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Por qué ‘Élite’ de Netflix es mierda de la buena

Crítica

Netflix .María Pedraza, inocente y rebelde al mismo tiempo.

Manuel Fernandez-Valdes/Netflix / Netflix

Que no se interprete el título como si Élite de Netflix fuera un desastre. No lo es para nada. Pero es inevitable compararla con las pastillas, por ejemplo, que aparecen en un determinado punto de la serie vía el camello buena persona, musulmán, homosexual y mono de turno. Élite es esa serie que te dicen que no será buena para ti, porque es una serie teen muy excesiva (y lo teen no suele tener buena fama), pero te ofrece ocho horas de diversión extrema. Es como la mercancía de Omar, que coloca a los chavales durante aproximadamente ocho horas en las que pierden los papeles pero ellos lo pasan fenomenal.

El punto de partida de Élite es la inclusión de tres jóvenes de familias trabajadoras en el colegio más elitista de todo el Estado. En Las Encinas los alumnos son hijos de corruptos, de marquesas y de multimillonarios con unas brújulas morales absolutamente atropelladas, la escuela en la que uno visualiza a la mitad de los miembros de Taburete. Y estos alumnos creen que están por encima de todo porque, claro, tienen dinero. Pero hay una cosa que el dinero no puede solucionar: la muerte, que hace acto de presencia en la escuela cuando se descubre el cadáver de un alumno asesinado.

Las Encinas es la escuela elitista donde uno se imagina a la mitad de los miembros de Taburete”

Se puede describir Élite como una mezcla entre Gossip Girl, OC y Big little lies. De todas ellas tiene la ambientación elitista aunque de Gossip Girl tiene la ostentación más frívola del dinero. De OC tiene el don por saber manejar los personajes, darles carisma y que, por lo tanto, funcione el drama. Y, finalmente, de Big little lies tiene la exposición de un misterio que no canibaliza las tramas. Simplemente, de forma progresiva, el espectador conoce los acontecimientos de Las Encinas en las semanas previas al asesinato. De paso, como la serie de Nicole Kidman y Reese Witherspoon, interesa con cada una de las historias que cuenta.

Estas historias pueden ser románticas, como el joven musulmán que vive dentro del armario y que se enamora del homosexual de bien autodestructivo. Puede ser la estudiante perfecta que debe renunciar al hiyab para estudiar en las Encinas y que entra, sin querer, en unas dinámicas propias de Crueles intenciones. Puede ser el hermano de exconvicto que se enamora de la rebelde del instituto (que es rebelde simplemente porque no considera que el dinero la defina). O puede ser una divertidísima historia de poliamor porque a los dieciséis hay parejas que ya parecen matrimonios aburridos que necesitan un poco de salsa en su vida sexual. Pero ninguna de estas historias, por más que haya amor y sexo de por medio, puede salvarse de las tóxicas dinámicas Las Encinas.

El romance imposible entre Ander (Aarón Piper) y Omar (Omar Ayuso) hará las delicias del público gay.

Manuel Fernandez-Valdes/Netflix / Netflix

Los méritos de Élite son muchos. Como decíamos, todas estas historias funcionan incluso con un cadáver en nuestra memoria, independientemente de si creemos que están relacionadas con el asesinato o no, porque los personajes están bien llevados. Enhorabuena a los creadores, Carlos Montero y Darío Madrona, porque no era tarea fácil que el espectador invirtiera en los personajes con tanto tomate en las tramas y tanto alarde de pasta. Por más que se da importancia al giro, las tramas están más planificadas desde el drama y los personajes que desde el misterio.

El ambiente de Las Encinas es tan rotundamente elitista y, por lo tanto, absurdo que, cuando en el guion se pasa de listo por conveniencia, uno se lo toma con sentido del humor. ¿Tiene sentido que el profesor relacione la literatura con un perfil de Instagram? No. ¿Tiene sentido que pida a los alumnos que se definan con las redes sociales y les pida que se casi desnuden emocionalmente delante de los demás en tiempos de bullying? Tampoco. Pero, bueno, tiene que haber salseo y, como decíamos, nadie de esta ficción se salva de tener la brújula moral estropeada (por lo menos los alumnos y trabajadores de Las Encinas que no sean los tres chavales humildes).

Miguel Herrán, Ester Expósito y Álvaro Rico aportan la trama más divertida.

Manuel Fernandez-Valdes/Netflix / Netflix

Otras de las virtudes son, por ejemplo, las interpretaciones. María Pedraza, Itzan Escamilla, Miguel Bernardeau o Aarón Piper están fenomenales en un aula sin claros eslabones débiles, con mención especial para Miguel Herrán, que derrocha carisma en cada escena (y se desmarca de la imagen que pudieran tener de él los espectadores de La casa de papel).

Élite consigue, además, meterse en jardines como el bullying, el choque cultural, la xenofobia, la corrupción o la serofobia sin estar moralmente vacía. La serie no servirá para escribir doctorados sobre estos temas pero tampoco suena hipócrita. No es como Gossip Girl, donde supuestamente había una crítica al elitismo, pero sólo había un punto de vista y al final del día lo único que importaba era si estaban todos espléndidos con sus modelos y untados de dinero, y el espectador quería que siempre se salieran con la suya Chuck y Blair.

Y, finalmente, la mayor sorpresa de Élite es que el desparpajo en el desarrollo de las tramas y del misterio viene acompañado de una factura visual y musical impecable. Ramón Salazar y Dani de la Orden, los directores, suben el listón en el ámbito teen con la ayuda de una banda sonora que refleja tanto los gustos del equipo como el interés de que suene contemporánea y que la música beneficie las escenas. De aquí que suenen desde Rosalía a The National, La casa azul y Love of lesbian.

Itzan Escamilla es Samuel, un pagafantas achuchable.

Manuel Fernandez-Valdes/Netflix / Netflix

Este uso de la música sirve, además, para que Élite se siente extraordinariamente cómoda en las escenas de sexo y de fiesta. Creo, de hecho, que es la primera serie española que sabe transmitir la diversión, el colocón, el alcohol y la sexualización del ambiente de una fiesta de verdad. Por suerte para Carlos Montero, la industria (y los presupuestos) ahora están preparados para rodar una buena fiesta y no como cuando sus chicos de Física o química decidían entrar en una discoteca y las escenas provocaban tristeza por la falta de extras, de habilidad con la cámara, del uso de la música, de todo.

Es por esta mejorada factura, junto con una ambientación fácilmente exportable, que Élite tiene muchos números de enganchar alrededor del planeta de la mano de Netflix. De hecho, hay curiosidad por ver las reacciones del público estadounidense ante las jugosas escenas de sexo de Élite, a las que no están acostumbrados en producciones de perfil teen. Y, como es tan altamente disfrutable, di no a las drogas pero sí a Élite.

Di “no a las drogas” pero “sí a Élite”