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“La valentía es amor en movimiento”

Alicia Vacas moro

Con el premio Mujeres de Coraje, el Departamento de Estado de Estados Unidos distingue cada año la valentía de mujeres de todo el mundo

Alicia Vacas Moro en el 2014 en el campamento beduino de Khan al Ahmar, víctima de continuas demoliciones para la construcción de colonias israelíes

MIKEL MARIN.

Su reacción al anuncio de la concesión del premio Mujeres de Coraje con el que el Departamento de Estado de Estados Unidos distingue cada año la valentía de mujeres de todo el mundo fue tan modesta como cabe esperar de una religiosa. ¿Por qué ella y no otras? “Mi vida es muy parecida a la de la mayoría de mis hermanas. No sé por qué me ha tocado a mí pero lo acepto con gratitud por lo que significa para todas las mujeres que están detrás y a veces pasan tan desapercibidas”, comenta desde Jerusalén la misionera Alicia Vacas Moro, la primera española en recibir el galardón.

¿Qué es la valentía?, se ha preguntado desde que el 8 de marzo recogió telemáticamente el premio. “Me parece que el coraje es simplemente amor en movimiento, amor en acción. En nuestro caso lo que nos lleva a hacer cosas que para otra gente son extraordinarias es la pasión que llevamos dentro por la vida y por la gente necesitada”, reflexiona. En la vida de Vacas Moro, actualmente coordinadora en Oriente Medio de las hermanas combonianas, sobran los ejemplos de eso que llama “amor en acción”.

Tras trabajar en Egipto, la hermana Alicia fue destinada a Tierra Santa, donde ha trabajado con beduinos

Nacida en Valladolid en 1972, con 18 años ingresó en la congregación de las Misioneras Combonianas. “No me identificaba con las religiosas con las que había estudiado, siempre tuve claro que quería ser misionera. Al principio lo sentía de forma muy nebulosa y luego con la certeza de que era algo para mí” . Tras formarse en España e Italia, en 1995 se fue a Gijón para estudiar Enfermería, una vocación que años después completó con la especialidad de Medicina Internacional.

El mundo árabe es el territorio donde ha ejercido siempre. Pasó unos meses en Dubái y luego fue destinada a Egipto. Allí gestionó una clínica rural cerca de Luxor y otra a las afueras de El Cairo. La experiencia desmoronó su imagen
de la misión, más idílica. Ser misionera en lugares donde los cristianos son minoría “es un ejercicio de adaptación que exige esfuerzo y escucha, y que te lleva a despojarte de prejuicios y aprender a vivir de otra manera. Al final te encuentras con una riqueza cultural y humana enorme”.

En el 2008 se trasladó a Tierra Santa, donde vive y trabaja a la sombra del muro de separación israelí que rodea el convento de las Misioneras Combonianas levantado después de la segunda intifada. No es una metáfora: “Es así, literalmente”, enfatiza mientras enfoca con el móvil la gigantesca barrera que divide el barrio de Betania, donde vive la minoría beduina. El muro de separación israelí dividió familias y dejó a mucha gente sin su medio de vida y sin infraestructuras básicas, una crisis que las llevó a reforzar su presencia al otro lado de la barrera.

Doblemente marginados –por el Gobierno israelí que quiere expulsarlos del desierto y el palestino, “que siempre los ha considerado ciudadanos de segunda”– los beduinos “no tienen nada”, pero al preguntarles qué es lo que más necesitan, siempre responden lo mismo: escuelas. De esa urgencia nació el proyecto de construir una escuela no con ladrillo y mortero, prohibido por Israel, sino con 3.000 neumáticos viejos rellenos de tierra.

Tras años esquivando amenazas de demolición, la escuelita sigue en pie y aún han levantado varias más. El proyecto, desarrollado con la oenegé italiana Vento di Terra, fue también una construcción espiritual para las mujeres beduinas han recibido formación para ser ellas las maestras de la escuela y ser útiles para sus familias sin salirse de sus papeles tradicionales.

En el 2009, tras la operación Plomo Fundido del ejército israelí, la religiosa formó parte de la misión internacional sobre violaciones de los derechos humanos en la Franja de Gaza. Vacas Moro también ha colaborado con la organización israelí Médicos por los Derechos Humanos en una clínica en Tel Aviv que atiende a personas sin seguro médico, en general refugiados y víctimas del tráfico de personas en la península del Sinaí. Muchas son africanas que llegan a Israel, a menudo embarazadas, para pedir asilo, pero pocas lo consiguen.

La valentía y el liderazgo de la hermana Alicia son “virtudes inspiradoras”, celebró el encargado de negocios de la embajada de EE.UU. ante la Santa Sede, Patrick Connell, en la ceremonia de entrega del premio, en la que participaron la primera dama, Jill Biden, y el secretario de Estado, Antony Blinken. “Desde su trabajo en una clínica rural de Egipto a sus infatigables esfuerzos para mejorar las vidas de las mujeres y niños beduinos, y ayudar a refugiados que huyen de la guerra y la inestabilidad política, la hermana Alicia ha asumido enormes riesgos para defender los derechos y la dignidad de los otros” y “empoderar a las mujeres”. Fue la única religiosa entre las 21 galardonadas.

“Cuando la pandemia de la covid golpeó el norte de Italia, Alicia volvió a demostrar su generosidad hacia los demás” y viajó a Bérgamo para cuidar a sus hermanas, destacó Murray. En pocas semanas, 12 de sus 55 religiosas fallecieron. La última ola se ha cebado ahora con su comunidad en Milán. Paciencia y resiliencia son las dos enseñanzas que saca por ahora la hermana Alicia de la pandemia. “Aún no hemos acabado de aprender pero está claro que lo que sea lo tenemos que hacer juntos” porque "como hemos visto todo está interrelacionado. O nos curamos todos o nos enfermamos todos"