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Ana Orantes: un asesinato que removió conciencias

Hace 20 años

La horrible muerte que cambió la concepción social sobre la violencia machista

José Parejo conducido por la Guardia Civil a la Audiencia de Granada

JUAN FERRERAS / EFE

Hasta el 17 de diciembre de 1997, 58 mujeres habían sido asesinadas en lo que iba de año por sus parejas. Una cifra escandalosa que parecía no escandalizar a nadie. Unas habían sido apuñaladas a bocajarro en la parada del autobús, otras cuando estaban en casa dando de comer a sus pequeños, otras cuando iban al colegio a llevar o a recoger a sus retoños, otras... Pero nadie del Gobierno había lamentado sus muertes, ni los jueces, ni la Policía, ni por supuesto la ciudadanía. Se entendía que eran ­crímenes pasionales, domésticos, problemas conyugales, los celos que juegan una mala pasada, o el ­alcohol o... Excusas, las mismas que se llevaban utilizando desde tiempos ancestrales y que, a escasos meses de terminar el siglo XX y con la democracia en pleno rendimiento, seguían utilizándose para amparar el machismo rancio que envuelve la cultura y los valores ­españoles.

Pero ese 17 de diciembre algo cambió tras el asesinato de Ana Orantes, de 60 años, granadina y madre de 8 hijos, que durante 40 años había sufrido malos tratos por parte de su marido, José Parejo, de 61. Su muerte fue horrenda. Él le pegó una paliza tal que la dejó medio inconsciente, la agarró de los pelos, la llevó en volandas hasta el patio del chalet que compartían por orden judicial, la amarró a una silla y le prendió fuego. Uno de los hijos, de 14 años, presenció el atroz crimen, el mismo niño que tras una infancia repleta de abusos había intentado quitarse la vida años antes.

La granadina, de 60 años, se convirtió en el rostro de los millares de mujeres que sufrían maltrato en silencio

Su asesinato conmocionó a España, que de pronto abrió los ojos ante la violencia machista, la misma violencia que durante meses, años y siglos habían sufrido las mujeres ante la indiferencia social. El motivo de ese cambio hay que buscarlo en la víctima, una mujer que se negó a seguir siéndolo y que tras décadas de sufrir los malos tratos de su marido decidió ponerles fin denunciándolo no sólo ante la Policía sino en los medios de comunicación. Unos días antes, el 4 de diciembre, Ana Orantes se convirtió en el rostro de la violencia machista en un programa de televisión en Canal Sur. En él, esta mujer madura y digna narró la pesadilla que había vivido desde que se casó a los 19 años. Insultos, empujones, desprecios, violaciones, palizas, intentos de agresión sexual a su hija... Con la sencillez de la verdad, Orantes expuso el horror que se escondía entre las paredes de su casa, mientras de cara para fuera, su vida era idílica, con un hombre al que los vecinos (esos que hablan y nunca saben nada) tildaban de buena persona.

Dos años antes, Ana Orantes había tomado la decisión de poner fin a aquel calvario, pero la justicia ­decidió que ambos debían seguir compartiendo el mismo techo: ella con sus hijos, en la planta de arriba, y él, en la de abajo. Que la matara era cuestión de tiempo, a consecuencia de unas leyes que dejaban completamente abandonadas a las víctimas.

La reacción no se hizo esperar. Las mujeres hicieron suyo el rostro de esta granadina (Ana somos todas) y la indignación acobardó a los poderes públicos, que se vieron obligados a tomar medidas. El Gobierno de José María Aznar reformó el Código Penal, estableciendo las órdenes de alejamiento, reconociendo la violencia psicológica y eliminando la necesidad de las denuncias previas. Pero el gran salto se dio en el 2004 (Rodríguez Zapatero) con la ley integral contra la Violencia de Género.

Ana Orantes hubo de morir para que la sociedad despertara ante un problema, el machismo, que hoy todavía pervive. Ese es el gran dolor de sus hijos.