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"La mala vida en la Sevilla de 1600", la otra cara del Siglo de Oro

AND-CULTURA LIBROS (Crónica)

Alfredo Valenzuela

Sevilla, 14 sep (EFE).- El jesuita Pedro de León fue confesor de la cárcel de Sevilla en la misma época que estuvo preso Miguel de Cervantes, quien dijo que allí "toda incomodidad tiene su asiento", y por mandato de sus superiores escribió unas memorias para uso interno, pero que ahora se publican como una visión inaudita del Siglo de Oro.

"La mala vida en la Sevilla de 1600" es el título con que se han publicado estas memorias sobre la cárcel de la que Cervantes dijo que era el "mismo infierno" y acerca de la cual escribió el sacerdote Pedro de León que allí solo se trataba con "gente facinerosa y mal formada, sin conciencia, donde solo se van a encontrar casos torcidos y sin solución".

El editor de la obra ha sido el filólogo Bernardo Fernández, también director y guionista de televisión, quien ha dicho a Efe que se trata de un libro "tremendo, un documento único" que ha permanecido inédito durante cuatro siglos, ya que sólo existen dos copias del original, uno en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca y otra en la de Granada.

CRÓNICA ESTREMECEDORA E IMPLACABLE

Bernardo Fernández oyó hablar de este libro por primera vez a Fernando Lázaro Carreter, de quien fue discípulo y quien siempre lo valoró como una "pieza excepcional" porque se trataba de un testimonio de primera mano que consignaba con todo realismo y crudeza, y con la idea de que nunca sería publicado, reservado para uso interno de los jesuitas.

Según Fernández, "puede decirse que ningún otro documento refleja con el realismo y la descarnada dureza el panorama social, político, económico, religioso, étnico y militar la España a caballo de los siglos XVI y XVII", y añade que se trata de "una de las crónicas más estremecedoras e implacables que se hayan escrito jamás en época o país alguno".

Fernández ha desprovisto el texto de las disquisiciones religiosas o moralistas que entorpecían su lectura y otras expresiones propias de la prosa barroca que podrían oscurecer su comprensión para el lector actual, si bien la edición ofrece la integridad de la obra en cuanto al relato de los hechos consignado por Pedro de León, y sobre su propia experiencia vital.

ASESINATO, ESTUPRO, ROBO, ATENTADO Y SODOMÍA

En la segunda parte de la obra, la mitad del libro en extensión, Pedro León da cuenta de todos los casos en que ayudó a morir a los presos condenados a muerte y cuenta el caso de cada uno de ellos, entre asesinatos, traiciones al Rey, estupro, robos y estafas, atentados a la autoridad, rebelión de moriscos y actos de sodomía, que se castigaban quemando a los culpables.

De hecho, uno de los primeros casos que cuenta Pedro León es el de un pobre hombre falsamente acusado de sodomía que ya iba para la hoguera cuando el jesuita pudo demostrar que se le acusaba en falso y que el inocente había sido incapaz de defenderse.

Los casos de reos de muerte que asistió el autor de estas confesiones abarcan casi cuarenta años, desde 1578 a 1616, y el primer sentenciado al que asistió fue a un joven paje de 18 que asesinó a otro paje y lo enterró en su propio dormitorio -el hedor del cadáver lo delató-, por lo que fue condenado a morir arrastrado y descuartizado.

ALCAHUETA DE MONJAS Y LADRÓN DE CAPAS

Otro de los primeros que asistió aquel año de 1578 fue un joven "capeador" o "ladrón de capas y lo que va debajo" que fue ahorcado inmediatamente tras ser prendido, una ejecución que "a sus compañeros, los valentones que siguieron presos en la cárcel" aquello "les quedo impreso en los corazones y les sirvió para enmendarse", mientras a otros ladrones se les azotaba y desorejaba.

Entre los centenares de condenados a muerte que asistió Pedro León también hubo mujeres, como una criada de un convento de monjas que fue ahorcada por ejercer de alcahueta y, como su casa era paredaña del convento, alojaba allí a monjas para que se encontraran con sus amantes.

A una morisca llamada Magdalena la ahorcaron por haber hecho abortar "a una mujer honrada que pasaba por doncella".

También consigna el padre León ejecuciones por asuntos de fe: "Un inglés de nombre Jorge Quita fue quemado por hereje. En ese auto de fe salieron para ser quemados también por herejes otros dos hombres y cuatro mujeres portuguesas por seguir la ley de Moises, aunque ellas lo negaban".

El relato de Pedro de León describe las estancias, usos y costumbres de la cárcel y cómo los presos ni siquiera estaban a salvo de que les estafaran desde fuera, cuando se les pedía dinero por adelantado para lograr procuradores que les defenderían ante el juez. Bernardo Fernández concluye que en la época la autoridad metía a los delincuentes en la cárcel pero luego se desentendía de ellos, de modo que dependían de la caridad.

VINOS, NAIPES Y PROSTITUTAS DENTRO DE LA CÁRCEL

En la cárcel podía entrar el mejor vino de la ciudad si había presos que tenían dinero para pagarlo, así como decenas de prostitutas podían acceder cada noche al interior y hasta dormir hasta el amanecer con quien pudiera pagarles, mientras que abundaban las partidas de naipes.

Los propios jesuitas y otras órdenes pedían limosna para los presos por las calles, y los nobles y señores más caritativos destinaban una cantidad fija para su mantenimiento, de modo que una señora de Sevilla mandaba media vaca en un caldero una vez a la semana, mientras otra señora piadosa entregaba una importante cantidad de dinero a las prostitutas que abandonaran el oficio, se casaran y emprendieran un hogar con esa dinero.

Pedro de León, que también atendió a las prostitutas de la ciudad, cuenta cómo muchas de ellas ansiaban abandonar un oficio en el que eran sistemáticamente maltratadas y cómo para ejercer en un burdel se les exigía demostrar que procedían de una casa similar, con intención de que no ingresaran más en el oficio. EFE

av/jrr.fch