Juliet Hulme, la escritora de suspense y exconvicta que mató con 15 años
Las caras del mal
Junto a su amiga Pauline Parker mató a golpes a la madre de esta
Ocultó su pasado criminal durante 40 años bajo la identidad de Anne Perry
El cine plasmó su historia bajo el título de ‘Criaturas celestiales’ interpretado por Kate Winslet
“Me siento muy emocionada, como si estuviera planeando una fiesta sorpresa. Así que, la próxima vez que escriba en el diario, madre estará muerta. Qué extraño, y sin embargo qué agradable”. El diario de Pauline Parker estaba repleto de anotaciones similares sobre el asesinato de su progenitora. La adolescente y su amiga Juliet Hulme planeaban matarla para poder vivir su amor en completa libertad.
Honora recibió 45 golpes antes de morir. Tras el crimen, las jóvenes cumplieron una pequeña condena, pero salieron en libertad con una nueva identidad. Cuarenta años después de la tragedia, la película Criaturas celestiales de Kate Winslet reveló el caso Parker-Hulme y abrió la veda para conocer el verdadero paradero de las exconvictas. Una de ellas ejercía como escritora de suspense y sus novelas negras tenían éxito en Europa. Nadie sabía que Anne Perry en realidad era Juliet Hulme.
Soñando despiertas
Nacida en Inglaterra en 1938, Juliet Hulme era hija del físico Henry Rainsford Hulme y de su esposa Hilda. Ya desde la infancia, sus problemas respiratorios le hicieron ser una niña débil y aquejada de continuas infecciones pulmonares. Tanto es así que la familia decidió que la pequeña pasase largas temporadas en climas más cálidos. Primero la enviaron a las Bahamas para después, en 1948, trasladarla junto al resto de la familia a Nueva Zelanda. La Canterbury College de Christchurch nombró rector a su padre.
Pero Juliet no era feliz. Se mostraba como una niña introvertida y tímida que pasaba muchas horas sola. Ni Henry ni Hilda se percataron de las necesidades sociales de su hija. De ahí que no le diesen importancia a que pasase el tiempo soñando despierta.
Por su parte, Pauline Parker nació en 1938 en la localidad neozelandesa de Christchurch en una familia de pequeños empresarios. Su padrastro, Herbert Rieper, dirigía una pescadería, mientras que su madre, Honora Parker, lo hacía en una pensión.
Al igual que Juliet, Pauline también padeció importantes problemas de salud desde una edad muy temprana. Con cinco años sufrió de osteomielitis, una enfermedad ósea que le ocasionó una cojera. Esto le impidió relacionarse de una forma normal con el resto de niños. No podía jugar.
Todo cambió para estas adolescentes cuando comenzaron el primer curso en la Christchurch Girls’ High School. El flechazo fue inmediato. Pauline, de 16 años y Juliet, de 15, se convirtieron en inseparables. Gracias a la literatura encontraron puntos en común. Ambas disfrutaban imaginando historias, escribiendo relatos, poemas, e incluso escenas dramáticas.
Pero lo que empezó siendo una amistad incondicional se transformó en una intensa relación sentimental. Se habían enamorado locamente y cada situación la vivían con cierto toque de dramatismo. Hacían una pareja un tanto peculiar por las diferencias físicas y por su estrambótico comportamiento.
Amor prohibido
Soñaban con huir a Nueva York para publicar sus textos en grandes editoriales, con adaptar al cine las piezas de Juliet para que Pauline pudiese interpretar algún papel… Imaginaban el éxito, la fama… Vivir su amor libremente sin cortapisas y lejos de Nueva Zelanda. Cabe recordar que en la década de los cincuenta las relaciones homosexuales no eran bien vistas en sociedades como la de Christchurch, donde rezumaban valores estrictos y católicos. De ahí que Juliet y Pauline se ocultasen.
El amor las desbordaba hasta tal punto que cuando a Juliet le diagnosticaron tuberculosis, Pauline no paró de llorar en los cuatro meses que estuvo en el sanatorio. La joven solo quería estar al lado de su amada e, inclusive, padecer la misma enfermedad. “Sería maravilloso”, escribió en su diario.
Ese tiempo separadas y las continuas visitas de Pauline a Juliet levantaron sospechas entre las familias. Aquella amistad no era corriente. Por eso, el padre de Hulme la envió a un psiquiatra para examinar aquel “extraño” comportamiento. Los progenitores de las adolescentes iniciaron así una campaña para separarlas. Querían cortar cualquier lazo afectivo.
La circunstancia se dio a principios de 1954, cuando los padres de Juliet se divorciaron. La madre tenía otra pareja y el padre decidió poner tierra de por medio mudándose a Inglaterra. Lo acompañaría Juliet, a quien instalaría previamente en Sudáfrica. Todo estaba concertado para embarcar el 3 de julio de 1954.
Cuando Juliet le comunicó la noticia a Pauline, esta se quedó completamente destrozada. No encontraba consuelo alguno. La separación era inminente y la única solución era que Parker se marchase con Hulme. Sin embargo, sus padres volvieron a interponerse. Bajo ningún concepto podía marcharse de Nueva Zelanda. Aquella decisión desencadenó el posterior asesinato de la madre de Pauline. Honora se oponía fervientemente a dejar machar a su hija.
Entonces llegó la planificación del crimen y las continuas referencias en el diario de Pauline sobre lo que acontecería el 22 de junio en el Victoria Park.
El obstáculo
Meses antes del crimen, Pauline tenía claro que su madre era “uno de los principales obstáculos de mi camino. De repente se me ocurrió el procedimiento para eliminar aquel obstáculo. Si muriera…”. El odio de la joven hacia Honora crecía con el tiempo y, con él, el macabro plan. “Lo tenemos estudiado cuidadosamente y temblamos ante la idea. Como es natural, nos sentimos un poquito nerviosas. Pero el placer de los preparativos es muy grande”, escribió en su diario.
Diez días antes de la tarde de autos, Pauline y Juliet ultimaron los pormenores del asesinato: “Decidimos usar una piedra dentro de un calcetín mejor que un saco de arena. Comentamos el ‘arreglo’ hasta el más mínimo detalle”.
A pocas horas para acabar con la vida de su madre, Pauline apuntó la siguiente reflexión: “Me siento tan ilusionada como cuando se prepara una fiesta. Mi madre ha destruido toda la belleza, y el feliz acontecimiento se producirá mañana por la tarde. La próxima vez que escriba mi madre habrá muerto. ¡Qué extraño sentimiento de placer!”.
Todo ocurrió durante un inofensivo paseo por el Victoria Park. Honora, en compañía de su hija Pauline y su amiga Juliet, caminaba por uno de los senderos del parque. Nada le hacía sospechar que instantes después moriría de una paliza. De repente, Juliet lanzó una piedra brillante al suelo y Pauline la señaló captando la atención de Honora. Cuando la mujer se agachó a recogerla, su hija sacó un ladrillo que portaba escondido entre la ropa y se lo lanzó contra la cabeza.
Honora cayó fulminada al suelo. Pero el impacto solo la dejó inconsciente. Entonces, Pauline cogió la improvisada maza envuelta en una media y comenzó a golpearla fuertemente. Juliet la ayudó a machacar el cráneo de la progenitora con más golpes. La mujer recibió 45 impactos en la cabeza. La parte superior estaba completamente aplastada cuando encontraron el cadáver.
Tras darle muerte, las dos adolescentes corrieron a un establecimiento cercano para pedir ayuda. Cuando entraron al salón de té de Agnes Ritchie, Pauline solo atisbaba a decir entre sollozos: “¡Por favor, ayuda! Madre se ha caído y se ha golpeado la cabeza con una roca y está cubierta de sangre. Creo que está muerta”.
Psicosis compartida
Como se demostró poco después en el juicio gracias a los informes forenses, la muerte de Honora no fue debida a un accidente, sino a un ataque brutal perpetrado por las dos homicidas. “Las heridas lacerantes en la cabeza [de la víctima] fueron causadas por un instrumento contundente. Debió ser manipulado con considerable fuerza”, decía el expediente sobre cómo se ejecutó el homicidio.
Varias patrullas de Policía acudieron a la llamada de auxilio y, cuando interrogaron a las supuestas testigos, se dieron cuenta de que algo no cuadraba. El cadáver presentaba evidentes signos de violencia. Así que la pregunta de los agentes fue clara: ¿Quién atacó a Honora? Pauline respondió tajante: “Yo misma”.
En aquel primer interrogatorio, Pauline confesó ser la única responsable del asesinato de su madre exculpando así a Juliet. Sin embargo, cuando los investigadores se hicieron con su diario, repararon en que el incidente había sido cuidadosamente planificado por las dos jóvenes. Tras su detención se procedió a enjuiciarlas pese a ser menores de edad.
Del 23 al 28 de agosto de 1954, un tribunal del jurado dilucidó si Pauline y Juliet padecían algún trastorno que les impedía ser conscientes de sus actos en el momento del asesinato. “Yo no sabía lo que iba a ocurrir cuando salimos hacia el parque”, confesó Juliet. “Pensé que la señora Parker se iba a asustar cuando viera el ladrillo y que daría permiso a Pauline para hacer el viaje conmigo. Después del primer golpe comprendí que no teníamos más remedio que matarla. Yo estaba aterrada e histérica”, concluyó.
¿Por qué no puede morir madre? Miles de personas mueren todos los días”
Entre las explicaciones que se escucharon en la sala, destacaron las del psiquiatra Reginald Medlicott, que entrevistó a las acusadas una vez detenidas. Para el experto, Juliet y Pauline sufrieron un trastorno psicótico compartido, también denominado folie à deux (locura de dos). Se trata de un síntoma de psicosis que se transmite de un individuo a otro.
Asimismo, Medlicott también señaló a las relaciones homosexuales que mantenían las adolescentes como otro ingrediente más que agravaba esa “paranoia”. “No es una relación saludable por sí misma, y lo que es más importante, impide el desarrollo de relaciones sexuales adultas”, espetó el psiquiatra en la sala.
El diario
Ni los expertos, ni los testigos que las vieron aquella tarde, ni siquiera las propias declaraciones de las acusadas fueron puntos claves para condenar a Pauline y Juliet por asesinato. La prueba concluyente fueron los diarios donde explicaban por qué querían cometer el crimen y cómo pretendían ejecutarlo.
“¿Por qué no puede morir madre? Miles de personas mueren todos los días. De modo que, ¿por qué no madre y padre también?”, anotó Pauline el 13 de febrero. Y el 29 de abril: “No quiero crearme muchos problemas, sino que parezca una muerte natural o accidental”. Porque el tema del día para las jóvenes era “el asesinato de mamá”.
“La idea no es nueva, pero en esta ocasión se trata de un plan definitivo que intentamos llevar a la práctica. Lo hemos pensado cuidadosamente y ambas estamos emocionadas por la idea. Nos sentimos un poco nerviosas, pero el placer de la anticipación es grande […] He trabajado un poco más en nuestro plan de asesinar a mi madre. Curiosamente, no tengo remordimientos de conciencia”, se podía leer en otra entrada quince días antes del homicidio.
Las últimas líneas que Pauline escribió sobre el crimen son esclarecedoras: “En la mañana del día de la muerte me siento muy emocionada. Anoche sentí lo que siento la noche antes de Navidad, pero no tuve sueños agradables”.
El tribunal declaró a las acusadas culpables de asesinato y fueron encerradas por tiempo indefinido “a voluntad de Su Majestad”. Se libraron de la pena de muerte por ser menores de edad, pero no de permanecer en prisión durante varios años. La sentencia también añadió que debían estar separadas en centros penitenciarios distintos y prohibió que tuviesen contacto alguno.
Mientras que a Juliet la enviaron a la cárcel de Mount Eden, donde continuó escribiendo y estudiando idiomas, Juliet permaneció en la de Paparua y se graduó en la Escuela Superior. Las jóvenes recibieron tratamiento psiquiátrico hasta su salida de prisión cuatro años después. Esto fue clave para conseguir la libertad condicional.
Cambio de identidad
La primera en salir de la cárcel fue Juliet, quien, tras abandonar Nueva Zelanda, se marchó a Estados Unidos y Canadá para terminar instalándose en Portmahomack (Escocia) bajo la identidad de Anne Perry. A partir de 1979 y con este nombre, la homicida se convirtió en una famosa escritora de novela negra. Sin embargo, el secreto salió a la luz en 1994 gracias a la película Criaturas celestiales interpretada por Kate Winslet.
Durante varios años, los medios de comunicación buscaron a sus protagonistas reales. En 2003 el periódico The Guardian logró hablar con Perry. En la entrevista, la antigua Juliet dio muestras de aflicción: “Solo podía ponerme de rodillas y arrepentirme. Fue así cómo sobreviví a mi condena”.
Ya en 2011, Perry también comentó que “he vivido tanto tiempo en la piel del diablo que espero que así se me perciba. Con la mayor parte de la gente tengo la sensación de tener que justificarme y finalmente no ser comprendida. […] Imagino que sigo estando como siempre en búsqueda de alguien a quien no tenga que explicarle quién soy, porque ya me ha comprendido”.
Y aunque tan solo fueron cuatro años los que Juliet estuvo en la cárcel, ella misma reconoció que no fue “mucho tiempo. Me llevó mucho más tiempo encontrar la capacidad de reconstruirme a mí misma”. Para la adolescente “el castigo fue vital” porque “hasta que uno no siente que saldó la deuda, no puede seguir adelante. Es como tratar de caminar con un paracaídas abierto detrás. No puedes avanzar, no puedes permitirte a ti mismo avanzar”.
En cuanto a Pauline, se cambió el nombre por el de Hilary Nathan y, tras permanecer bajo libertad vigilada hasta 1966, decidió mudarse a un pequeño pueblo inglés. Se convirtió en una devota católica y actualmente vive sola, regenta un establo dando clases de equitación a niños y su hobbie favorito sigue siendo la lectura.
Al igual que Juliet, Pauline también hizo algunas declaraciones a medios de comunicación donde expresaba su profundo malestar y remordimiento por lo ocurrido. Sesenta y seis años después del asesinato la pareja jamás ha vuelto a verse.