José Luis Torrente es un personaje de ficción. Un policía nacional que tras su expulsión del cuerpo se convierte en un personaje estrambótico. Santiago Segura convirtió la saga Torrente en la más taquillera del cine español. La quinta película de la serie tuvo al mismísimo Alec Baldwin como coprotagonista y se filmó parcialmente en una terminal aérea y una pista de vuelo que el equipo de rodaje tuvo a su entera disposición en el 2014 para convertirlo en el supuesto aeropuerto de La Moraleja.
Hasta ahí lo ficticio, pues la instalación donde se rodó Torrente 5 es el aeropuerto de Ciudad Real, una infraestructura que tuvo un coste de 1.100 millones de euros y solo se usó para vuelos comerciales regulares desde diciembre del 2008 hasta octubre del 2011. A unos 220 kilómetros de Madrid, el aeropuerto se planteó como alternativa a un saturado Barajas a finales de los noventa y, aunque el aeropuerto madrileño inició unas importantes obras de ampliación de terminales y pistas, los responsables del manchego, que tenían a Caja Castilla-La Mancha como principal apoyo, siguieron adelante con su proyecto, bautizado con un nombre premonitorio: Don Quijote Airport.
Algunos, como el de Castelló, han conseguido encarrilar su situación, después de años en barbecho
El aeropuerto de Ciudad Real ha vuelto a la actualidad, pues es uno de los lugares que el ministerio de Inclusión, Seguridad y Migraciones estaría valorando como gran centro de acogida para los migrantes adultos llegados de forma irregular a Canarias, un asunto convertido en fuente de fricciones entre los gobiernos regional, local y central. Por el momento no hay nada concreto sobre la instalación temporal de personas procedentes de África junto a una de las pistas de vuelo más grandes de Europa: cuatro kilómetros de largo y 60 metros de ancho, además de una terminal vacía y plataformas de aparcamiento de aeronaves donde únicamente quedan un puñado de aviones estacionados que esperan su desguace definitivo.
Desde que Vueling dejó de operar allí el 29 de octubre de 2011 y hasta la irrupción del covid, que lo convirtió en almacén provisional de aeronaves, el de Ciudad Real ha sido uno de aquellos célebres “aeropuertos sin aviones” que proliferaron a principios de siglo, como el nuevo aeropuerto de Murcia, el de Lleida-Alguaire, el de Castelló o el de Huesca, nuevas instalaciones concebidas en época de bonanza, previa a la crisis de 2008. En algunos casos, sus gestores los han reconducido y les han dado un sentido. En otros, todo sigue casi igual.
El aeropuerto de Ciudad Real costó 1.100 millones de euros y solo se usó para unos pocos vuelos comerciales regulares durante tres años
Castelló fue paradigmático. Impulsado por Carlos Fabra, presidente de la Diputación local entre 1995 y 2011, se inauguró tres meses antes de que este abandonase el cargo, aunque la instalación no recibió todos los permisos operativos hasta navidades del 2014. Así, se convirtió en el aeropuerto sin actividad más célebre de España y símbolo de tiempos de bonanza y gastos suntuarios que se veían con malos ojos en plena crisis económica. La actualidad es diferente: Aerocas, la empresa publica que lo gestiona, ha diversificado las actividades de este aeropuerto. El año pasado cerró con 283.000 viajeros (por encima de los de Valladolid o Pamplona), lo que se complementa con una intensa actividad industrial de reciclaje, mantenimiento y formación aeronáutica.
Lleida-Alguaire, en manos de Aeroports de Catalunya, también ha encarrilado un aeropuerto al que se identificaba con los gastos abultados y se consideraba innecesario por falta de demanda real. Tras pasar por una etapa de compañías de bajo coste y chárter con viajeros europeos en busca de la nieve del Pirineo de Andorra, en los últimos años se ha centrado en proyectos de mantenimiento, reciclaje de aviones, pruebas de aeronaves autónomas en vertipuertos, motores de cohetes y formación aeronáutica en un campus que va creciendo, además de mantener vuelos regulares a Baleares.
Murcia fue otro caso de aeropuerto sin aviones. Promovido por la región con el apoyo financiero de la CAM y Cajamurcia, inició obras en el 2008 para intentar arrancar en el 2010. Lo curioso del caso es que la región ya tenía aeropuerto: la base de San Javier, que en su parte civil estaba gestionada por Aena. De hecho, desde la torre de control del nuevo aeropuerto se veía la del existente. El primero no cerró hasta el 2019. Así, el aeropuerto de la comunidad de Murcia no arrancó hasta nueve años después de lo previsto. Concesionado a Aena, en el 2023 tuvo 878.000 viajeros, siendo el 26.º en España por pasajeros.
El 48.º y farolillo rojo de Aena es otra instalación cuestionada: Huesca-Pirineos, operativa desde el 2007 sobre un antiguo campo de vuelo sin motor, donde se construyó una terminal y una pista nueva. En su mejor año tuvo 6.200 pasajeros, aunque en el 2023 se quedó en 276, menos de un viajero al día. Como Ciudad Real, Huesca busca actividad, aunque con calma: el aragonés está bajo el paraguas de una gran red aeroportuaria que lo protege. Por su parte, el castellanomanchego vuela bajo y en solitario, gestionado por la empresa CRIA o Ciudad Real International Airport, que aún busca sentido y viabilidad como gran instalación aeronáutica.