Una casa abandonada. Una tabla de planchar con un trozo de tela encima como si los residentes se hubieran desvanecido. En una habitación, una sábana ensangrentada cubre la forma de un cadáver. Un viento de luz mueve las cortinas mientras hormigas recorren el mobiliario. El límite entre el interior y el exterior se difumina por la intrusión de la vegetación en las estancias.
En una de ellas hay un hombre de uñas sucias tocando un manuscrito de alfabeto irreconocible. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, adelanta el narrador.
Si en noviembre tocaba desempolvar Como agua para chocolate de Laura Esquivel para introducir la deliciosa adaptación televisiva en Max, ahora es el turno de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, que llega el miércoles 11 de diciembre a Netflix. En vida se había negado a vender los derechos para su adaptación pero había dado instrucciones de que, una vez muerto, sus hijos podían obrar como considerasen oportuno.
Es interesante ver en ambos casos el peso que tiene el material literario. Al presentarse, los guionistas repiten palabra por palabra fragmentos de sus respectivas primeras páginas. Es una ofrenda a los autores originales: no solamente utilizan sus historias sino que les rinden homenaje.
Gabo posiblemente era cauteloso al no ceder Cien años de soledad a terceros. Es una obra a la que se podía colocar la etiqueta de inadaptable. Es el realismo mágico, que irrumpe con fantasmas, niños con rabos de cerdo, lluvias de cuatro años, once meses y dos días. Es el papel prominente del narrador. Es la repetición de nombres de los personajes, obligando a fusionar experiencias, caracteres y maldiciones.
Y también es la cronología apretada y dinámica que comienza cuando los primos José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán se casan a pesar de los malos augurios de sus familiares. Atraviesan tierras, bosques y pantanos hasta fundar el pueblo de Macondo.
Esta esencia, que se intenta mantener intacta al traducirla al audiovisual con la supervisión de Rodrigo y Gonzalo García como productores ejecutivos, convierte Cien años de soledad en una serie inusual. La ficción televisiva suele confiar en los personajes y aquí los activos son otros, como el narrador, la cadencia, la rareza y el lugar, mientras muestra la fundación, auge y declive del paraíso como metáfora útil para toda América. José Rivera, Natalia Santa, Camila Brugés y Albatros González toman el tiempo y el espacio como centro del guion, y Álex García López deja respirar Macondo desde la dirección, con la figuración como aliada.
¿Los personajes se pueden permitir ser instrumentos secundarios en una obra televisiva? Estos ocho episodios, a los que se sumarán otros ocho más adelante, dejarán que el espectador saque sus propias conclusiones.