Loading...

Abrazos: terapia y negocio

Búsqueda de afecto

Proliferan los encuentros dedicados al contacto físico no sexual entre extraños

Juan Mann, precursor del movimiento Abrazos Gratis, dispensa abrazos gratuitos a los transeúntes que circulan por una de las calles comerciales de Sydney (Australia)

The Sydney Morning Herald / Getty

Cuando Michelle Obama abrazó espontáneamente a Isabel II en el palacio de Buckingham durante una visita de Estado, los británicos se llevaron las manos a la cabeza. ¡Todo el mundo sabe que a la reina no se la toca! Estaría bien, sin embargo, saber qué le pasó por la cabeza a la monarca. ¿Tuvo rechazo, repugnancia o, tal vez, desacostumbrada al contacto físico, se sintió confortada, querida, próxima a la primera dama norteamericana, una extraña al fin y al cabo? ¿Subieron sus niveles de oxitocina, la hormona de la felicidad? ¿Produjo su cuerpo células blancas que reforzaron el sistema inmune de Su Majestad?

No hay que ser Isabel II para negarse a ser abrazado, hay mucha gente que no quiere que la toque­teen, y menos aún los desconocidos, máxime ahora que la abrazoterapia está más de moda que nunca. En Berlín uno no se entera de la movida si no acude a un Kuschelparty en el barrio de Kreuzberg (reuniones de hasta medio centenar de extraños que se tocan y abrazan no sexualmente sobre almohadillas en el suelo), y en Los Ángeles, si te descuidas, un fulano te estruja sobre su pecho durante 20 segundos a plena luz del día en Sunset Boulevard, para que los corazones entren en contacto.

Los abrazos existen, se supone, desde que el hombre es hombre. Los psicólogos llevan décadas hablando de sus efectos beneficiosos para la salud, tanto física como emocional. Y el movimiento Abrazos Libres nació hace ya una década en Sydney, cuando un australiano se encontró triste y solo al regresar a su país después de una temporada en el extranjero, y no se le ocurrió otra cosa que colgarse del hombro un cartelón que decía free hugs. La primera en aproximarse a él fue una mujer a quien esa mañana se le había muerto su perro.

Lo que es cosa reciente, sin embargo, es que los abrazos ya no son necesariamente gratis (aunque siempre quedan buenos samaritanos que los regalan sin pedir nada a cambio), sino que se han convertido en un magnífico negocio. La primera empresa de cuddling nació en Rochester (Nueva York), y ya las hay en 20 estados norteamericanos.

Unas personas ofrecen abrazos gratuitos en el centro de Montpellier, Francia

Patrick Aventurier / Getty

Para ser un abrazador profesional no hay que tener ninguna licencia, sólo la capacidad para conectar emocionalmente. El trabajo se puede hacer en la propia casa, en la del abrazado, en un hotel, una oficina, una habitación alquilada o un estudio estilo yoga, con almohadas, cojines y colchonetas. La tarifa corriente, en Estados Unidos, oscila entre los sesenta y los ochenta dólares por sesión. Hay de todo, pero la mayoría de los clientes son hombres de entre 30 y 50 años, que prefieren que les achuche una mujer. La primera media hora suele dedicarse a romper el hielo charlando. La actividad se puede realizar de pie, en el suelo, sentados en el sofá o en la cama. Pero siempre con la ropa puesta (es habitual que la indumentaria sea un pijama). Las reglas son muy estrictas, y con frecuencia hay que firmar un documento aceptándolas. Vale cogerse de la mano, juguetear con las orejas, acariciarse el pelo y tocar las partes del cuerpo que no están tapadas. Si se produce una erección, nadie se escandaliza y se cambia de posición o se hace una pausa. Los besos están prohibidos. Hay que lavarse los dientes y haberse duchado en las últimas doce horas. Puede haber cámaras de seguridad. Y en cualquier momento, si uno se siente incómodo, dice basta y listo.

La teoría detrás del abracismo es combatir el creciente aislamiento emocional en una sociedad con cada vez mayor número de personas que viven solas y se comunican a través de las redes sociales. La paradoja es que ya han aparecido apps con cientos de miles de usuarios que ponen en contacto a quienes ofrecen dar o desean recibir un achuchón, ya sea o no de manera remunerada, localizar a los más cercanos y puntuar los servicios. Está organizándose la primera convención mundial de huggers.

Una pareja se abraza en la salida de la parada de metro de Opera, en Madrid

Getty

No sólo la reina Isabel es reticente a la abracitis. En Madison (Wisconsin) los vecinos han obligado a cerrar un negocio por considerar que era una forma de prostitución lite, aunque quienes practican el cuddling, el hugging, el kutscheln y demás versiones lo niegan de manera categórica. De cara a sus detractores, sin embargo, no ha ayudado el hecho de que algunas de sus caras más visibles sean antiguos profesionales del striptease reciclados. En cualquier caso, y a pesar de las denuncias de los más puritanos y mojigatos, la policía no ha encontrado hasta ahora ninguna ilegalidad.

“Los abrazos nos recuerdan a la niñez, nos dan calor y solidaridad, fomentan la autoestima, combaten la soledad, la depresión, la ansiedad y el estrés, refuerzan el sistema inmune, relajan los músculos, reducen la tensión en el cuerpo, equilibran el sistema nervioso, mejoran la circulación sanguínea, reducen el dolor, ponen de manifiesto la importancia de dar y recibir, estimulan la empatía, facilitan la comunicación y escenifican el intercambio de energía positiva entre dos per­sonas”, dice Amanda Wakefield, cliente de Snuggle Buddies.

No todo achuchón vale. El sector más radical de esta tendencia sostiene que convienen por lo menos una docena al día, y el contacto ha de durar hasta que una de las partes se retire, ni un segundo menos. Demasiado para el gusto de muchos, y desde luego de la reina Isabel.