Las joyas del jardín jurásico
Antes de que aparecieran los primeros dinosaurios, las cícadas ya estaban allí.
Este grupo de plantas primitivas, con un aspecto parecido a las palmeras, llevan en la Tierra desde hace casi 300 millones de años. Y forman una de las colecciones estrella del Jardín Botánico Marimurtra de Blanes, donde se conservan más de 100 de estas especies. Las cícadas, repartidas por este recinto creado hace cien años por el industrial y mecenas alemán Carl Faust, son uno de los atractivos más importantes para el visitante.
Las cícadas formaban parte de la dieta de los diplodocus y eran, junto con los helechos y las coníferas, las plantas más abundantes. Sin embargo hoy en día, muchas de ellas están amenazadas o a punto de desaparecer. Por eso, las tareas de conservación que se hacen en este jardín botánico son una valiosa aportación.
¿Vivirán las cícadas otros 300 millones de años más? Es difícil de preverlo. Pero allanarles el camino futuro es lo que intenta el Botánico Marimurtra, donde se recurre, incluso a técnicas de conservación que parecen propias del cibersexo vegetal…
“Muchas de estas especies están amenazadas por la destrucción de sus hábitats o son víctimas de redes de comercio ilegal”, explica Jordi Fábregas, responsable de la colección, que detalla algunas de esas estrategias de conservación.
El problema de su reproducción obedece a que hay ejemplares masculinos y femeninos, y no siempre el funcionamiento de los órganos sexuales están sincronizados. En estos casos, lo que se hace es recolectar el polen, desecarlo y congelarlo en el banco de germoplasma, de modo que se hace una inseminación artificial cuando el órgano femenino de la planta está dispuesto. En otras ocasiones, el polen puede ser donado a otros jardines que lo necesiten.
La falta de polinizadores hace más necesaria que nunca la intervención humana.
Garantizar la descendencia de la planta y fomentar su variabilidad genética es muy complicado. En Marimurtra sólo existían dos ejemplares de la especie Encephalartos horridus, y los dos pies eran masculinos, de manera que no hubo más remedio que buscar la pareja en Italia. En este caso, lo que se hizo fue coger un rebrote (podarlo para separarlo de la planta y tratarlo con fungicidas) y enviarlo por correo hasta Nápoles donde la planta creció; floreció y produjo el semen que fecundó una planta hembra. Los descencientes se repartieron luego entre Nápoles y Blanes como si las cícadas fueran un nuevo eslabón almogávar.
Las tareas de conservación e investigación son capítulo fundamental en Marimurtra, uno de los jardines privados más importantes de Europa. El lugar acoge más de 4.000 especies de plantas, de diferentes ambientes (semiáridos, subtropicales, mediterráneos), reunidas aquí gracias al clima suave de estas estribaciones de La Selva marítima.
El recinto de Blanes aloja más de 100 especies de cícadas, que fueron parte de la dieta de los dinosaurios
Marimurtra fue fundado por el alemán Carl Faust, un hombre de negocios cosmopolita convertido en mecenas de la ciencia y que después de dejar de trabajar a los 50 años se volcó en su pasión botánica. Descubrió este paraje en 1919; levantó una bella construcción noucentista, y creó el jardín botánico como una estación biológica destinada a acoger investigadores de todo el mundo. Un semillero que dio frutos como el CSIC de Blanes o el ecólogo Ramon Margalef.
Hoy, además, es un equipamiento turístico que recibe a más de 120.000 visitantes al años, que emplea a 22 personas y acoge acontecimientos sociales aunque con cuentagotas, según nos explica su gerente, Josep Borrell.
El paseo por Marimurtra es una caja de sorpresas. Impresionan las palmeras azules de California, de larguísimas inflorescencias amarillentas (de 4 y 5 metros), que dejan un rastro de olor dulce.
No menos espectaculares son las dos araucarias australianas ( Araucaria bidwillii), nativas de Queensland, árboles sagrados del pueblo indígena, que alcanzan los 50 m, y que fueron plantadas por Avelino, el jardinero de Faust, quien hace 70 años les abrió un agujero tan grande en el suelo, que aún da que hablar, aunque si levantara cabeza replicaría que tenía razón: ¡mirad qué estampa tienen!’.
También proyectan una sombra que se agradece los dos cipreses de California, uno de los cuales presenta 10 troncos que forman una estructural monumental, barroca y desbordante, como si quisieran desmarcarse de los cipreses comunes, fúnebres, rectos, formales.
El itinerario nos permite adentrarnos en plazoletas (como la dedicada a Goethe) decoradas con pasajes traducidos por Joan Maragall; bajar escalinatas que harían las delicias de los paisajistas ingleses, y alcanzar el templete de Lineo desde donde contemplamos una pequeña cala con aguas de color turquesa, Sa Forcanera, la puerta de la Costa Brava, repleta de bancos fondeados.
Fábregas se detiene extasiado ante un drago (árbol canario... y de otros lugares) que ha resistido todas las heladas. De él destaca su particular ramificación, pues se abre en tres ramas sucesivas con cada floración, como si creciera siguiendo una fórmula matemática. Y todo ello rematado con unas raíces laterales que buscan tocar tierra como si emularan a un manglar.
Un recorrido tan largo da para mucho. Para recordar cómo la primera idea de Faust fue prestigiar las especies de ambientes áridos y evitar a sus coetáneos un viaje transoceánico de semanas para verlas en otros continentes. Fábregas lamenta que la ciudadanía no valore las especies propias de nuestros ambientes mediterráneos. “Siempre queremos lo que no tenemos. Preferimos los paisajes lejanos, los paisajes verdes cuando hace calor, y no lo nuestro cuando está seco”, dice caminando.
La conservación de las plantas es a veces una heroicidad. Insectos invasores, hongos y otras plagas mantienen, en ocasiones, en un estado de sitio a árboles y arbustos. Este es un jardín alegre y de inspiración helénica que invita al paseo y a la contemplación. Pero en la trastienda se libra una batalla sorda para mantener a raya a estos invasores que pueden convertir el paraíso en una ruina. “Hasta que no estás trabajando en estos cuidados no te das cuenta de hasta qué punto el jardín es vulnerable”, explica el conservador del botánico, Jordi Fábregas.
El enclave contribuye a la preservación de especies litorales en regresión en el litoral catalán
No sólo hay que combatir al picudo rojo, un escarabajo que mata a las palmeras; al barrenador, una mortífera mariposa Paysandisia archon, o la oruga del boj, frente a la que prácticamente no hay defensa posible; sino que aparecen también como enemigos las avispas asiáticas, que sobrevuelan las inflorescencias de las palmeras (ristras de flores sobre las ramas) como helicópteros exploradores en busca de distraídas abejas de miel libando. A veces, se deja ver alguna abeja de miel, aunque debilitada y sedienta, sin capacidad de levantar el vuelo para polinizar.
Y si no hay abejas, desaparece la posibilidad de que las plantas pueden ser polinizadas.
“Hace dos semanas eliminamos dos nidos de avispas asiáticas; el problema es que hay otro nido fuera del jardín, al que ya no podemos acceder”, se lamenta Jordi Fábregas. “¡Pero también nos preocupamos de las personas, ¿eh?, y actuamos contra el mosquito tigre!”, nos recuerda el maestro jardinero.
La tarea de conservación de estas especies se ve condicionada por la decisión de prescindir de productos químicos de síntesis, que están siendo sustituidos por productos naturales. Esto implica hacer más visitas periódicas para comprobar el estado de los árboles y hacer un control exhaustivo antes de que la cosa se desborde.
Todo ello ha dado lugar a una línea de investigación para obtener extractos vegetales (de ortigas, cola de caballo…), que actúan como insecticidas naturales, lo cual obliga a su vez a rociar los plaguicidas con precisión. Para ello, se recurre a ingeniosos (y arriesgados) sistemas de aplicación, incluidos elevadores de vértigo para verter de forma localizada el producto en las copas más altas.
Para el control de plagas se dispone de una sofisticada tecnología made in Israel, diseñada para captar el más mínimo ruido enemigo, y que incluye la instalación de sensores en la parte alta de las palmeras. Con ella, se logra que hasta la más pequeña vibración del mordisco de la oruga del barrenador o del picudo rojo sea detectada en el teléfono del conservador del jardín.
“Mira –enseña su móvil Fábregas–. Cuando la palmera sufre un ataque, recibo una alarma en el teléfono, y ya sé que está infectada”.
El sistema se emplea sobre todo para las palmeras, que reciben ataques en lugares muy inaccesibles.
Cristòfol Jordà, miembro del comité científico de la Fundación que rige Marimutra, también destaca el importante papel que cumple este jardín para proteger varias especies catalanas en peligro, como el Limonium geronense (catalogado en peligro, en nivel vulnerable), de vistosas florecillas lila y que crece en roquedos, acantilados y taludes litorales.
Sensores muy sofisticados permiten visualizar en el móvil los ataques de los insectos invasores
El banco de germoplasma atesora semillas de ésta y otras muchas especies. “Todo esto obliga a estrictos controles de temperatura, a realizar pruebas de germinación intentando, además, mantener la variabilidad genética. Son copias de seguridad para garantizar la conservación de una especie”, dice Jordà.
Lástima que nadie pensara en hacer lo mismo en su día con los dinosaurios. Para que vieran que después de su digestión, las cícadas seguían allí.