‘Valeria’ de Netflix quiere ir a la moda pero es una prenda de outlet de temporadas pasadas
Crítica
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Está bien tener claros los referentes. El de Valeria de Netflix, más allá de las novelas de Elísabet Benavent, es Sexo en Nueva York. Pero en Madrid. La referencia es clara: tenemos una escritora que escribe y piensa todo el día delante del ordenador, conversaciones sobre sexo y relaciones sentimentales y cuatro mujeres que se dicen por activa y por pasiva que son las mejores amigas que han existido nunca en el planeta. ¿La única diferencia? Que está un poco pasada de moda ya de entrada.
Cuenta la historia de Valeria (Diana Gómez), una mujer que se acerca a los treinta y con ínfulas de escritora aunque es incapaz de escribir un solo capítulo. Detesta la idea de enfrentarse a sus verdaderos problemas, como que no tiene ni un duro y que su relación de pareja ya no tiene ni pizca de pasión, y en consecuencia sus textos son flojos. Por supuesto, sus tres amigas tienen sus propios problemas: Carmen (Paula Malia) no consigue ligarse al chico de su oficina, Lola (Silma López) es más desinhibida sexualmente y está con un hombre casado y Nerea (Teresa Riott) al principio se retrata como lesbiana y poco más (sí, adjudicarle una personalidad sería muy atrevido).
La sorpresa es Maxi Iglesias, al que le han sentado bien los años y vende muy bien su atractivo”
Ninguna de las cuatro está mal pero ninguna de ellas tiene un carisma arrollador para elevar unos personajes estándares en una primera toma de contacto. Incluso Valeria se encuentra en una encrucijada: está lejos de ser perfecta, no debería ser difícil sentirse cercano a ella pero no tiene una personalidad estimulante que justifique que se vea especial (lo que deja entrever su éxito con los hombres o el aprecio que le tienen sus amistades).
De hecho, la sorpresa de Valeria es Maxi Iglesias, al que le han sentado bien los años y la experiencia y ha desarrollado un atractivo más maduro. Está muy seductor en la piel de Víctor, un hombre que se cruza en la vida de Valeria y con el que tiene una química instantánea. Es el único que cuando aparece en pantalla piensas “esta escena quizás valga la pena”. Y entiendes que ella se interese por él aunque es más complicado entender qué ve Víctor en Valeria.
A Valeria le falta de ambición, como si no tuviera ninguna intención de tener una voz propia y estuviera cómoda siendo blanda. Se vende como un picante ejercicio femenino pero es un refrito sin valentía, con conversaciones sexuales que hemos escuchado demasiadas veces y que incluso intenta ser socialmente consciente sin sutileza y sin ser creíble. Parece existir en un universo paralelo donde no hemos tenido series con voces femeninas fuertes, sin temer retratar el sexo con sensualidad o naturalidad o incluso incomodidad, sin que les temblara el pulso a la hora de mostrar los defectos de los personajes.
Esto incluso se nota en su ambientación en Madrid. Por un lado, Valeria está sin un duro y se nos muestra que Carmen tiene problemas para encontrar un piso para ella sola porque los alquileres son descabellados. Por el otro, Valeria se toma cervezas en terrazas bonitas y vuelve a casa en Uber. Y las chicas, aunque compartan piso en pareja o con otras personas, están en pisos con papeles de pared bonitos, donde vivir se antoja monísimo y con grandes cocinas. O sea, ni acaba de vender la fantasía (que es lo que hacía Sexo en Nueva York) ni construye una crítica entera y creíble (que es lo que insinúa), quedándose en un terreno inofensivo en tierra de nadie.
Puede que este terreno sea el que disfruten las lectoras de Benavent (lo desconozco porque no he leído su obra) pero Valeria no deja de ser como querer un vestido de la última fashion week de Nueva York y conformarte con una prenda del outlet de la esquina que se nota que es de temporadas pasadas.
Ni acaba de vender la fantasía cosmopolita ni construye una crítica creíble”