Eres un thriller psicológico de ciencia ficción y con toques de comedia negra. Eres turbia y más rara que un perro verde, sí, pero te caracterizas por tener un ritmo aletargado, de desasosiego y cinismo implícitos en cada episodio, sin necesidad de exabruptos. A priori, no está en tu naturaleza despedir la temporada con un “¡bam!” con la potencia de Barbra Streisand en Don’t rain on my parade. Pero lo haces.
Llevas los personajes y la trama a un punto de tensión insostenible, donde como espectador temes que te estalle todo en la cara, y, cuando apenas tu protagonista ha tenido tiempo de gritar “¡está viva!”, desapareces durante tres años. No te lo puedes permitir. En teoría, tu público puede haber desconectado de esa tensión, de ese sitio concreto al que le llevaste y donde ahora te toca retomar el contacto. Pero eres Severance, lo hiciste y, aunque no tiene sentido, te sale bien la jugada.
Mark (Adam Scott), en este regreso, corre por los pasillos de Lumon Industries. Está en busca de Ms Casey (Dichen Lachman), la terapeuta con la que había llegado a sentir cierta conexión en la empresa y que, como descubrió al salir al exterior mediante la rebelión de su oficina, en realidad es Gemma, la mujer que su identidad externa todavía llora tras una falsa defunción. Pero esa carrera parece tener otras finalidades aparte de buscar la oficina de la responsable de wellness.
Presenta otra vez las oficinas de Lumon, transmite el nivel de irrealidad que tiene el entorno. De paso, Ben Stiller como director recuerda cómo Severance es esa clase de serie que se puede permitir caprichos visuales porque tiene el tiempo, los recursos, las ganas y el talento para rodarlas. Es extraordinario cómo Severance, en esta reintroducción, funciona de maravilla: volver a verla es entrar en un universo casi marciano donde la experiencia consiste asumir otros códigos estéticos, sociales y hasta conductuales.
El primer episodio de la segunda temporada, que Apple TV+ acaba de estrenar, tiene una estructura muy definida. Lo característico no es que descubrimos al innie de Mark otra vez en el trabajo (o sea, la conciencia laboral separada de su identidad de fuera) sino que nuestra mirada queda limitada a las oficinas de Lumon. Es la aproximación más inmersiva a la historia.
No podemos entender por qué el Mark de fuera aceptó volver a entrar después de los hechos al final de la primera temporada. No sabemos hasta qué punto la versión de los hechos explicada por Milchick es cierta o no. Ni tan siquiera podemos comprobar si los cinco meses que dice que han pasado son ciertos. Al igual que Mark, tenemos que reorientarnos en un entorno controlado, manipulado y en el que eres una rata de laboratorio.
Es una tónica de los nuevos episodios (por lo menos de los seis facilitados a la crítica): una estructura meditada, inteligente, que confía en el espectador con sus elipsis y narraciones fragmentadas. Es como si la primera temporada hubiera sido un extenso episodio piloto y, ahora que conocemos los fundamentos del universo de ficción de Dan Erickson, el guionista pudiera desatarse.
Es importante, creo, entender que aquí hemos venido a jugar. Severance cada vez insinúa más interrogantes, cada vez alude a una mitología clave (sobre todo qué es exactamente lo que quiere Lumon de Mark y de sus compañeros) pero encuentra ese equilibrio tan difícil: el de acentuar que la experiencia pasa por delante de las respuestas, si bien tenemos unas cuantas administradas para satisfacer el visionado.
La aparición de Gwendoline Christie como trabajadora de Lumon (de verdad, qué demonios pasa allí dentro) o la escapada glacial llevan a pensar en esta línea. A veces las entregas sirven para incrementar la sensación de paranoia, otras regalan al espectador un dramatismo inesperado en el experimento. En este contexto, obliga a pensar en la disociación como una forma de esclavismo como antes.
Esta vez, sin embargo, los personajes reflexionan sobre su propia identidad y empiezan a tomar conciencia de quiénes son: se comprenden más allá de su vida exterior. En estos tiempos en los que los empresarios tecnológicos se comportan como villanos de cómic, esta salvación corporativa que es la separación de la conciencia del individuo funciona todavía mejor, incluso con la creación de un imaginario que busca la distancia con la realidad.
En resumen, Severance vuelve a pleno rendimiento, más estructurada y dinámica, como si en la primera temporada solo hubiera aprovechado una fracción de su potencial. En este dinamismo también encuentra una coartada al aroma pretencioso de la primera temporada. Y, cuando tensa (otra vez) las tramas, la dirección y el montaje son prodigiosos, dando una calidad casi animada al estilo de Spider-Man: Un nuevo universo a una producción de acción real. Está en una liga donde, debido a su originalidad y mentalidad, solamente compite consigo misma.