Adiós, supongo, a otra serie de Star Wars: Tripulación Perdida. Ojalá me equivoque pero da la impresión que, a pesar de estar pensada como una temporada televisiva con posibilidad de tener una continuación, hasta aquí habrán llegado los jóvenes personajes. En Estados Unidos ha tenido peores audiencias que The Acolyte, que fue cancelada sin piedad, convirtiendo Lucasfilm en una de las chatarrerías de una galaxia muy, muy lejana donde se abandonan series como las ya mencionadas u Obi-Wan Kenobi y El libro de Boba Fett.

Robert TImothy Smith como Neel. (Lucasfilm Ltd.)
Se instaló en televisión, todo hay que decirlo, con los vientos de la crítica a su favor posiblemente incluso antes del estreno. Jon Watts y Christopher Ford, quienes relanzaron el personaje de Spider-Man con Tom Holland, tomaron como referencia el cine de Amblin Entertainment de los ochenta, con Los Goonies como clara inspiración, para contar cómo cuatro chavales de un planeta acomodado llamado Att Attin se perdían en el espacio y sin saber cómo volver con sus familias.
La transformación del imaginario de George Lucas para que tuviera reminiscencias ochenteras era el secreto de la buena predisposición de la crítica
La transformación del imaginario de George Lucas para que tuviera reminiscencias ochenteras era el secreto de esta buena predisposición de la crítica: no somos pocos los que crecimos con este cine en nuestros televisores (o, bueno, los que tienen unos años más incluso vieron las películas en las salas de cine). Si se le suma el cruce con Star Wars, en Tripulación Perdida había una especie de clímax nostálgico. Quién iba a decir que la fantasía capitalista de la clase media americana tenía encaje en la marca, cambiando las tradicionales bicis por vehículos voladores.
El principal desafío de la historia, centrada en los chavales Wim (Ravi Cabot-Conyers), Fern (Ryan Kiera Armstrong), KB (Kyriana Kratter) y Neel (Robert Timothy Smith) con el pirata y buscavidas Jod Na Nawood (Jude Law) de compañero imprevisto, era sobreponerse a este factor nostalgia: que la aventura de Tripulación Perdida se sostuviera por sí misma y no simplemente por imitar moldes, recursos y guiños reconocibles. Al mismo tiempo, debía acomodar este tipo de historia en la estructura televisiva. Y, en ambas misiones creativas, los resultados han sido irregulares.

¿Tendrá segunda temporada? Complicado.
Las misiones semanales tuvieron un tono inofensivo que, más que vender “una aventura épica para toda la familia” (como siempre había sido este universo de ficción, independientemente de la edad de los personajes), se conformaban con ofrecer un título de perfil más infantil. Se echó en falta que Watts y Ford sorprendieran, no tanto a nivel de trama como de qué podía aportar de nuevo su visión de la galaxia. Por lo que respecta a las dinámicas de personajes, nunca abandonaron el acartonamiento inicial.
Esto no quita que, al ver el episodio final, uno quiere más aventuras, sobre todo tras semejante arsenal pirotécnico, tanto en lo narrativo como en los efectos visuales: que se mueva por los lugares comunes no significa que no sea efectivo. Son apenas 40 minutos muy bien aprovechados en los que Jude Law mete presencia donde hay un malvado predecible y que, a pesar de cerrar muy bien la aventura de la temporada, abre las puertas a que los personajes se metan en más apuros, ahora ya más engrasados como pandilla.

Jude Law da presencia a un villano predecible.
Quizá la principal reflexión que obliga a hacer esta Tripulación Perdida es por qué no fue directamente una película. Lucasfilm y su presidenta Kathleen Kennedy pasaron a temer los largometrajes después del pobre rendimiento de la precuela de Han Solo, dedicando los esfuerzos a la producción de series de televisión para impulsar el servicio de Disney+. Es algo exclusivo que tiene la plataforma. Sin embargo, no cuesta imaginar su trama estructurada en una película.
Es irónico. Lucasfilm dejó de producir películas por miedo a la taquilla y, con presupuestos más caros que los de un blockbuster, ahora produce series de Star Wars como rosquillas sin apenas impacto a nivel de público o en el imaginario colectivo. Se salvó The Mandalorian en sus dos primeras temporadas (y Baby Yoda como merchandising) y Andor, que conquistó a la crítica por la módica inversión de 645 millones de dólares. ¿Por qué, viento estos precios, no se intenta arrancar una franquicia no basada en trilogías sino en cuatro chavales que viven aventuras espaciales y al margen de los eventos más canónicos?

Kerry Condon, desaprovechada.
Esa Tripulación Perdida posiblemente hubiera funcionado mejor y, de paso, hubiera dado la oportunidad de aprovechar mejor el talento implicado. Es triste ver a Kerry Condon, tras estar nominada al Oscar por Almas en pena en Inisherin, casi de fondo y sin una sola escena de lucimiento (démosle las gracias por la potencia de sus miradas en el último capítulo). Y sobre todo es exasperante ver quiénes dirigieron episodios, como los Daniels (Todo a la vez en todas partes) y Lee Isaac Chung (Minari), y no poder comprobar cuál sería su forma de abordar el universo de Star Wars si tuvieran libertad creativa.
Pero esta es la tónica general de Star Wars o, bueno, de cualquier marca comercial sometida a la presión de Disney: ver procesos de reciclaje creativos más o menos efectivos pero que rehuyen cualquier riesgo real en lo que se refiere a la trama, la dirección o el tono (con Andor, repito, como anomalía). Qui no arrisca, no pisca, decimos en Catalunya, y desafortunadamente en Disney hace demasiado tiempo que han olvidado qué significa este término al exprimir Marvel, Star Wars o los clásicos de animación.