El Villa de Pitanxo se hundió el martes en las gélidas y revueltas aguas de Terranova, con olas de 10 metros y vientos de hasta 120 kilómetros por hora. La tragedia permite reflexionar sobre la dura vida de los marineros, tanto de los que surcan los océanos como el litoral. A bordo del barco gallego iban 24 pescadores, de los que solo tres han sobrevivido. Para uno de ellos, el patrón Juan Padín, de 55 años, es su segunda vez.
El capitán ya vio irse a pique otro barco cuando era un crío de solo 16 años, en 1983, frente a las costas de Marruecos. Que un adolescente de 16 años se haga a la mar ilustra una de las características de este oficio, que en numerosas ocasiones se hereda de padres a hijos. Es el caso de los marineros desaparecidos en Terranova, muchos de ellos hijos y nietos de pescadores. Pasa lo mismo en casi todas las cofradías.
Los rescatados
Confundidos y con hipotermia
Los tres supervivientes llegaron el sábador a San Juan de Terranova. Son el patrón del Villa de Pitanxo, su sobrino y un marinero ghanés: Juan Padín, Eduardo Rial y Samuel Kwesi. Se hallan “muy confundidos y con síntomas de hipotermia”. Su testimonio será clave. La armadora ignora si hubo o no una avería. En el mismo barco, el pesquero gallego Playa de Menduiña, llegaron al puerto canadiense siete cadáveres (los otros dos lo hicieron la víspera). Ya han sido identificados: cinco españoles, tres peruanos y un ghanés. España fletará un avión este domingo para su repatriación. Las familias de los 12 marineros que siguen desaparecidos han recogido 50.000 firmas en solo 24 horas para que se reanude la búsqueda.
Ha habido marineros que se han enterado de la muerte de sus hijos mientras estaban faenando a su vez en las Malvinas o en el Gran Sol, como el padre de Raúl González, de 24 años, uno de los benjamines del Villa de Pitanxo. En Barcelona hay pescadores que son hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de pescadores, como por ejemplo José Manuel Juárez, de 55 años, el patrón mayor de la cofradía de la capital catalana.
Y no es ni mucho menos un caso único. Todos los marineros, tanto los de altura como de bajura, han visto portentos en el mar. El patrón mayor lo experimentó en mayo de 1983, cuando vio flotar una montaña más grande que el Nuevo Bonito, su barco de aquella época. Sucedió frente al delta del Llobregat, cuando irrumpió de la nada un islote que desafiaba la lógica y todas las cartas náuticas…
El patrón mayor, que entonces era un simple marinero, estaba de guardia en el timón. La mole que se atisbaba en el horizonte le impelió a aflojar la maneta. El motor tosió y el casco comenzó a cabecear lentamente. Uno a uno, los marineros se asomaron a la amura y preguntaron qué pasaba. La olieron antes de verla. Era el cadáver de una ballena jorobada de 20 toneladas, una de las más grandes avistadas tan cerca del litoral.
El cetáceo acabó varado en la playa de El Prat del Llobregat. Todos los pescadores han visto imágenes que no olvidarán en la vida. Algunas son maravillosas. Otras no, como esos días en que en las redes hay más basura que peces. “Somos los barrenderos del mar”, dicen Juan y Dani, padre e hijo, del pesquero Hermanos Parrones. Pero las maravillas deben superar a las pesadillas, de lo contrario no se entiende su pasión….
Del mar no se vive, se sobrevive. Desde luego, los marineros no se enrolan para enriquecerse ni porque sea un trabajo fácil. Las grandes compañías pesqueras de Terranova o el Gran Sol podrían recurrir hoy a la misma fórmula que la leyenda atribuye al explorador polar Ernest Shackleton: “Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo...”.
Un oficio de locos
Si se pesca poco, malo; y si se pesca mucho, peor: la sobreoferta devalúa el producto
“Con suerte podemos llegar a final de mes al salario mínimo interprofesional por jornadas de hasta doce horas”, explica Manuel, un pescador de Almería afincado en Barcelona. Hay pueblos andaluces, en especial de Almería y de Granada, como La Rábita, que son un auténtico caladero de pescadores y que nutren de profesionales de la mar a todo el litoral.
Entre la flota barcelonesa, como en la tripulación del Villa de Pitanxo, también hay pescadores de Perú y Ghana, aunque entre los extranjeros de los pesqueros de Barcelona son mayoría los marroquíes, seguidos por los argelinos, ecuatorianos y senegaleses. La mayor parte de las embarcaciones son de cerco, unas 22. Una decena se dedica a la pesca de arrastre.
También hay barcos de artes menores, con solo dos tripulantes, que atrapan lubinas, doradas o besugos con anzuelos y redes especiales, más pequeñas. Esta menor escala induce a muchos a calificar esta pesca de artesanal. En realidad, toda la pesca de de Barcelona es artesanal. Esta cofradía obligaba a realizar parones biológicos antes de que fueran obligatorios y defendía la supervivencia del sector de forma muy estricta.
Un ejemplo: cuando por ley las capturas por barco y día no podían exceder de 300 cajas de sardinas, la cofradía fijó el límite en 300. La pesca de bajura es de locos. Si el azul se espanta, no hay nada que hacer. El azul, la marea… El oficio solo es rico en polisemias. No es argot, es poesía. La marea son las sucesivas campañas. Para alguna de las víctimas del Villa de Pitanxo en edad de jubilación, ¡ay!, esta iba a ser su última marea.
El azul son los cardúmenes y los bancos o molas de sardinas, boquerones, jureles, caballas. O el fletán, que hoy está aquí y mañana allí, como pasa en Terranova. Quizá el radar del pesquero detectó un banco importante y por eso siguió desafiando las olas pese al empeoramiento de las condiciones meteorológicas. Es un oficio de locos. Todo depende de la suerte, del estado del mar, de que no se rompan las redes…
Y las tragedias son más frecuentes de lo que parece, aunque solo trascienden cuando son tan luctuosas como la de ahora. Sí, un oficio de locos. Si no se pesca, malo. Y si se pesca mucho, malo también. Como en la bolsa, el exceso de oferta devalúa el producto. Eso explica que los ingresos sean azarosos (por lo general, el 60% para la tripulación y el resto para el armador, aunque algunos propietarios exigen el 50%).
Hablamos, claro está, de pesca de cerco y de arrastre. La primera lleva unos 14 marineros por barco, que trabajan de diez de la noche a ocho de la mañana (suyas son esas luces que se ven desde la costa). Las embarcaciones de arrastre, con tripulaciones de cuatro o cinco personas, faenan desde el amanecer hasta las cuatro o las cinco de la tarde en busca de gambas y cigalas. Y, si se tercia, pulpos, rapes y lenguados.
Mucho esfuerzo y sacrificio, poco dinero. Queda el recurso de pasar más tiempo fuera de casa, en Terranova, por ejemplo, y de convertir el barco en el hogar por unas semanas o meses a cambio de un fijo más los complementos. Una buena marea puede deparar sueldos de entre 1.500 y 2.000 euros, explican fuentes del sector. Pero el trabajo es muy duro y los peligros del azul, como ha quedado de manifiesto una vez más, grandes.