El valor de la crónica

Lluís Permanyer ejerce de cronista en Passeig de Gràcia, l’escenari burgès (TV3). La audiencia respondió porque hay historias que interpelan por puro contagio existencial y porque la aureola mítica del paseo, tan corrompida por el lujo gregario de la globalización, invita a la arqueología de proximidad. Es el tipo de formato didáctico que cultivan todas las televisiones públicas de países civilizados. La elección de Permanyer como anfitrión culto es un acierto. En unas parrillas obsesionadas por la vitalidad juvenil y los estereotipos de belleza y de índice de masa corporal de catálogo de ropa interior, Permanyer impone el carisma del conocimiento, el rigor y una ironía crítica que muchos astros audiovisuales sólo pueden practicar si cuentan con media docena de guionistas y aplausos de lata.

LOCURA ADICTIVA. Ha vuelto Homeland (Fox), con una octava temporada que, como algunas anteriores, es inverosímil. Da igual. Cuando eres adicto a según qué drogas te conformas con metadonas de origen sospechoso. Y la Homeland actual es un sucedáneo de la Homeland original, una droga dura que utiliza la actualidad geopolítica para mezclarla con la inestabilidad psicológica de la protagonista, la superagente Carrie Mathison. Para darle otra vuelta de tuerca al ingrediente psicótico, los guionistas no se limitan a explotar la inestabilidad mental de Mathison sino que lo agravan con un largo y elíptico confinamiento en la Rusia de Putin, con torturas incluidas.

Elegir a Lluís Permanyer como anfitrión culto para visitar el paseo de Gràcia es un acierto

RADIO. El día mundial de la Radio permite alterar las inercias del emisor sin perturbar la libertad del receptor. Es la grandeza del medio: lo puedes escuchar mientras haces otra cosa. Este nomadismo nos hace ser benévolos porque no vampiriza nuestra atención sino que actúa como un animal de compañía. Si estamos conduciendo, escuchar la radio no nos obliga a detenernos. Si estamos lavando platos, tampoco. Hay una educación sentimental popular que pasa por la radio igual que pasaba por los cines de sesión continua o los merenderos de Les Planes. Pero también hay una radio más tecnológicamente sofisticada, de coche, auricular, móvil o podcast, que sigue creando comunidades cómplices, enganchadas al Nadie sabe nada de Andreu Buenafuente y Berto Romero (Ser) o al Crims de Carles Porta (Catalunya Ràdio). ¿Definición de radio para los días no mundiales? Una de Pierre-Jean Vaillard (humorista francés reaccionario de los años sesenta): “Me encanta la televisión. Con los ojos cerrados, es casi tan buena como la radio”.

LUZ. Veo, a la carta, el programa Il·luminats (33). Es el enésimo invento de Jordi Lara, cultivador de delicias culturales minoritarias. Pasa una noche encerrado en la Biblioteca de Catalu-nya con Enric Casassas, tan expresivo en la distancia corta como en la larga. El ritmo de la conversación es pausado, creativo, imprevisible. Comen hummus, hablan de Llull y Casassas recuerda un amor difícil con un poema tan breve como monumental: “ Sí que la carn era molt bona / pero tenia moltes espines”.

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