“Qué extraño. ¿No ha ido a trabajar?”, se preguntó Kelly cuando vio el coche de su madre todavía aparcado a primera hora de la mañana a la puerta de casa. De inmediato, la niña intentó abrir la puerta del dormitorio, pero estaba cerrada por dentro. Así que llamó y le preguntó a su madre si se encontraba bien. No obtuvo respuesta y comenzó a preocuparse.
A continuación, Kelly rodeó la casa: la habitación principal tenía una puerta corredera de cristal y solía estar abierta. Al entrar, la adolescente se topó con algo inimaginable. Su madre estaba muerta sobre la cama, sobre un gran charco de sangre, con la cabeza destrozada a golpes y mordiscos en los brazos, y un rifle apuntando dentro de su vagina. Minutos después, la policía comenzó a recoger pruebas. No era la primera vez que veían a una víctima posando de forma tan bizarra y degradante.
El abandono
La historia de George Waterfield Russell Jr., nacido en abril de 1958 en Florida, está marcada por el abandono. Tras la separación de sus padres cuando era todavía un bebé, su madre lo dejó al cuidado de su abuela materna mientras ella rehacía su vida con otro hombro en Mercer Island, Seattle. Cuando finalmente el pequeño volvió al lado de su madre, esta solo tenía ojos para su nueva hija. Aquello causó en George una gran frustración y alimentó una personalidad tan sociable como sociópata.
Nuestro protagonista aprendió a camuflarse y a comportarse como un tipo encantador y divertido, bromista, con el que todos querían pasar un buen rato y hacer el payaso. Pero se trataba de algo meramente superficial, el único modo que encontró un chico afroamericano para ser aceptado en un barrio mayoritariamente de gente blanca y adinerada.
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George Russell en la ficha policial
Sin embargo, George vivía una doble vida al caer la noche: se vestía con ropa oscura y asaltaba las casas de la zona. Robaba dinero en efectivo, joyas y recuerdos personales y, a menudo, se paraba junto a la cama de las mujeres dormidas, mirándolas en silencio.
Los investigadores tenían la teoría de que aquel ladrón nocturno, en realidad solo buscaba una gratificación sexual perversa de sus hazañas. Su carrera delincuencial aumentó con el tiempo, como también sus mentiras patológicas. Fue encarcelado más de una veintena de veces, la mayoría por delitos menores.
Llegada la mayoría de edad, George empezó a salir por los clubes nocturnos de Bellevue, al este de Mercer Island, y a utilizar sus artimañas de conquistador para hacer nuevas amistades y ligar con todo tipo de mujeres. Pero bajo aquella sonrisa radiante y adorable se escondía una creciente hostilidad hacia el género femenino. Su facilidad para la conquista era directamente proporcional al odio que sentía hacia sus víctimas.
Las posturas
El verano de 1990 fue el punto de inflexión en la vida de George al asesinar a tres mujeres de forma cruel y sádica y rubricar sus crímenes con firmas impactantes. Este asesino en serie dejó en cada escenario su particular “huella personal”, en la que exponía al mundo el desprecio absoluto por esas mujeres. Ellas representaban a su madre y después a su madrastra, mujeres que lo abandonaron y por las que sufrió mucho.
Con los años, un sentimiento profundo de resentimiento y venganza anidó en él. Lo que le hicieron y cómo le abandonaron en vida, necesitaba ser compensado con la muerte. Así fue cómo gestó unos asesinatos seriales durante sus salidas nocturnas a discotecas. El lobo salía a cazar desplegando sus encantadoras dotes de donjuán y, cuando doblegaba a sus víctimas por la confianza forjada durante la conquista, iniciaba su sanguinario ritual.
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Mary Anne Pohlreich, asesinada por George Russell
George violaba, maltrataba, mutilaba y acuchillaba a las elegidas hasta la extenuación. Para terminar y antes de huir, colocaba sus cuerpos desnudos en posiciones grotescas con la única intención de causar el mayor impacto posible en quienes los encontrasen. Disfrutaba con el escándalo que generaba lo bizarro.
El 22 de junio de 1990, George mató a Mary Anne Pohlreich, de 27 años. Su cadáver fue encontrado en el aparcamiento de un McDonald’s a la mañana siguiente. La joven había sido apaleada hasta reventarle el hígado, tenía fuertes golpes en la cabeza y había sido estrangulada.
Una vez muerta, fue violada con un objeto y colocada en una posición inusual: tenía un pie puesto sobre el otro y las manos cruzadas sobre el estómago sosteniendo una piña. Además, los ojos estaban cubiertos con una tapa de plástico. Tras este primer asesinato, George cambió el modus operandi, decidió asaltar a sus víctimas en sus propias casas, pero la firma y las poses grotescas continuaron.
El 9 de agosto, Carol Beethe, de 35 años, fue encontrada muerta en su propia cama por su hija Kelly. Le había destrozado el cráneo a golpes, presentaba marcas de mordeduras en los brazos y le había envuelto la cabeza con un plástico. Además, George eligió una nueva postura: la colocó desnuda, le dejó puestos unos tacones rojos y, entre las piernas, le introdujo unos quince centímetros por la vagina.
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Carol Beethe, segunda víctima de George Russell
Días más tarde, el 31 de agosto, a pocos kilómetros de la segunda víctima, George asesinó a Andrea “Randi” Levine, de 24 años, también en su apartamento. El cuerpo presentaba múltiples fracturas y golpes, tenía el cráneo reventado, además de decenas de puñaladas. En esta ocasión, la postura elegida fue introducirla un juguete sexual en la garganta, abrirle las piernas y colocarle el libro More Joy of Sex (El placer del sexo) en su mano izquierda.
La autopsia reveló una posible pista: Andrea llevaba un anillo característico que le habían quitado durante la agresión. “Sé que todos sentimos que si encontrábamos el anillo encontraríamos al asesino”, reconoció en su momento uno de los investigadores.
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Andrea “Randi” Levine fue asesinada por George Russell
El anillo
Las autoridades tenían claro que los tres crímenes estaban relacionados y que buscaban a un asesino en serie, de ahí la urgencia en dar con él cuanto antes. Sabían que volvería a actuar. Y así fue. El 12 de octubre, George trató de allanar la casa de Robyn Oldenburg. Pero cuando la joven escuchó ruidos, se encerró y llamó de inmediato a la policía. Gracias a esa llamada, los agentes alcanzaron a un vehículo sospechoso que se alejaba rápidamente del lugar. Era George Russell.
Durante el interrogatorio, el homicida negó el asalto y rehusó entregar una muestra de ADN o de cabello. Por lo que, sin pruebas que lo incriminasen, la policía tenía que dejarlo marchar. Sin embargo, los investigadores sabían que estaban ante su hombre.
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George Russell trató de asaltar la casa de Robyn Oldenburg
Durante los siguientes meses, se trabajó incansablemente para dar con más pruebas. Una de ellas fue la declaración de un testigo que vio a Mary Anne y a George juntos la noche anterior al hallazgo del cuerpo. Este testigo también aseguró que el joven acudió con otro amigo. Lo localizaron y este aseveró haber estado con él y haberle prestado su camioneta para continuar con una cita.
El amigo explicó a los agentes que George le devolvió el vehículo completamente limpio porque la chica había vomitado tras comer sopa de almejas. Pero en el interior olía más a sangre que a vómito. Tras revisar la camioneta, la científica encontró rastros de sangre de Mary Anne. Además, las fibras de las alfombras del vehículo coincidían con las halladas en el cuerpo de la víctima.
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George Russell en prisión
Por último, los investigadores recuperaron una prueba irrefutable: el anillo de Andrea, la tercera víctima. Según descubrieron, George se lo había regalado a una joven con la que salía y un amigo del criminal les puso sobre la pista. Recuperada la joya y, con los vestigios genéticos de Mary Anne, el asesino en serie fue detenido y acusado de tres asesinatos en primer grado. Era el 10 de enero de 1991.
Nueve meses después, se inició el juicio contra el denominado The Charmer (El encantador) o The Bellevue Killer (El asesino de Bellevue). El jurado popular lo encontró culpable de todos los cargos y el tribunal lo sentenció a dos cadenas perpetuas y a 29 años adicionales de prisión. Desde entonces, George Russell permanece entre rejas en el Centro Correccional de Clallam Bay. Su historia ha sido objeto de estudio y debate por parte de los perfiladores conductuales más importantes del país.