Extinction Rebellion: los guerreros ecológicos muestran sus armas en Londres

Las nuevas formas de activismo

El XR funciona por algoritmos, y en la capital buscaba diez mil activistas en la calle y mil detenciones

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Ocupaciones La de XR es una revolución de las clases medias que desde hace diez días tiene tomadas las calles de Londres, con su cuartel general en un campamento autorizado en Marble Arch y conquistas ocasionales de Oxford Circus, el puente de Waterloo o el Museo de Historia Natural de South Kensington.

Tolga Akmen / AFP

Todo empezó hace aproximadamente un año en el Café Anise de Stroud, un pueblo new age de la campiña inglesa, casi cien por cien blanco, con una tradición a la vez bohemia y rebelde (se le conoce como Hippy Central), cuyas raíces guerreras se remontan a la revolución industrial, y cuyos vecinos son una curiosa mezcla de libertarios, intelectuales, poetas, artistas, académicos, fontaneros, albañiles, escritores... Gail Bradrock, una doctora en Física Molecular convertida en activista medioambiental y conocida como la abuela del XR, convocó allí a un puñado de seguidores para decirles, con cifras en la mano, que la lucha contra el cambio climático no iba a ninguna parte y que había que ­emprender acciones más radicales.

El movimiento responde a la crisis de los partidos clásicos y la pérdida de influencia de la izquierda tradicional

Así nació el movimiento Extinction Rebellion (XR), de espíritu gandhiano, heredero del flower power de los sesenta en San Francisco y Occupy, una revolución de las clases medias (sus líderes reivindican que tiene mucho de “obrera”, pero el perfil de sus seguidores no lo refrenda) que desde hace diez días tiene tomadas las calles de Londres, con su cuartel general en un campamento autorizado en Marble Arch y conquistas ocasionales de Oxford Circus, el puente de Waterloo, el Museo de Historia Natural de South Kensington y Parliament Square (“ataques” a la red de metro, el aeropuerto de Heathrow y el scalextric de la autopista A40 fueron descartados, ya sea porque hubo filtraciones y la policía actuó de manera preventiva, o por disidencias internas sobre la conveniencia de operaciones tan radicales).

El mensaje de XR es que el Gobierno inglés (y otros) dice y promete muchas cosas para acabar con el calentamiento global, pero hace muy poco. Su demanda es reducir a cero las emisiones de carbón para el año 2025 y constituir una asamblea popular que estudie los problemas y analice los avances contratiempos. Y su estrategia es hacerlo todo pacíficamente, con buen rollo, una sonrisa y música de rap y reggae, según un algoritmo que calcula que, tras meter en la ecuación trescientas revoluciones acaecidas desde el año 1900, un 54% de las que evitan la violencia triunfan, y un 25% de las violentas fracasan.

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La policía trata de retener a varios activistas

Niklas Hallen / AFP

Desde aquella reunión fundacional en el Café Anise de Stroud, donde los participantes aceptaron la inevitabilidad de ser detenidos en el ejercicio de sus protestas, los líderes de Extinction Rebellion recorrieron el país para crear un centenar de centros regionales, reclutar activistas e impartir “cursillos de acción” en pubs, universidades, polideportivos, bibliotecas, iglesias y centros sociales a fin de enseñar cómo causar la mayor disrupción posible sin llegar a ponerse a la opinión pública en contra, cómo conseguir ser detenido, cómo bloquear de manera efectiva las calles, cómo absorber los recursos policiales, hacerse el muerto, pegarse a estructuras... A los militantes se les recomendaba acudir a los actos con un buen libro, una alfombrilla para hacer yoga, su música favorita y pañales para adultos, en previsión de la perspectiva de pasarse muchas horas sin acceso a un cuarto de baño. Fueron contratados contables, abogados y equipos de cine para rodar documentales. En los meses siguientes, en preparación de la gran ofensiva en Londres, hicieron una serie de experimentos cortando durante diez o veinte minuto cruces de carreteras en el interior del país. En la cuenta corriente había ya casi medio millón de euros. Todo estaba listo para el ataque a la capital.

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Los activistas,con un traje rojo, en la sala principal del Museo de Historia Natural de Londres

Tolga Akmen / AFP

Los ecoguerreros recibieron permiso para instalar un cuartel general en Marble Arch, en el que impera un ambiente de festival de música al aire libre, como el Glastonbury en Somerset o Coachella en California. Todo muy yogi, muy vegano, muy new age. Hasta se presentó el otro día sin anunciarlo el grupo Massive Attack y dio un concierto para deleite exclusivo de quienes allí acampan. Pero los rebeldes de XR nunca iban a quedarse ahí quietos, sino que el plan consistía en apoderarse de centros neurálgicos de la capital en sus protestas pacíficas y provocar el caos a través del mayor acto de desobediencia civil realizado en Gran Bretaña desde las manifestaciones contra las bases americanas con misiles crucero de tipo nuclear hace cuarenta años.

Un barco rosa bautizado Berta (en homenaje a la asesinada activista hondureña Berta Cáceres) fue incrustado en pleno Oxford Circus, el corazón del Londres comercial, con la actriz Emma Thompson a bordo, criticada por haber volado desde Los Ángeles para sumarse a la protesta. Los activistas se tumbaron y pasaron la noche en la sala con el esqueleto de una ballena azul del Museo de Historia Natural. Se congregaron en Parliament Square, sumándose a los manifestantes pro y anti-Brexit que la han hecho su hogar. Y bloquearon el tráfico en el puente de Waterloo, encadenándose a sus estructuras metálicas.

Al principio, la actitud de la policía fue de gran tolerancia e incluso afinidad, con algunos agentes sumándose a los bailes y charlando amigablemente. Hasta que se agotó la paciencia de medio millón de conmuters afectados por el acto de protesta (que coincidió con una Semana Santa en la que Londres parecía tener el clima de Barcelona), y los comerciantes lamentaron pérdidas de 15 millones de euros por las dificultades para acceder a sus establecimientos. A partir de ahí la directora de Scotland Yard, Cressida Dick, el ministro de Interior, Sajid Javid, e incluso el alcalde, Sadiq Khan, denunciaron el “incivismo” de los miembros de Extinction Rebellion y prometieron usar contra ellos todo el peso de la ley. Hubo más de mil detenciones, y contra cincuenta personas se han presentado cargos. Los centros neurálgicos ocupados han sido desocupados, y los líderes de XR dicen que la revolución ha entrado en una nueva fase, la del diálogo.

Pero la ocupación de la capital no ha sido más que el principio de una revolución televisada y trasmitida por las redes sociales que tiene a su mejor aliado en los smartphones, puritana, sin alcohol ni drogas, de clases medias blancas, con una estructura no jerárquica, que entronca con el nuevo activismo de Momentum(el brazo joven del Partido Laborista), el feminismo digital, el Black Lives Matter (“las vidas negras importan”), las asambleas de ciudadanos y las campañas contra las actividades comerciales no éticas. Que considera dinosaurios a organizaciones como Greenpeace, responde a la crisis de los partidos políticos convencionales y a la pérdida por parte de la izquierda de la capacidad de movilizar a la gente. Su objetivo es cambiar las estructuras de poder. La “operación Londres” ha sido todo un éxito.

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