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Israel, de mirar al mandato británico a país emergente

Vanguardia Dossier

A lo largo de sus ocho décadas de existencia, el Estado de Israel ha ido evolucionando a paso de oleadas migratorias y cambios políticos

Dos hombres judíos ultraortodoxos rezan en las tumbas que se encuentran en el cementerio judío del Monte de los Olivos (Estados Unidos, Jerusalén).

ATEF SAFADI / EFE

Nací menos de cuatro semanas después de que el último soldado británico abandonara las costas de Palestina y de que David Ben Gurión, nuestro primer y más importante primer ministro, declarara que Israel era un Estado soberano. Sin hacer nada especial, me convertí en una especie de pionero: uno de los primeros recién nacidos israelíes. Nuestra casa en Tel Aviv estaba muy cerca de Jaffa y había sido tiroteada desde una mezquita cercana. Mi padre se encontraba formando parte del nuevo ejército israelí, y mi madre y mi hermano tuvieron que abandonar la casa y refugiarse con algunos familiares que vivían en una zona más segura, por lo que al final nací en un hospital de otra ciudad.

La comunidad judía que vivía bajo el mandato británico había prosperado antes de la proclamación estatal, durante los años de la Segunda Guerra Mundial e inmediata posguerra. Se trataba de una comunidad muy desarrollada, con instituciones académicas prestigiosas, una impresionante agricultura avanzada y una industria moderna en desarrollo. Los doscientos cincuenta mil judíos que habían huido de Alemania antes de 1939 habían contribuido en buena medida a esa modernización; y el protoestado estaba listo para convertirse en un proveedor indispensable del ejército británico, estacionado en El Cairo. Las necesidades militares eran múltiples, y la comunidad judía en Palestina logró activar a pleno rendimiento su agricultura y su industria para responder a los desafíos planteados por el ejército.

La tasa de desempleo de Israel es de un 3,8%, una de las más bajas de Occidente”

Sin embargo, mi generación tuvo que hacer frente a una grave austeridad. El Gobierno decidió acoger en Israel a todos los supervivientes del Holocausto que desearan emigrar, pero también a las comunidades judías del mundo árabe, que se encontraban también ellas bajo presión, odiadas y en muchos casos sometidas a violentos ataques de resultas de la oposición de los países árabes a la creación del Estado judío. En tres años, Israel duplicó su población original de 630.000 habitantes, y se empobreció.

Se nos colocó en la categoría de país en desarrollo y durante casi veinte años nos comportamos como un Estado muy joven, frágil, menesteroso, muy pequeño, sin recursos naturales y muy dependiente de la generosidad de la comunidad judía estadounidense. En Israel se mantuvo en el poder el Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel (Mapai), fundado en 1930 por Ben Gurión, la mayor parte de la economía estaba controlada por el Estado y los sindicatos, y la brecha social era una de las más pequeñas del mundo libre.

Como todos los años en vísperas del Año Nuevo judío, la Oficina Central de Estadísticas de Israel ha publicado los últimos datos demográficos. Los israelíes pueden sentirse orgullosos de la transformación del país en las últimas décadas. Hoy viven en Israel 9,1 millones de personas (74,2% judíos, 21% árabes y 4,8% de otro origen). Más que en algunos importantes países europeos como Austria, Suiza o los países escandinavos.

El ejército israelí está considerado el más fuerte de Oriente Medio, y una de las fuerzas más poderosas del mundo”

La mayoría de los árabes, que son ciudadanos israelíes, se consideran religiosos o tradicionales. Entre los judíos de más de 20 años, un 43,2% se consideran laicos, un 22,1% son tradicionales no practicantes, un 12,8% son tradicionales parcialmente practicantes, un 11,3% religiosos practicantes y un 10,1% ultrarreligiosos.

Somos unos de los países más ricos del mundo: nuestro PIB per cápita ya ha cruzado el umbral de los 40.000 dólares, ¡y somos felices! Según el Índice Mundial de la Felicidad, Israel ocupa un muy respetable decimotercer lugar, por delante del Reino Unido, Alemania o Estados Unidos. Nuestra tasa de desempleo es de un 3,8%, una de las más bajas de Occidente, nuestro ejército está considerado el más fuerte de Oriente Medio y una de las fuerzas de defensa más poderosas del mundo.

Niños judíos adquieren banderas del recién proclamado nuevo Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, terminado el mandato inglés en Palestina.

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Solemos quejarnos de nuestro sistema sanitario (y es mucho lo que nos queda por hacer), pero es visto como uno de los mejores del mundo. La esperanza de vida en Israel es la sexta más longeva del mundo, y está situada en 82,5 años (81,5 para los hombres, y 85 para las mujeres).

Nuestra democracia, según el prestigioso informe de Freedom House, obtiene 79 puntos sobe 100 (Estados Unidos obtiene 86); sigue siendo una de las democracias más plenas del mundo a pesar de algunos baldones, como la discriminatoria ley del Estado Nación (que rebajó la posición del árabe, una de las dos lenguas oficiales de Israel, a “lengua con estatus especial”, alienta a los judíos a asentarse en diferentes partes de Israel y no menciona la igualdad).

En 1999, se descubrió gas natural en aguas territoriales de Israel. Desde entonces no podemos quejarnos de carecer de recursos naturales. Se descubrió gracias a una nueva tecnología que permite perforar mucho más profundo que antes. Para nosotros se trata de una revolución porque no sólo nos permite usar (parcialmente) gas en vez de petróleo o carbón, sino que también porque nos permite exportarlo.

Hoy en día viven 9,1 millones de personas en Israel, más que en países como Austria, Suiza o los países escandinavos”

Sin embargo, aun mayor fue la revolución que nos convirtió en país emergente. Sucedió en la década de 1990 como resultado de una serie de acontecimientos diferentes y no relacionados, el más importante de los cuales fue que los graduados de la famosa Unidad 8200 de los Cuerpos de Inteligencia del ejército comenzaron a formar pequeños grupos de jóvenes y utilizaron su experiencia y sus conocimientos para resolver problemas civiles en ámbitos como las telecomunicaciones, la agricultura, la seguridad cibernética, la biotecnología y muchos otros. Israel forma parte del grupo de las principales potencias tecnológicas del mundo; y una de las explicaciones de ese éxito es que la cultura israelí tolera los errores y los fracasos, y que anima a los subordinados a poner en cuestión las decisiones de sus superiores en el ejército y en la vida civil.

La alta tecnología israelí se ha convertido en la locomotora de nuestra economía y, en un plazo relativamente breve, ha convertido el país en un agente económico mundial. Debido a lo reducido del mercado israelí, la mayoría de start-ups prefiere que la empresa se venda a grandes inversores extranjeros. Esa tendencia enriquece a los jóvenes al inicio de sus carreras y contribuye a la desigualdad social en nuestro país.

Israel se ha percibido a sí mismo como un crisol cultural, pero de vez en cuando recibe una ducha de agua fría que le recuerda que no ha sido exactamente así. Los judíos procedentes de los países árabes se han sentido desposeídos; cuando llegaron a Israel (principalmente, en la década de 1950) no contaron con ninguna red social (a diferencia de muchos judíos occidentales, que pudieron ser ayudados por familiares que habían llegado años antes y recibir de ellos ayuda económica). Los judíos orientales construyeron sus casas en la periferia, mientras que los judíos europeos se establecieron en las grandes ciudades y se asimilaron mucho más deprisa. La educación superior y los matrimonios mixtos (principalmente como resultado del servicio militar conjunto) han allanado el camino para que los judíos orientales se conviertan en parte integral de la sociedad y desempeñen un papel fundamental en la élite israelí. Políticamente, muchos mantienen una línea dura acerca de la paz con nuestros vecinos árabes y tienden a votar por el partido derechista Likud, mientras que el grupo occidental es mucho más liberal y vota en ese sentido.

Las características de la gran oleada migratoria que llegó a Israel procedente de la antigua Unión Soviética en la década de 1990 eran diferentes: la mayoría llegó a Israel con formación académica. Y, aunque para ellos el proceso de inmigración fue difícil, construyeron su propia comunidad de apoyo, lo que les facilitó la asimilación en la sociedad israelí.

Los árabes se están implicando cada vez más en la sociedad israelí, adoptando cargos de abogados, profesores universitarios, periodistas y economistas, entre otros”

El millón y medio de rusofónos creó sus propios medios de comunicación, su teatro, sus estudios complementarios al currículum básico israelí y su partido político. Contribuyeron mucho a convertir Israel en un país más secular con la creación de una cadena de establecimientos no kosher de gran éxito y con su insistencia en abrir el comercio los sábados. En un lapso relativamente breve y tras superar muchos obstáculos y dificultades, se encontraron constituidos en grupo influyente en la élite israelí; además, algunos de los servicios que establecieron para sí mismos se hicieron muy populares entre los israelíes autóctonos.

Los judíos ultraortodoxos, que eran un grupo numéricamente marginal hace setenta años, se han convertido en un grupo muy importante en los últimos años debido a su crecimiento natural. Cuando era niño, en una de nuestras visitas a Jerusalén, mi padre me llevó al barrio con mayor concentración de judíos ortodoxos; allí me señaló a unas personas extrañas con largas barbas y pesados trajes negros en pleno verano, y me dijo que así eran mis antepasados. Me pidió que recordara la imagen, porque no seguiría ahí por mucho tiempo.

Estaba equivocado. Esa comunidad se ha convertido en una parte importante de nuestra sociedad; la mayoría de sus hijos no cursa los estudios básicos israelíes (matemáticas, inglés, historia, etcétera) y no sirven en el ejército, porque eso podría impedirles dedicarse a sus estudios religiosos. Viven en un Estado dentro de un Estado, muchos de ellos no son sionistas o incluso son antisionistas, ya que creen que la creación de un Estado judío está prohibido mientras no aparezca el Mesías...

El caso es que muchos de sus hijos abandonan ese estilo de vida y se vuelven seculares o tradicionales; por lo tanto, no veremos cumplirse las profecías según las cuales Israel se convertirá muy pronto en un país ultrarreligioso. Políticamente, la dirección de ese grupo está alineada con el Likud, porque el Likud se presenta a sí mismo como un partido más tradicional y ha estado en el poder mucho tiempo, y para la comunidad ultrarreligiosa es importante estar cerca de la clase política con objeto de asegurarse los recursos económicos para mantener su gran sistema educativo.

Un musulmán palestino camina cerca de la Cúpula de la Roca, un templo islámico en en centro de Jerusalén (Photo by AHMAD GHARABLI / AFP)

AHMAD GHARABLI / AFP

Los árabes que viven en Israel y constituyen alrededor de una quinta parte de su población se sienten desprotegidos, y presentan como prueba la promulgación de leyes como la ley del Estado Nación. Se identifican con el sufrimiento de sus hermanos de Cisjordania y Gaza; pero, por otro lado, prefieren vivir en el Estado de Israel y ejercer ahí sus plenos derechos.

Los árabes se están implicando cada vez más en la sociedad general israelí. Su presencia se deja sentir bastante en el ámbito sanitario, médicos en los hospitales, personal de enfermería, farmacéuticos, y también son abogados, profesores en las universidades, periodistas y economistas (de modo reciente, un árabe israelí fue nombrado presidente del segundo mayor banco israelí, el banco Leumi). Uno de los mayores problemas del sector árabe es la violencia interna entre bandas árabes en las ciudades, y la impotencia de la policía a la hora de enfrentarse a ella.

En términos políticos, todos los partidos árabes de la Kneset se presentan bajo un mismo paraguas; aunque no quieren formar parte de ningún gobierno y tener que hacerse responsables de las decisiones ministeriales contra sus hermanos, decidieron tras las elecciones de septiembre del 2019 unirse al bloque de centroizquierda para impedir la reelección de Netanhayu. Manejar la aceleración de la integración de los ciudadanos árabes en nuestra sociedad es uno de los retos más importantes y difíciles que tiene planteados Israel.

Las últimas elecciones volvieron a demostrar que Israel, como muchas otras democracias, está dividido a partes casi iguales entre conservadores y liberales. La derecha no puede ganar sin el apoyo del grupo ultraortodoxo, y la izquierda no puede hacerlo sin los ciudadanos árabes de Israel. La mayoría de los votantes de izquierda se ha decantado ahora por el partido Azul y Blanco (que es la versión israelí del partido La República en Marcha francés), actualmente el mayor partido de la cámara israelí. La izquierda no ha desaparecido, y el país no está secuestrado por la derecha.

Las últimas elecciones volvieron a demostrar la división a partes casi iguales entre conservadores y liberales. La derecha no puede ganar sin el apoyo ultraortodoxo, ni la izquierda sin los israelíes árabes”

La seguridad ha sido la principal preocupación de Israel desde su creación. El país no se halla bajo una amenaza existencial, a pesar de lo que digan algunos dirigentes: el Consejo Judío para los Asuntos Públicos ha rebajado de modo sustancial las amenazas sobre Israel. Desde 1979 estamos en paz con Egipto, después de tres guerras; desde entonces no ha surgido ninguna amenaza de estallido violento entre los dos países, ni después del asesinato del Anuar el Sadat en 1981, ni tras la victoria de los Hermanos Musulmanes en el 2012.

El tratado de paz con Jordania firmado en 1994 atenuó los temores israelíes de un ataque sorpresa desde su frente oriental (principalmente procedente de Irak). Los acuerdos de Oslo (1993) crearon una nueva fase en la relación entre el movimiento sionista y el movimiento nacional palestino. Se vio atacado por los extremistas de ambos bandos, lo cual prolongó el acuerdo provisional original durante un período imperdonablemente largo; sin embargo, creó la presencia física de una dirección política palestina y un protoestado, que –con todos sus defectos– es un autogobierno palestino como nunca había existido en la historia palestina y que colabora estrechamente con Israel contra el terrorismo.

Israel tiene hoy tres frentes abiertos. La franja de Gaza, gobernada por el movimiento Hamas, que rompió con la Autoridad Palestina en el 2007, no reconoce los acuerdos de Oslo y no está dispuesto a firmar la paz con Israel bajo ninguna circunstancia. Hamas y la Yihad Islámica tienen como objetivo sorprender a Israel con misiles y cohetes, siguen construyendo túneles entre la franja de Gaza y las ciudades y los pueblos israelíes situados cerca de la frontera e incluso mucho más lejos (como Tel Aviv y su área metropolitana). Gaza representa una fastidiosa molestia para Israel, que por su parte teme poner fin a su cierre de esa pobre y miserable franja de 360 kilómetros cuadros densamente poblada.

La amenaza procedente de Líbano está causada por Hizbulah, que cada vez consigue misiles más precisos de Irán. Y la amenaza procedente de Siria es debida al despliegue iraní de fuerzas en ese país. Los esfuerzos de Netanyahu por expulsar a los iraníes de Siria han resultado vanos.

Sin embargo, Israel ha aprendido a vivir con amenazas y con el precio que hay que pagar por ellas: un largo servicio militar obligatorio y la asignación a la seguridad de una gran parte del presupuesto.

Con el fin de garantizar su mayoría judía y no perder sus valores democráticos, Israel debe mantener un acuerdo permanente con la dirección palestina en Ramala. Ese acuerdo tiene que estar basado en los parámetros del presidente Clinton del 2000 (un Estado palestino basado en la frontera anterior a junio de 1967, con modificaciones acordadas, y una solución económica y simbólica para los refugiados palestinos de 1948), la iniciativa de Paz Árabe del 2002 y la informal pero muy detallada iniciativa de Ginebra del 2003. Si Hamas no acepta unirse a los esfuerzos de paz, habría que esforzarse para que firmara un acuerdo de armisticio, al tiempo que se aplica el tratado de paz palestino-israelí en Cisjordania y a la espera de que haya un cambio de opinión en Gaza. Semejante acuerdo llevaría a casi sesenta estados musulmanes a reconocer a Israel, y eso supondría el cumplimiento del sueño sionista y del sueño palestino.