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Cómo aumentar el cociente intelectual del mundo

Nutrición y cognición

Formas sencillas de lograr que la próxima generación sea más inteligente

Cómo mejorar el coeficiente intelectual del mundo

Getty Images

Las personas son hoy mucho más inteligentes que en generaciones anteriores. Según un estudio realizado en 72 países, el cociente intelectual medio aumentó 2,2 puntos por década entre 1948 y 2020. Ese asombroso cambio se conoce como efecto Flynn en honor a James Flynn, el científico que lo observó por primera vez. Flynn se sintió al principio desconcertado por su descubrimiento. El cerebro ha tardado millones de años en evolucionar. ¿Cómo era posible que mejorara tan deprisa en apenas unas décadas?

En gran medida, la respuesta es que las personas estaban cada vez mejor alimentadas y estimuladas mentalmente. Del mismo modo que los músculos necesitan alimento y ejercicio para fortalecerse, también el cerebro necesita nutrientes y actividad adecuados para desarrollarse. Los niños de hoy tienen muchas menos probabilidades de sufrir malnutrición que en décadas pasadas, y más probabilidades de ir a la escuela. Ahora bien, no podemos caer en la autocomplacencia.

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Las mentes jóvenes se están desaprovechando. En los países ricos, el efecto Flynn ha seguido en gran medida su curso, aunque el rendimiento educativo allí se ha estabilizado. Hay otro problema más grave. En los países pobres y de renta media, muchos niños siguen sin estar lo bastante bien alimentados para alcanzar su potencial cognitivo.

A escala mundial, el 22% de los menores de cinco años (unos 150 millones de niños) están desnutridos hasta el punto de sufrir retraso en el crecimiento. Eso significa que es probable que sus cerebros también sufran retraso. La mitad de los niños del mundo sufre carencias de micronutrientes, algo que también impide el desarrollo cerebral. Una mala nutrición y la falta de estímulos pueden traducirse en una pérdida de hasta 15 puntos de cociente intelectual. Las consecuencias son desastrosas: un estudio reveló que el retraso en el crecimiento lleva una disminución de un 25% en los ingresos. Es probable que los daños sufridos durante el período crítico de los primeros 1.000 días tras la concepción sean permanentes.

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El mundo cultiva suficientes alimentos, pero varios obstáculos impiden que los nutrientes lleguen a los cerebros jóvenes. Uno es la guerra. A las familias que se resguardan de la metralla les resulta imposible arriesgarse a salir a plantar o cosechar; además, algunos gobiernos provocan intencionadamente hambrunas en regiones díscolas con objeto de someterlas. Las enfermedades son otro obstáculo. Los niños que pasan hambre enferman con más frecuencia, y la energía que gastan combatiendo gérmenes y parásitos no pueden dedicarla al crecimiento de la materia gris.

La pobreza es una gran parte del problema. Sin embargo, los datos globales de UNICEF muestran que, aunque la mitad de los niños con dietas muy restringidas (que no incluyen más de dos grupos de alimentos) proceden efectivamente de familias pobres, no ocurre lo mismo con la otra mitad. Otros factores, como los malos hábitos alimentarios, también son culpables.

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Muchos padres, incluso en países de ingresos medios, creen que basta con atiborrar a un niño pequeño de indigestos carbohidratos, pero descuidan las proteínas y los micronutrientes. El sexismo también desempeña un papel. En las sociedades patriarcales, los maridos suelen comer primero; comen las sabrosas proteínas y dejan a sus mujeres embarazadas con carencias de hierro. En algunas culturas, es tabú que las futuras madres coman ciertos alimentos altamente nutritivos, desde huevos en algunas partes de Etiopía hasta gambas en algunas partes de Indonesia. Las madres desnutridas tienen más probabilidades de dar a luz a bebés desnutridos.

La demografía confiere urgencia a la situación. La fecundidad es mayor en los países donde la malnutrición está más extendida. A menos que mejore la nutrición, la próxima generación se enfrentará a mayores retos cognitivos que la actual. Sería un resultado nefasto; sobre todo, porque es muy fácil de evitar. El Banco Mundial calcula que sólo bastarían 12.000 millones de dólares al año para luchar contra la malnutrición «a escala». Eso no es apenas ni un tercio más de lo que Estados Unidos despilfarra en subvenciones agrícolas.

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Varias tácticas funcionarían. La más sencilla consiste en enriquecer los alimentos básicos, como la harina, con micronutrientes como el hierro, el zinc y el ácido fólico. Es algo barato y puede suponer una gran diferencia. Añadir yodo a la sal ha hecho que el cretinismo (una forma grave de retraso mental) sea cosa del pasado en lugares donde antes era común, desde China hasta Suiza. Casi tres cuartas partes de los países exigen que al menos algunos alimentos producidos en masa estén enriquecidos; sin embargo, el arroz no suele estarlo, por lo que resulta especialmente desacertada la reciente prohibición en Filipinas del «arroz dorado», modificado genéticamente para tener más vitamina A.

Otro método consiste en dar pequeñas sumas de dinero a las familias pobres con bebés o madres embarazadas. La entrega de dinero en efectivo es mejor que la entrega de alimentos. Es más flexible: el dinero se puede gastar también en medicinas. Cuesta menos distribuirlo, porque puede enviarse digitalmente. Y es más fácil de supervisar. Los camiones cargados de grano para los pobres suelen ser objeto de robo o adulteración.

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Algunos planes condicionan las entregas a otros factores que podrían ayudar a los niños, como las vacunaciones o la formación de los padres sobre nutrición e higiene. Cambiar los hábitos de la gente es difícil, pero los padres tienen un incentivo para aprender, porque a la mayoría les preocupa que sus hijos no crezcan sanos. Promover una mejor nutrición debería formar parte de los sistemas de atención sanitaria, que deberían centrarse en esos cruciales primeros 1.000 días. Lo ideal sería que, antes de quedar embarazadas, las mujeres supieran de la importancia de los micronutrientes y el lavado de manos. Si no es así, la primera visita a la atención prenatal es un buen momento para concienciarlas. Con los padres es más difícil establecer contacto, pero se los puede convencer si se les dice que compartir la comida con sus esposas beneficia a los hijos no nacidos.

Mientras tanto, se necesita más investigación. Los científicos de Bangladesh han descubierto que la mayoría de las mujeres de los barrios marginales locales tienen los intestinos inflamados, lo que significa que carecen de las bacterias adecuadas para absorber correctamente los nutrientes; en la actualidad, están probando formas baratas de promover las bacterias benignas. En África, los investigadores estudian cómo tratar la anemia (falta de hierro) sin fomentar la malaria (ya que el parásito prospera en la sangre rica en hierro).

Un desperdicio terrible

Hay quien sostiene que la inteligencia humana importará menos a medida que las personas externalicen su pensamiento a la inteligencia artificial. Suponer eso es tan insensato como lo habría sido afirmar hace 100 años que la invención del automóvil haría innecesario caminar. En el lugar de trabajo, es probable que la inteligencia humana y la artificial se complementen. 

Y los cerebros sirven para el placer de pensar, además de para ganar dinero. Steven Pinker, de la Universidad Harvard, llama a la inteligencia “un viento de cola en la vida”, que ayuda a las personas a adaptarse racionalmente a los nuevos retos o a un entorno cambiante. Por un módico precio, la próxima generación puede tener un viento de cola más fuerte. Negarles eso no sólo sería un error. Sería estúpido.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix