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¿Será éste el siglo africano?

Vanguardia Dossier

La percepción de áfrica en el mundo, muy negativa, empezó a cambiar en este siglo XXI, con cifras prometedoras en crecimiento económico, consumo y clase media, industria, desarrollo agrario y gobernanza, entre otros.

Todo parece indicar tales mejoras y el enorme potencial demográfico auguran un siglo africano. Pero el desarrollo en el terreno es lento, y nada está consolidado

África

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África, el continente del futuro

Nº: 74. Fecha: OCTUBRE / DICIEMBRE 2019
Esta edición digital se ofrece en formato PDF.
En esta edición se publican también los textos en versión original.
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Carlos Lopes es profesor en la escuela Mandela de Gobernanza Pública de la Universidad de Ciudad del Cabo, alto representante de la Unión Africana de la Comisión Global sobre Economía y Cambio Climático y miembro de la junta consultiva superior de la Blockchain Charity Foundation.

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Los relatos sobre África suelen ser negativos. Son fruto de un tradicional arraigo en el desdén y las simplificaciones históricas; los actuales cambios observados en las opiniones dominantes sobre el continente tienen mucho que ver con una capacidad de actuación más fuerte y unos logros significativos. Aunque la historia del auge de África tiende a centrarse en las nuevas oportunidades de negocio, más voces admiten la posibilidad de un siglo africano.

La aprobación de la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas (y de los Objetivos de Desarrollo del Milenio) inauguró una nueva época. Las políticas de ajustes estructurales prescriptivos quedaron sustituidas por objetivos, es decir, por formas diferentes de alcanzar las metas o, en la jerga económica, por un espacio de políticas. En torno al año 2000, África empezó a mostrar un patrón de comportamiento económico diferente.

Durante esa década, los países africanos dominaron sistemáticamente la lista de las diez economías con mayor crecimiento del mundo. Para el 2019, las previsiones del FMI indican que seis de las diez economías con mayor crecimiento del mundo estarán en África (Etiopía, Ghana, Costa de Marfil, Ruanda, Senegal y Sudán del Sur). El crecimiento económico ha supuesto que África haya duplicado su producto interior bruto (PIB) en un período de doce años. A pesar de que el crecimiento se ha frenado como consecuencia del difícil contexto mundial, el comportamiento del continente sólo se sitúa por detrás del mostrado por la región del Sudeste Asiático.

En torno al 2000, África empezó a mostrar un patrón económico diferente. Durante esa década, los países africanos dominaron la lista de las diez economías con mayor crecimiento del mundo

Diversos indicadores socioeconómicos han también alimentado el relato del siglo africano. En el 2010, la clase media incluyó a un 34% de la población, frente a un 27% del 2000. Ese crecimiento de la clase media (3,1%) entre 1980 y el 2010 es superior a la tasa de crecimiento de un 2,6% de la población total. Aunque cabe sostener que todavía es vulnerable, la clase media es vista como un combustible para las economías del continente.

En el 2017, el gasto familiar alcanzó los 1,6 billones de dólares, tras dejar atrás en el 2010 la marca del billón de dólares. Esas cifras están a la altura de las grandes economías como China. Según las estimaciones del Instituto Global McKinsey y el Instituto Brookings, se prevé que para el 2025 el gasto familiar alcance los 2,5 billones de dólares.

Por sí sola, la experiencia del crecimiento no basta para reivindicar el siglo XXI. África ha crecido con rapidez, pero se ha transformado con lentitud, y ello ha puesto en peligro mucho de lo logrado hasta ahora. El crecimiento del PIB de un 4% previsto para el 2019 sigue lejos del mínimo de un 7% necesario para duplicar el ingreso medio en una década. Ello es debido en parte al hecho de que demasiadas economías africanas siguen dependiendo de la producción y la exportación de productos básicos.

Crecimiento con transformación

La buena noticia es que se conocen soluciones atractivas. La traducción del crecimiento en avances significativos exige que los países africanos adopten un enérgico programa de industrialización. África no es un desierto por lo que hace a la manufactura y la industrialización.

Los intentos industrializadores de las décadas de 1960 y 1970, con su adopción del modelo de industrialización en sustitución de las importaciones, obtuvieron resultados dispares. Si bien se produjeron algunos progresos notables, enseguida se hicieron patentes los límites de la producción dirigida por el Estado en detrimento de la facilitación dirigida por el Estado.

El valor añadido en la fabricación como porcentaje del PIB no ha dejado de disminuir desde la introducción de las políticas liberales promovidas por los programas de ajuste estructural. Sin embargo, dado que la economía en su conjunto ha crecido considerablemente, el porcentaje del valor añadido oculta el hecho de que la producción real de bienes manufacturados también ha crecido muchísimo. Ahora bien, la concentración de esa base industrial en unos pocos países y sectores pone de manifiesto que la transformación estructural sigue ausente.

La búsqueda de la industrialización no ha concluido en África. Según el Banco Africano de Desarrollo, la fabricación nacional se duplicó entre el 2000 y el 2010. Y sigue aumentando gracias a las inversiones en el sector de la confección de ropa al por menor por parte de empresas como H&M, Primark y Levi’s; en el sector de la automoción, por parte de compañías como Volkswagen, Mercedes, Renault, Peugeot, entre otras; de Seemahale Telecoms en el segmento de la telefonía móvil; y también en la industria aeronáutica y el sector de los repuestos de automóviles, en países como Marruecos y Túnez.

Lago Tana lake en Etiopía

rchphoto / Getty Images/iStockphoto

Los inversores locales también han impulsado las manufacturas en el continente. En especial, en el sector de la electrónica (teléfonos móviles, ordenadores), con fabricantes como Condor Electronics en Argelia y Mara Group en Ruanda; y también en el sector farmacéutico (un sector valorado en el 2020 en 65.000 millones de dólares, una cifra equivalente al sector farmacéutico indio), con empresas como, entre otras, los laboratorios Saidal, Biofarm y Merinal en Argelia (que producen un 47% de los productos médicos consumidos localmente), Aspen y Adcock Ingram en Sudáfrica, los laboratorios tunecinos (que consiguieron aumentar la producción local de un 14% en 1990 a un 45% en el 2010)... y la lista incluye empresas de otras partes del continente en países como Angola, Camerún, Egipto, Etiopía, Ghana, Kenia, Lesoto, Marruecos, Mauricio, Nigeria, Tanzania y Uganda.

La agroindustria, la deslocalización de la manufactura de escaso valor añadido que tiene lugar en el Sudeste Asiático como consecuencia del aumento de los costes laborales en la región, así como la industrialización basada en productos básicos, son la clave para una transformación más radical.

En el caso de los países africanos dotados de recursos naturales, concentrar las energías en la explotación y transformación de la riqueza del país puede ser mucho más prometedor que tratar de diversificarse para no depender de los productos básicos.

A pesar de las críticas a ese modelo de industrialización (debidas en gran medida al argumento de que es poco probable que promueva vínculos), las experiencias de otros países ricos en recursos como Argentina, Malasia y Tailandia, Australia, Noruega y Escocia muestran que dicho modelo puede dar lugar a un desarrollo económico. Los ejemplos de la propia África ponen de manifiesto que dicho modelo puede ser prometedor por lo que hace al desarrollo de los elementos de un ecosistema que promueva la innovación, el valor añadido y el empleo de calidad.

La agricultura representa un 65% del empleo de África y un 75% de su comercio interior. Por su lado el sector agroalimentario ha hecho grandes progresos y se estima que alcance el valor de 1 billón de dólares en el año 2030

La agricultura constituye también un importante vehículo para la industrialización basada en los recursos. Representa casi un 65% del empleo de África y un 75% de su comercio interior. Además, el sector agroalimentario ya ha realizado grandes progresos en el continente, y su potencial es significativo, con estimaciones que sitúan su valor en 1 billón de dólares para el 2030. El sector puede generar importantes aumentos de productividad en las zonas rurales con centros vibrantes de agronegocios y vínculos en las cadenas de valor.

Para alcanzar su pleno potencial, será importante la mejora de la productividad de la tierra, que se mantiene estancada en 1,5 toneladas por hectárea, mientras que en países como India la productividad de la tierra ha pasado de 0,95 toneladas por hectárea a 2,53 en los últimos 50 años.

Y ello a pesar de que las tierras agrícolas en África son entre tres y seis veces mayores que en China o India, países (que teniendo una disponibilidad mucho menor de tierras agrícolas per cápita) han logrado asegurar alimentos para sus mil millones de personas más pobres, mientras que África sigue siendo la región más afectada del mundo por la inseguridad alimentaria.

Plantaciones en África

africa

En esta transformación, los agentes más importantes serán los pequeños agricultores. Ahora bien, necesitan apoyo e innovación. La mayoría de los agricultores africanos no se ha beneficiado de iniciativas y programas destinados a mejorar las técnicas agrícolas, el equipo, las semillas, los fertilizantes, la tecnología poscosecha y la financiación. Con todo, algunas intervenciones, aunque todavía demasiado tímidas y dispersas, destacan como posibles vías para permitir la integración de los pequeños agricultores en la búsqueda de una mayor productividad en los países africanos.

Por ejemplo, las intervenciones del Gobierno de Ghana para introducir sistemas mecanizados de agricultura y hacer realidad para los pequeños agricultores el sistema colectivo de producción a gran escala (la agricultura en bloques) han convertido el país en un auténtico granero de alimentos.

El rendimiento del arroz en Egipto se sitúa hoy en día en 9 toneladas métricas por hectárea, lo que supone la mejor producción de arroz del mundo. La captación de agua en Tanzania se ha intensificado con éxito en las tierras bajas (donde las precipitaciones estacionales pueden alcanzar los 600-900 litros por m2) y ha mejorado la agricultura de base pluvial de las granjas de arroz de Majaluba.

Con la ayuda de sistemas individuales de bombeo de agua de bajo costo, los agricultores nigerianos recurren hoy a la irrigación a pequeña escala utilizando el agua de capas freáticas poco profundas alimentadas por el río y sacándola con el shaduf o cigoñal en la estación seca con objeto de cultivar hortalizas para los habitantes de las ciudades.

La transformación de las economías africanas mediante una industrialización basada en los recursos no será fácil. Exigirá innovación, habilidades, una sólida base de conocimientos sobre la estructura de la industria y las cadenas de valor mundiales. También exigirá que los países africanos estén especialmente atentos al panorama comercial mundial, incluidas las barreras y las preferencias. Por encima de todo, el impulso del comercio intrafricano sigue siendo imperativo para la creación de los mercados necesarios para una industrialización con éxito.

10-12 millones de jóvenes africanos ingresan cada año en el mercado de trabajo, pero sólo son absorbidos 3’1 millones. La agricultura no ha recibido las inversiones estratégicas necesarias para emplearlos

La entrada en vigor de el Área Continental Africana de Libre Comercio (AfCFTA) en mayo del 2019 supone en potencia un cambio fundamental. África cuenta desde este año con la mayor zona de libre comercio del mundo, un mercado de 1.200 millones de consumidores. Se espera que el gasto combinado de los consumidores y las empresas alcance los 6,7 billones de dólares en los próximos 10 años.

La Comisión Económica para África espera que el comercio intrafricano de la AfCFTA se expanda en un 52% (hoy se sitúa en un 20%) mediante la reducción a cero de los aranceles que gravan un 90% de los bienes comercializados en todo el continente.

Sin duda, la transición no estará exenta de consecuencias, al menos durante un tiempo. La experiencia de los países que han pasado por esas transformaciones indica que existe un fuerte patrón histórico de empeoramiento de la distribución de los ingresos entre las economías rurales y urbanas durante las etapas iniciales de la transformación estructural.

Como se prevé que la población urbana de África se duplicará y llegará a los 2.300 millones de personas en los próximos cuarenta años, es probable que esa pauta se acentúe aun más. Pero también sabemos por los datos históricos que la pobreza absoluta no empeora de modo necesario durante esos episodios, lo cual reduce el riesgo de un retroceso en los avances logrados durante las dos últimas décadas en la lucha contra la pobreza extrema.

Cambio de percepciones

La transformación requiere capital que deberá generarse en los mercados internacionales, a través de inversiones extranjeras directas. Sin embargo, África sigue siendo un destino marginal para los inversores extranjeros. Esa renuencia suele justificarse por unas percepciones del riesgo exageradas, dominadas a menudo por temores relativos a la seguridad y la gobernanza.

El cambio de siglo fue testigo de algunos progresos en África en los ámbitos de la gobernanza política, la paz y la seguridad. A pesar de las bolsas de violencia, hay un consenso acerca de que la naturaleza de la política está cambiando. Ha crecido el deseo de participación política de la población africana, como pone de manifiesto el aumento de la contestación política en el continente: desde los acontecimientos presenciados este año en Sudán y Argelia hasta los acontecimientos de la primavera árabe, Burkina Faso y muchos otros países.

Los jóvenes, en particular los residentes en zonas urbanas, operan en espacios políticos de modo similar a sus homólogos de otras partes del mundo. Por otra parte, los conflictos han retrocedido en todo el continente, impulsados en gran medida por las mejoras en la gobernanza política.

Aunque en los últimos años se ha registrado un incremento de los incidentes violentos, los episodios de muerte violenta como consecuencia de conflictos siguen siendo mucho menores que los presenciados en el continente a principios de la década de 1990. Y semejante incremento se atribuye en gran medida a la dinámica mundial y especialmente al auge y la expansión de Estado Islámico en el Sahel y en África occidental.

Sin embargo, a pesar del descenso en el número de conflictos, se sigue considerando que el continente está dominado por la violencia. A diferencia de lo que ocurre en Asia, en África los conflictos no se consideran de forma aislada. Los conflictos en Mindanao no moldean la imagen de Filipinas. La insurgencia de Sabah no moldea la imagen de la emergente Malasia. Hubo unos 29 ataques de piratas frente a las costas de Somalia en el 2009, frente a los 150 ataques ocurridos en el 2005 en el estrecho de Malaca, entre Malasia y Singapur.

La insurgencia naxalita y la cuestión de Cachemira no moldean la imagen de los inversores de la pujante India. Y Corea del Sur no se ve afectada por la proximidad de su beligerante Estado hermano del Norte. De hecho, a pesar de la naturaleza generalizada del conflicto en Asia, no se considera que la región sea inestable sino dinámica.

A pesar del descenso del número de conflictos en África, se sigue considerando que sigue dominado por la violencia, pero no inestable

La percepción moldea el compromiso (público y privado) de diferentes formas. La transformación estructural exige un tipo diferente de compromiso que aproveche el potencial del continente en lugar de percibirlo como una región de alto riesgo o, en el mejor de los casos, como un destino para las organizaciones de beneficencia.

La ayuda al desarrollo, aunque sigue siendo importante en casos específicos, no puede transformar por sí sola las economías africanas en un momento en que la demografía del continente exige una acción audaz. La juventud de África puede ser una ventaja, pero es algo que exige un tipo diferente de compromiso. En África occidental, por ejemplo, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) estima que más de 2 millones de jóvenes que entran todos los años en el mercado laboral no encuentran trabajo.

En todo el continente, el Banco Africano de Desarrollo calcula que entre 10 y 12 millones de jóvenes ingresan todos los años en el mercado de trabajo, pero que sólo son absorbidos 3,1 millones. La agricultura, que desempeñaría un papel clave en la transformación de las economías africanas y en la integración de la gran fuerza de trabajo, no se ha beneficiado de inversiones estratégicas.

Dos hombres africanos cultivando te en Kenya

Afrimages / Getty

Las cifras no significan impacto. Por ejemplo, en el 2002, África recibió para agricultura casi el doble de ayuda oficial al desarrollo (713,6 millones de dólares) que la concedida a los países de Asia oriental y meridional (479,8 millones de dólares). Sin embargo, ello no se tradujo en mayores rendimientos por los dólares adicionales, en gran medida porque se trataron de forma aislada de la infraestructura y las innovaciones tecnológicas que habrían amplificado el impacto.

Aprovechar el potencial ofrecido por el crecimiento de la población y el mercado de consumidores de África significa comprometerse mediante inversiones en sectores habilitantes clave. A pesar de las dificultades percibidas, China, además de ser el principal socio comercial de África, se ha convertido en su principal financiador y constructor de infraestructuras. Han surgido temores por el endeudamiento de los países africanos con respecto a China, pero resulta importante recordar que, a pesar del reciente aumento de la deuda, la relación entre deuda y PIB en África no ha aumentado drásticamente, sigue siendo la más baja del mundo tras la que acumula la rica región de los estados del Golfo e incluso es negativa en términos relativos si se tienen en cuenta las reservas.

Beneficiar a África y más allá

Para que el continente alcance todo su potencial es necesario tener el valor político de pedir a todos los socios internacionales que miren más allá. Por ejemplo, los países africanos lucharon con ahínco en la XIX Conferencia Ministerial de la OMC celebrada en el 2013 para obtener unas normas de origen preferenciales para los países menos desarrollados. Sin embargo, no han pedido la aplicación de esos criterios preferenciales en sus negociaciones bilaterales con la Unión Europea en el marco de los Acuerdos de Asociación Económica (EAA) ni han solicitado lo mismo a los Estados Unidos en relación con la ley sobre Crecimiento y Oportunidades para África (AGOA).

Ya es hora de que el compromiso de los socios internacionales pase de las políticas y los marcos basados en la percepción a otros basados en la realidad y en una visión común para el futuro.

El gran aumento del número de jóvenes en África, por ejemplo, gestionado adecuadamente, no es sólo un combustible para las economías africanas, sino para el resto del mundo y sobre todo para Europa. Un estudio reciente de la Fundación Bertelsmann señala que la migración intracomunitaria ya no podrá satisfacer las necesidades de la economía alemana y que ésta tendrá que depender de 146.000 trabajadores al año procedentes de países no comunitarios.

Ahora bien, como la Unión Europea está cediendo a la presión de sus políticos de derechas, la juventud africana es considerada hoy en buena medida como una amenaza y no como una oportunidad. Sin embargo, la realidad muestra que los africanos distan de ser el principal grupo de inmigrantes no comunitarios que entran en Europa.

La tasa de migración china, por ejemplo, duplica la africana; y la proporción de ciudadanos africanos en Europa es comparable a la existente en la década 1970. Además, quienes desean emigrar tienden a ser quienes tienen una mejor educación. Por otra parte, la preocupación por los refugiados también resulta injustificada, ya que África sigue siendo el continente más afectado por las guerras y un 80% de los refugiados permanece en él.

Han surgido temores por el endeudamiento de los países africanos respecto a China, pero a pesar del aumento reciente, la deuda de África sigue siendo la más baja del mundo tras la rica región de los estados del Golfo

Un compromiso centrado en el futuro exige que los socios internacionales vayan más allá de los modelos clásicos de ayuda al desarrollo. Limitar el compromiso de Europa con África a los mecanismos de desembolso de ayuda establecidos desde la década de 1970 no constituye un buen augurio para el futuro.

Cuando la Unión Europea ha pretendido ser innovadora, ha desarrollado iniciativas sin consultar con los países africanos y al margen de la multitud de iniciativas y mecanismos existentes en África, pero también en la propia Europa. Esos enfoques fragmentados para tratar con África no sólo conllevan el riesgo de un uso ineficaz de los recursos en detrimento tanto de Europa como de África, sino que también ponen en peligro la estrecha relación entre los dos continentes puesto que socavan los esfuerzos y la participación de la propia África en su programa de desarrollo.

Hay un dicho somalí que dice: “Quien no aprovecha la oportunidad hoy, no podrá aprovechar la oportunidad de mañana”. Para el continente africano, sus dirigentes y sus pueblos, y para los socios internacionales, es ahora el momento de hacer realidad ese siglo africano.

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