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El parricida que mató a toda su familia: “Quería salvar sus almas”

Las caras del mal

John List, el asesino de Westfield, planeó los crímenes al descubrir un secreto familiar

Militar y de estricta educación religiosa, estuvo huido de la justicia durante dieciocho años

John List, conducido por la policía al juzgado

PA

La promesa de la redención, de la liberación de nuestros pecados y de una vida mejor después de la muerte es algo que todas las religiones han inculcado a sus fieles en pos del aclamado Paraíso. Sin embargo, estos individuos, sabiéndolo conscientemente o no, acaban cayendo en la ‘tentación’ de que una vida eterna es posible si todo lo tienen bajo control. Esa forma de ver el destino es la que tenía John List, el parricida de Westfield al que las creencias le sobrepasaron.

Tal fue la vergüenza que sintió tras descubrir un secreto en su familia, sumada a la multitud de deudas acumuladas, que matar drásticamente a todo su clan se convirtió en su principal prioridad.

John List, el parricida de Westfield

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Marcadas creencias

De padres alemanes, John Emil List nació en Bay City (Michigan, Estados Unidos) el 17 de septiembre de 1925. Sus orígenes marcaron su carácter. Su padre, un hombre rubio bien parecido, estricto y creyente, inculcó a John desde niño la idea de que quien cometía una infracción debía ser castigado. Aquel detalle, seguramente anecdótico para muchos de nosotros, hizo mella en la sensibilidad del único hijo del matrimonio List.

Llevado por la devoción de sus progenitores y siguiendo su ejemplo, John se hizo luterano y participó de las actividades de su iglesia. Incluso fue profesor en la escuela dominical de su parroquia.

John List, de niño

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Además de su fervor religioso, John tenía alma de patriota y por eso decidió servir en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, donde alcanzó el rango de teniente. Una vez acabada la guerra, ingresó en la Universidad de Michigan y cursó la carrera de administración de empresas, especializándose en la rama de contabilidad.

Investigando sobre el pasado de List, no encontramos testimonios que nos relacionen con su trayectoria vital. Lo que nos lleva a pensar que seguramente aquel carácter retraído y tímido que poseía no le favoreció en sus relaciones sociales. Como se suele decir, pasó sin pena ni gloria.

John List, de joven

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Aun así, conoció a la que posteriormente sería su mujer; contrajeron matrimonio entre 1951 y 1952. Parecía que todo era de color de rosa. Su vida en Westfield -ciudad a la que se trasladaron tras la boda- era idílica. Tuvieron tres hijos y John trabajaba como contable en una empresa. Las cosas les iban muy bien. No les faltaba de nada. Vivían en una especie de mansión victoriana con dieciocho estancias, entre ellas un magnífico salón de baile.

Sin embargo, un buen día llegó la tragedia y con ello la muerte.

El secreto que lo cambió todo

Tuvieron que transcurrir dieciocho años para que un buen día John descubriese que su esposa, Helen, padecía una terrible enfermedad. Tenía sífilis y, por tanto, él también. El contagio se produjo durante el primer matrimonio de ella. Aquel secreto minó la moral de List, que, al enterarse de lo ocurrido, cayó en la cuenta de la traición.

Helen intentó disculparse, pero John no quiso ni escuchar. Llegados a ese punto, ella tenía la enfermedad tan avanzada que empezaba a mostrar signos de demencia, algo que trastornaba a John. Tampoco ayudó la situación laboral, ya que un recorte en el presupuesto de su empresa motivó su despido inmediato. Así que la familia List se encontraba en bancarrota -debían once mil dólares de hipoteca- y con la necesidad de que la madre de John les echase una mano.

John List en una fotografía con toda su familia

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Aunque la solución hubiese sido encontrar otro trabajo, List ya no era el mismo. Desarrolló un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) que supuso un obstáculo añadido. Su único pensamiento era que su familia estuviese bien y no pasar más vergüenza mendigando dinero a nadie. Por eso planeó los asesinatos. Quería que su familia descansase en paz, sobre todo su hija mayor, Patricia, a la que veía como una oveja descarriada.

Patricia quería ser actriz de teatro, fumaba marihuana, creía en la brujería y no le gustaba ir a la iglesia. Él se había prometido a sí mismo proteger a su familia, así que para que ninguno dejase de entrar en el cielo, la muerte era su única salvación.

Para alcanzar el cielo

El plan fue perpetrado al milímetro y sin ningún tipo de empatía o remordimiento por lo que iba a hacer. Primero, cerró todas las cuentas familiares, incluida la de su madre. Con el dinero contante y sonante, John compró un revólver calibre 22 y arregló la pistola de su padre, una Steyr de 9 milímetros. El 7 de noviembre de 1971 telefoneó al colegio de sus hijos y explicó que durante las siguientes semanas no acudirían a clase porque tenían planeado un viaje a Carolina del Norte. Un familiar cercano estaba en el hospital.

Dos días más tarde, mientras estaba desayunando y charlando animadamente con su mujer, John se levantó un momento y a su regreso la emprendió a tiros. Le disparó en la parte posterior de la cabeza. Instantes después, el parricida subió las escaleras de la mansión. Buscaba a su madre, Alma, que con ochenta y cuatro años vivía con ellos. La bala le alcanzó el ojo izquierdo. Ambas mujeres murieron en el acto.

Un reportero del Daily News señalando el agujero que dejó una bala de John List

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La parsimonia con la que John esperó la llegada de sus hijos del colegio puso los pelos de punta al tribunal durante el juicio. Horas después de los dos primeros crímenes, llegaron dos de los hijos de List, Patricia, de dieciséis años, y Frederick, de trece. Al verles y sin mediar palabra, los ajustició por detrás de un tiro en la cabeza. Aquel respetable y devoto padre se había convertido en su verdugo.

Pero aún faltaba el tercero de los vástagos, John Jr., de quince años. Como éste tenía un partido de fútbol, John preparó la comida y fue a buscar a su hijo para traerlo de vuelta a casa. Cuando el joven entró, el padre le disparó por detrás. Sin embargo, no murió en el acto.

La mansión donde John List vivía con su familia en Westfield

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John Jr. comenzó a sufrir una serie de convulsiones que pusieron tan nervioso al parricida que siguió disparándole. Le metió diez balas en el cuerpo. Ahora sí, su hijo pequeño ya podía descansar en paz.

Con la misma frialdad con la que ejecutó a su familia, metió todos los cadáveres menos el de su madre en sacos de dormir y los trasladó a uno de los salones de la casa. Limpió escrupulosamente la sangre hasta dejarlo todo impoluto, guardó la compra y encendió la radio. El cuerpo de la octogenaria Alma se encontró en el ático del domicilio.

La cara que escribió John List a su pastor

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Fue precisamente allí donde John escribió una carta a su pastor en la que le explicaba lo acontecido durante esas horas. Cómo había matado a toda la familia, qué oraciones había rezado delante de cada cadáver y que se iba de viaje. “Siento que todo haya tenido que terminar de este modo, pero no podía seguir manteniendo a la familia unida con tan pocos ingresos. Y yo no quería que ellos experimentasen la pobreza”, escribió. “Mi madre está en el ático. Era demasiado pesada para moverla”, afirmó, pragmático.

Nadie sospechó que toda la familia había sido asesinada porque previamente John avisó a todo el mundo de aquel viaje. Por tanto, nadie esperaba que estuviesen en casa durante un largo período de tiempo. Antes de escapar dejó la mansión preparada. Apagó el gas y todas las luces, no dejó comida perecedera y recordó al cartero que les guardasen el correo durante su ausencia.

Dieciocho años de doble vida

Al mes de los crímenes, los vecinos comenzaron a sospechar que algo raro estaba ocurriendo. A veces se recluían sin salir por temas religiosos pero era extraño que nadie hubiese regresado a la casa en todo ese tiempo. Así que llamaron a las autoridades para que investigasen. Cuando entraron a la mansión, el olor a putrefacción inundaba todas las salas. Hallaron los cuerpos sin vida de todos los familiares excepto el de John. Y cuando subieron al ático, además del cuerpo de la abuela, encontraron la carta de confesión.

Se inició la búsqueda activa del sospechoso empezando por localizar su vehículo, que hallaron estacionado en el Aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York. Sin embargo, no había pruebas de que hubiese salido del país.

La orden de búsqueda y captura de John List

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Durante diez meses se buscó al asesino por todo el territorio estadounidense, pero no se dio con él. De hecho, la policía acabó por archivar el caso. En los siguientes dieciocho años, John cambió de vida y elaboró una nueva identidad: Robert “Bob” Peter Clark. Se compró un tráiler y vivió en varias ciudades. Primero en Denver (Colorado) y después en Midlothian (Virginia), donde conoció a su segunda mujer, Delores.

Volvió a ejercer como contable en una empresa y tenía una vida acomodada. Pero el destino quiso que en 1989 se reabriese su caso gracias a un programa de televisión, America’s Most Wanted . La propia policía de Nueva Jersey acudió a los productores para darlo a conocer y, así, ver si alguien podía ayudarles a capturar al fugitivo. Se trataba del caso sin resolver más antiguo que se había difundido por aquel entonces.

El busto de arcilla de John List

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Durante la emisión de este capítulo, se contaron los dramáticos hechos y se fabricó un busto de arcilla con la cara del presunto parricida. Curiosamente, se parecía al aspecto que John tenía en aquel momento. De hecho, fue un amigo del matrimonio Clark quien al reconocerlo se puso en contacto con la policía.

John List fue detenido el 1 de junio de 1989 y extraditado a Nueva Jersey. Aunque de primeras negó ser el hombre buscado, al final le confesó su verdadera identidad a su compañero de celda en la cárcel del Condado de Union: “Richard, mi nombre es John List, no Bob Clark”. Y a las autoridades trató de justificar los asesinatos: “Quería salvar sus almas”.

John List, una vez detenido

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Diez meses después, el 12 de abril de 1990, el parricida de Westfield fue acusado de cinco asesinatos en primer grado por la corte de Nueva Jersey y, a primeros de mayo, condenado a cinco cadenas perpetuas. Jamás se arrepintió de sus crímenes y el motivo por el que nunca se quitó la vida es porque aquellos que se suicidan no van al cielo.

Finalmente, John List cumpliría su sueño de reunirse con sus familiares en el Edén. Fue el 21 de marzo de 2008. Murió de una pulmonía en la cárcel de Trenton (Nueva Jersey).

John List, durante una entrevista para televisión

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