¿Por qué es tan especial este súper?
Integración social
Lección en Manresa de una cadena de supermercados y de una fundación que ayuda a personas con discapacidad
Un pequeño gran milagro en Manresa, la capital de la comarca barcelonesa del Bages y de la Catalunya central, revela la valía profesional de las personas con discapacidad. Dos de las mejores pruebas de esta feliz integración laboral, pero no las únicas, son sendas franquicias de la cadena Caprabo. Los locales se han convertido en un modelo de éxito, gestionados por la fundación Ampans, que ayuda a 2.000 personas en situación de vulnerabilidad o con problemas físicos o psíquicos.
Pero antes de hablar de este logro comercial, hay que hablar de las personas que verdaderamente lo han hecho posible. Personas como Martí Santaulària, de 21 años. Después de sentirse estigmatizado y diferente durante mucho tiempo, de sufrir acoso de niño y las burlas crueles de quienes no entendían sus episodios de epilepsia, este joven se encerró en sí mismo, una característica de las personas que, como él, tienen síndrome de Asperger, una variedad de autismo.
Martí se convirtió en “alguien inseguro, lleno de miedos e incapaz de pedir ayuda”. Y así hasta que una bicicleta se cruzó en su vida. La bicicleta era la fundación Ampans, con su epicentro en el Bages y que ha hecho de la ayuda a las personas con discapacidad o en situación de vulnerabilidad su razón de ser. Esta entidad sin ánimo de lucro no sabía nada de restauración y fundó el restaurante Canonge (pasaje del Canonge Montanyà, 2) que hoy es uno de los mejores y más populares de Manresa.
No sabía nada de quesos y se hizo cargo de la quesería Muntanyola, que elabora variedades artesanales premiadas en certámenes internacionales. No sabía nada de viñas y ha fundado una celebrada marca de vinos, Urpina, con D.O. Pla de Bages y que tiene su buque insignia en el vino solidario 3 Nits. Tampoco sabía nada de tareas del campo y ha reactivado e insuflado una nueva vida a una finca cerca del municipio de Sant Salvador de Guardiola que corría el peligro de acabar abandonada.
La historia de la finca merece por sí sola un reportaje. Pertenecía a un matrimonio de payeses, padres de dos hijos con discapacidad. Como todas las parejas en su situación, les aterraba pensar qué sería de sus hijos el día de mañana, cuando ellos ya no estuvieran. Por eso, decidieron ceder sus tierras a Ampans con el compromiso de que les garantizaran su futuro y el de otras personas que requieran cuidados especiales. La solución alcanzada benefició a todas las partes.
La familia siguió viviendo en su masía y comenzaron a recibir ayuda para las tareas del hogar y la intendencia. Desgraciadamente, la madre ya ha fallecido. El padre, nonagenario, continúa en su casa con sus hijos y tiene la tranquilidad de saber que ya nunca se quedarán solos. La finca, que se ha convertido en un ejemplo de agricultura y ganadería sostenible, alberga también una residencia para 24 personas, que encuentran en este entorno la paz y el sosiego que precisan sus trastornos.
Un restaurante, una quesería, una bodega… Y todo coronado con éxito, a pesar de carecer de experiencia previa. ¿Cuál es la explicación? El único truco es pedalear siempre adelante. Si dejas de pedalear, te caes. En todas estas empresas, y en otras relacionadas con la industria, la limpieza, el medio ambiente y las artes gráficas, Ampans da empleo a personas perfectamente capacitadas, aunque no siempre lo han tenido fácil para demostrarlo.
Un buen ejemplo es el de Martí, de quien hablábamos al principio. Él y otros 200 compañeros con algún tipo de discapacidad trabajan en los proyectos de la fundación, que parece estar poseída por la misma hiperactividad de algunos de sus tutelados. ¿Por qué no abrimos un supermercado?, se preguntaron hace tres años sus responsables, que para variar no tenían ni la más remota idea sobre comercios de alimentación. Esta vez, sin embargo, contaron con la complicidad de una marca señera en Catalunya.
En el 2017 nació en Manresa el primer Caprabo de Ampans (calle Barcelona, 72). Tuvo tanto éxito que el año pasado nació su hermano (Pompeu Fabra, 5). Entre ambos locales dan trabajo a 27 personas, la práctica totalidad con una pesada mochila. No diremos aquí qué no pueden hacer, pero sí qué pueden hacer: sacar adelante un súper. En el de Martí Santaulària trabajan 14 personas más: Eva, José, Sílvia, Pere Lluís, Roger, Joan, Carlos, Meri, Roser, Remei, Eli, Mary, Lourdes y Josep Maria.
Todos son superhéroes sin capa. La pandemia destapó, para quien no lo supiera aún, cuánto dependemos de las cajeras, de los reponedores y de las encargadas de estos comercios. Cualquiera de ellas o de ellos podría haber ilustrado este reportaje. El problema fue elegir solo a uno. Ahí está, por ejemplo, Meri, una fuerza de la naturaleza, un torrente de vitalidad, que se ríe de sus supuestas discapacidades. “Yo tardaré en aprender más que tú y tardaré más en llegar, pero aprenderé y llegaré”, dice.
Meri (de Meritxell, aunque firma sus trabajos como Mery) es una extraordinaria fotógrafa, con una sensibilidad fuera de lo común. “Envíame algunas fotos”, le pidió el cronista y ella le inundó el WhatsApp con imágenes preciosas. La mejor es la que aparece más arriba, un paisaje reflejado en un estanque, no solo por su belleza, sino por las palabras que la acompañaban en el mensaje: “Esta foto me gusta porque se ve igual del derecho que del revés. Lo mismo pasa con la discapacidad. Tanto si nos ves del derecho como del revés, somos personas. Igual que tú”.
¿Y qué decir de Roger, otro reponedor, de 21 años? Padece trastorno por déficit de atención (TDH) y síndrome de Asperger. En el cole algunos niños le lanzaban cosas para hacerle enfadar porque les divertía ver como perdía los estribos. “¿Los has perdonado, Roger?”. “Sí”. “Por qué”. “Porque espero que hoy sean mejores personas y que si algún día tienen hijos los eduquen mejor de los que los educaron a ellos”. Palabras así nos deberían hacer reflexionar. ¿Quiénes son los discapacitados?
Pero había que elegir a un protagonista y elegimos a Martí Santaulària, la perfecta demostración de que casi todas las barreras se pueden eliminar, aunque no depende solo de ellos. Depende, sobre todo, de nosotros, de saber verlos “del derecho y del revés”. Ya ha dejado atrás al niño inseguro y temeroso que una vez fue. Gracias a las pedaladas que le han ayudado a dar, ha realizado cosas que creía impensables y ha estudiado comercio electrónico y cocina, entre otras muchas cosas.
Una de las experiencias que más le marcó fue su viaje a Wernigerode (Sajonia-Anhalt, Alemania), donde hizo prácticas remuneradas como administrativo en una empresa de automoción durante tres meses. Luego, de vuelta a casa, trabajó en una empresa de transportes, en el restaurante Canonge y en el último Caprabo inaugurado por Ampans. Aquí no ha tenido únicamente una oportunidad laboral, sino que ha ganado en visibilidad social. Hoy se siente fuerte, confiado, con ganas de ayudar.
Durante la pandemia, viajó al pasado cuando descubrió en su súper a personas asustadas, deseando comprar e irse corriendo a casa, como si el suelo bajo sus pies no fuera firme. Él sabe bien qué es eso y cómo actuar. A todos ayudó. Para todos tuvo palabras de consuelo. “Saldremos de esta, tranquilos”.