década de los 80 del XIX, rozó los 900 empadronados. En los últimos años se ha situado en torno a los 120. La Figuera es el cuarto municipio del Priorat con menos población, después de El Lloar, Margalef y La Torre de Fontaubella, y el cuarto más envejecido de Catalunya. El 40% de sus vecinos supera los 65 años de edad.
“Márchate, estudia y búscate un futuro mejor en la ciudad”, es el mensaje inculcado a los jóvenes por sus mayores. El mantra ha calado. Muchos dejaron el pueblo, pero aún queda un reducido grupo de resistentes atrapados por el deseo de mantener vínculos ancestrales y por su apego a la tierra. Júlia constata que el discurso de los mayores ha transmitido desesperanza, invitando a la huida. Crecer en un pueblo envejecido contagia pesimismo a los vecinos. Ella se siente afortunada de haber ido a la universidad, de respirar otros aires en Barcelona y de tener la oportunidad de decidir que lo que quería era ser payesa. El futuro en la ciudad tampoco era muy alentador: “Quedarme en Barcelona significaba vivir en una habitación alquilada sin expectativas de mejora; por el mismo precio, unos 400 euros, aquí puedes alquilar un piso”. Aunque en el mundo rural el acceso a la vivienda tampoco es fácil; en La Figuera son mayoría las casas dedicadas a segunda residencia y la oferta de primera es insuficiente. En verano, la población se multiplica por cuatro, calculan en el ayuntamiento.
Júlia, en uno de los viñedos familiares
Camino de la finca familiar Miramar, plantada con cariñena negra de 60 años y enmarcada por el Montsant, Júlia señala el edificio que en el pasado albergó la escuela. “Éramos seis alumnos, cuando acabé sexto de primaria se cerró”. Ahora los estudiantes se desplazan a la vecina localidad de El Molar. El último nacimiento fue en junio del 2023 y actualmente residen en el pueblo siete niños de menos de 15 años, detalla Montse Castro, que compagina el trabajo como administrativa municipal con la bodega familiar Ficaria.
A la sequía y la burocracia se suman los daños causados en la viña por corzos y jabalíes
Vivir con los padres permite a Júlia cumplir con la filosofía que le han inculcado siempre: ahorrar mucho y gastar poco para alimentar una suerte de caja de resistencia que alivie los tiempos de malas cosechas y menguantes ingresos. “Hemos tenido dos años nefastos por la sequía, en esta última vendimia hemos recogido la mitad de uva, y en el 2023, igual. Ahora nos preocupa mucho el aumento de animales que entran en los campos, jabalíes y corzos, y ya hemos empezado a ver alguna cabra hispánica. Se comen la uva, dañan los márgenes y el cercado... Son muchos frentes abiertos”. No obstante prefiere ver el vaso medio lleno, disfrutar de la parte buena de la vida que ha elegido a sabiendas de que podría extinguirse demasiado pronto. Su libro va de esto, de explicar lo duro y a la vez gratificante que es este mundo. “Cuando voy al campo me aíslo, respiro y cojo fuerzas, me enamoro cada día de lo que veo”, escribe. Siente que las tierras que trabaja y los conocimiento que ha adquirido son un tesoro que no se compra con dinero. Sus sentimientos son ambivalentes. El optimismo asoma cuando disfruta de la belleza de una puesta de sol y el pesimismo irrumpe cuando piensa a largo plazo.
Sus reflexiones sobre la situación en La Figuera y el conjunto del Priorat son extrapolables a tantas otras comarcas envejecidas y con escaso relevo generacional. De la Terra Alta al Urgell o la Conca de Barberà.
Panorámica de La Figuera