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Laura: “Fui violada con 10 años y entre todos lo escondieron”

Violencia contra las mujeres

Testimonio de tres mujeres que han sufrido la violencia de género y sus duras consecuencias

Laura Sánchez-Maroto Capilla, de 30 años, lleva años de terapia tras sufrir una violación

Dani Duch

Ni un alma, no se escuchaba ni un alma. De esta manera acogieron los asistentes al IX Congreso del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), la gran mayoría, miembros del sistema judicial y el resto, de las policías nacional, autonómicas y guardia civil, el relato de víctimas de la violencia machista. Fueron testimonios objetivos, pero tan duros, que sobran todos los adjetivos. Y es que, como señala el magistrado del Supremo Vicente Magro, la violencia de género y sexual, a diferencia de otras, dejan marcadas de por vida a quienes las sufren.

Violada a los 10 años

Laura Sánchez-Maroto, de 30 años, recuerda con detalle lo que ocurrió ese viernes de noviembre de hace ahora 20 años. Salió del colegio con su mochila a cuestas y al llegar a su casa, un desconocido se coló en el portal diciéndole que iba a entrar en el sorteo de una Playstation 2. Él preguntó si había algún adulto en casa para que firmaran un papel, pero Laura indicó que sus padres estaban trabajando. El desconocido le pidió entonces entrar al baño. Con 10 años y recién salida de su clase de 5º de Primaria, Laura le abrió la puerta. Y lo que pasó en su hogar, “en mi espacio seguro”, le ha marcado su vida: “mi manera de vivir, de sentir, de relacionarme con los demás y conmigo misma, de quererme y de querer y de enfrentarme al mundo”, narra.

Esta pequeña fue violada y durante años guardó silencio porque así se lo impusieron sus padres tras llegar a casa avisados por la policía. Los agentes fueron alertados por un trabajador que entonces estaba en el rellano de la escalera y que al ver a la niña salió tras el violador, sin éxito.

Laura recuerda lo que ocurrió después, la declaración ante los agentes durante largas horas intentando explicar “con el lenguaje de una niña de 10 años que aún no tiene en su vocabulario palabras como violación, pene, sexo o semen” lo ocurrido en esa habitación. También fue al hospital, donde fue reconocida por unos sanitarios que la hicieron revivir en esa camilla lo mismo que en su habitación para coger unas muestras.

Laura tenía 10 años y el lunes siguiente volvió al colegio con “una mochila diferente a la del viernes anterior”

Dos años después, el violador en serie fue detenido y Laura tuvo que ir a hacer un reconocimiento en un sótano de un juzgado de instrucción. A través de unos barrotes, reconoció a su agresor: “Es el número 2 pero lo recordaba más alto. Cuanto más le veo, menos dudas tengo”, dijo. El trabajador que corrió tras el violador en la casa de Laura también señaló al número 2. Pero ese reconocimiento se dio como negativo porque no puede haber la más mínima duda al respecto (ella tenía dos años más, había crecido). Tampoco sirvieron las pruebas recogidas aquella horrible tarde de noviembre del 2004 en el hospital, porque “se habían perdido”. A la violencia sexual, violencia institucional. “Él era un violador en serie acusado de al menos 18 violaciones o intentos”, explica esta joven madrileña. Fue condenado a 19 años de cárcel pero no por el caso de Laura, a la que nadie informó del ingreso en prisión (“por la noche tenía miedo de que regresara porque sabía donde vivía”). En breve, saldrá de la cárcel.

Laura vivió con ese silencio durante 16 años. “Fui una niña callada, refugiada en la música y los libros. Tuve parejas, pero lo ocurrido ese viernes estaba presente en todo”, explica.

Hasta que hace cuatro años, en plena pandemia, decidió reconstruir ese 2004 y pidió los informes policiales, la denuncia, todo. Necesitaba saber, un derecho vital para las víctimas. Ver escrita la palabra violación en esos papeles le ayudó a iniciar el camino de la reconstrucción personal.

Laura estudió Biología, con 23 años se marchó de su casa a vivir con el hombre con el que ahora es su marido y quien la ha acompañado en este durísimo proceso de reconstrucción. Ha pasado por depresiones, por crisis de ansiedad, por momentos de aislamientos profundo... “pero aquí estoy”, dice con una bonita sonrisa.

Está en terapia y cree que siempre lo estará. Y cada día afronta ese veneno que es el silencio que la ha impedido avanzar, la ha hecho sentir vergüenza y creer que había hecho algo malo. “Ese silencio hace que regreses a un aula en el que todos quieren jugar y tú ya no”.

Arrojada por el balcón

“Yo era una mujer normal, con dos carreras, trabajando en una multinacional norteamericana durante 9 años, con mi familia, mis amigos, mi hipoteca... No cumplía el estereotipo de victima de violencia de género, pero es que no hay estereotipos. La violencia de género se define por el género, es la que ejerce un hombre hacia una mujer”. Así se presentó Carmen Giménez Abad, ante abogados, jueces y fiscales, entre otros, en el Senado. Pero no desde el atril, ya que no podía acceder con su silla de ruedas. “En el 2010, mi pareja, con una relación tortuosa de dos años, me tiró desde un tercer piso”, recuerda. Carmen, que ha hecho de su silla sus zapatillas y compite, sobrevivió “a duras penas”.

Esta atleta, madre de dos niñas, denuncia que la Policía no abrió ninguna investigación hasta que no salió del hospital seis meses después. En ese tiempo “no se había hecho un atestado, nadie vino a preguntarme que qué había pasado, que si estaba regando las macetas y me había caído. Nada. Cuando denuncié se abrió una instrucción en un juzgado de violencia de género y comenzó la investigación. Tras un año de instrucción, se dicta un auto de sobreseimiento provisional por falta de pruebas”, relata ante las fuerzas del Seguridad presentes en el Senado y miembros de la judicatura .

“Me he leído los 20 informes que el Observatorio ha realizado desde el 2004, año por año, y he comprobado que entre el 40 y el 50% de los casos se sobreseen. En lenguaje no jurídico, significa que una víctima denuncia pero ni siquiera se juzga, se archiva. Profesionales jurídicos dirán que porque hay mujeres que no declaran, habrá algunas, pero hay otras como yo que sí declaramos, pero da igual. ¿Cómo puede ser que casi el 50% de las denuncias sean sobreseídas?”, pregunta en un auditorio en el que sólo se oye su voz.

Catorce años después, Carmen Giménez ha denunciado a su entrenador con quien tenía una relación. “¿Creen que han cambiado las cosas en estos años? Hace 15 días estuve declarando en el juzgado, y no, no han cambiado, señala, indignada con la actuación de la juez y la fiscal.

Mutilación genital a los 5 años

Asha Ismail recuerda el viaje con su madre, en su Kenia natal, como una aventura. Tenía 5 años e iban casa de la abuela. “Lo que no imaginé es lo que iba a pasar en la cocina de esa casa, donde habían cavado un agujero. Antes me habían mandado a comprar unos cuchillos. Cuando llegué mi madre y mi abuela me sujetaron por las piernas y los brazos y me abrieron las piernas. Y con las cuchillas que había comprado me empezaron a cortar. Todavía escucho el sonido de mi carne. Me pareció una eternidad, el dolor era tan intenso que es difícil de describir. Cuando terminaron me cosieron los labios, para que quedara completamente sellada y llegara virgen al matrimonio”, relata.

“Todavía escucho
el sonido de la cuchilla entre mis piernas. Luego me cosieron para que llegara virgen”

“Ese día cambió mi vida porque el daño es permanente. Cuando crecí dieron un buen precio por mi, lo llaman dote y en realidad es una venta a un señor mayor que estaba en Somalia. Aquella noche intentó penetrarme pero no podía porque estaba cosida. Entró una mujer con una cuchilla y me cortó los puntos. Fuí violada esa noche las veces que él quiso. El dolor era enorme y solo oía en el exterior la alegría de mi familia porque habían entregado una virgen y la familia de él por haber comprado una virgen”.

“Me quedé embarazada. Sólo pedía un niño, porque así no pasaría esto. Pero nació una niña, y en ese momento decidí que mi hija no pasaría por lo que yo estaba pasando. Algo cambió totalmente en mí cuando vi a mi pequeña. Y así nació Save a girl save a generation , que, aunque se creó en 2007, la idea surgió hace 35 años”. Esta oenegé lucha para acabar con la mutilación genital femenina, una barbaridad que no “es cosa solo de mujeres negras, africanas o musulmanas. La mutilación genital femenina se practica en 92 países. Pasa en Colombia, en Rusia, India Georgia, en Estados Unidos... No son unas pocas mujeres ignorantes. Sigue ocurriendo porque hemos pensado que era solo algo que afectaba a mujeres pobres negras ignorantes”, denuncia Ismail.

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