‘The Crown’ sabe lo que queremos y nos lo da con la temporada de Diana
Opinión
La reina ya veterana es consciente de cuál es su principal reclamo
The Crown sabe lo que queremos. La tercera temporada tuvo una mentalidad esencialmente episódica: cada episodio presentaba conflictos sociales, reales, políticos o personales y se resolvían en esa hora de entretenimiento de lujo. Pero la cuarta temporada tiene una filosofía más serializada: el arranque de temporada está vertebrado alrededor de la relación del príncipe Carlos y Diana Spencer. Sabia decisión.
Primero de todo, merece la pena hablar de Diana y del trabajo de Emma Corrin. El creador Peter Morgan opta por una presentación sutil, misteriosa. ¿Que hay expectación alrededor de la futura princesa? Pues colocan una silueta moviéndose de forma silenciosa por la mansión de Althorp, como si fuera un animal mitológico de quien se cuestiona continuamente su existencia o como si fuera una damisela recién caída del paraíso. Con la excusa de que Diana prepara la obra de Sueño de una noche de verano de William Shakespeare, la futura princesa va vestida como si fuera desnuda y con unas cuantas hojas rodeando su cuerpo.
Desde ese momento Emma Corrin tiene el personaje bajo control: no deja que el material de archivo de Lady Di se convierta en su única guía y transmite a la perfección el halo de inocencia, inteligencia, ingenuidad y curiosidad de una chica que todavía está descubriendo el mundo. Tiene una gracia difícil de recrear en pantalla y que me recuerda, por ejemplo, a las inspiradas interpretaciones de Keira Knightley en Orgullo y prejuicio o Gwyneth Paltrow en Shakespeare in Love.
The Crown entiende desde un comienzo que no es un personaje cualquiera, que se convertirá sí o sí en un corazón de la serie por el aprecio que despierta la difunta princesa. La cámara de Benjamin Caron y la de Paul Whittington (los directores de los primeros episodios) se enamora de ella.
La llegada de Diana, además, es oportuna. Para la familia Windsor se convierte en su víctima, la mujer que venderá el cuento de hadas a la población (y hasta hacen paralelismos de ella como víctima cuando va a cazar con el duque de Edimburgo), y para The Crown se convierte en un reclamo para mantener el interés en una ficción ya veterana.
Cualquiera diría que es la cuarta temporada porque posiblemente sea la que más promoción y expectación ha despertado desde que Netflix estrenó la serie en 2016 (y la quinta temporada no será menos, teniendo como principal reclamo la muerte de Diana, que interpretará Elizabeth Debicki en su madurez).
¿Y qué se puede decir del resto de la serie? The Crown está en un buen momento: sofisticada y lujosa como siempre, en esa eterna tensión entre desnudar los protocolos y los símbolos monárquicos al mismo tiempo que los ensalza creando tanta empatía hacia los miembros de la familia Windsor, con una Isabel II igual de distante con el mundo entero (exceptuando a su hermana Margarita, a la reina madre y al duque de Edimburgo) pero comprometida con el trabajo que le encomendaron por su ADN.
Y, mientras contextualiza nuevos pasajes de la historia británica, también desarrolla el personaje de Margaret Thatcher, la implacable Dama de Hierro, esta vez interpretada por una Gillian Anderson que se queda en la caricatura trabajando para su marido, Peter Morgan, el creador.