‘Las noches de Tefía’, tres series en una (y la que funciona es en blanco y negro)

Crítica

La etiqueta de 'necesaria' es tan odiosa como oportuna

Patrick Criado, uno de los presos de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía.

Patrick Criado, uno de los presos de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía.

Atresplayer

La idea de la ficción necesaria se debería desterrar de la crítica televisiva por confundir a menudo el discurso moral o político de una serie con su calidad intrínseca, por ensalzar la obra por encima de su valor audiovisual, a veces incluso reduciéndola a ser una víctima de una guerra cultural. ¿Cuántas obras hemos visto sobredimensionadas por tener el discurso adecuado en el momento oportuno? Pero, dicho esto, las palabras se abren camino de la conciencia hasta las punta de estos dedos que teclean en un impulso tan predecible como inevitable: Las noches de Tefía, que llegaba este domingo a Atresplayer, es una serie necesaria.

El dramaturgo y guionista Miguel del Arco se adentra en un capítulo poco explorado del franquismo: la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía en las Canarias, un campo de concentración al que se enviaban los detenidos por la ley de vagos y maleantes del régimen. Esto significaba que allí había tanto proxenetas como homosexuales, bisexuales y transsexuales. A los presos no les quedaba otra que trabajar de sol a sol en situaciones precarias, recibir torturas y vejaciones, y supuestamente ser reeducados para la reintroducción en sociedad como seres reformados, no desviados.

Los presos del campo de concentración se evaden por la noche con los relatos de Charli, un preso que inventa un club musical

Las noches de Tefía comienza con Airam (Marcos Ruiz) llegando a la falsa colonia agrícola. Es silencioso, tímido y discreto, lo opuesto a la Vespa (Patrick Criado), un homosexual reincidente que vuelve allí y levanta los ánimos de los presos. El entusiasmo y el optimismo de la Vespa no es inconsciencia: él sabe que estar allí es un infierno pero siente el deber de reivindicar la humanidad de todos ellos, que nadie se avergüence de su sexualidad o su orientación de género. Y, para salir de allí ni que sea de forma simbólica, por la noche todos se rinden a los relatos de Charlie (Miquel Fernández), un preso con un don para narrar historias, que les traslada al Tindaya, un bar musical donde todos tienen un papel.

Esta producción es oportuna y no precisamente porque estos días se celebra el Orgullo y así Atresplayer tiene una propuesta que vender al colectivo mientras se acaba la tercera edición de Drag Race. En un contexto en el que el neofranquismo de VOX entra con fuerza en instituciones como las valencianas y las baleares, y en el que no duda en mandar banderas a la papelera como la LGTBQ+ y la estelada, Tefía propone hacer un poco de memoria histórica. Nos recuerda quiénes eran los verdugos y su esencia no dista mucho de los vicepresidentes toreros.

ls noches de tefia

Roberto Álamo en una imagen de 'Las noches de Tefía'. 

REDACCIÓN / Terceros

Este pasado del campo de concentración, mostrado en blanco y negro, es todo un acierto. Ofrece un documento ficcionado pero verosímil de un campo de concentración que estuvo activo entre 1954 y 1966. Su autor se mueve con comodidad en ese terreno tan complicado entre mostrar la dureza de las situaciones y conseguir más allá de la victimización de los personajes, que no pierden su humanidad a pesar de sufrir palizas o violaciones. La cámara se asegura de resaltar ese brillo en la mirada: se reconocen sus existencias incluso si en ese presente eran simplemente parias.

Eso sí, Las noches de Tefía juega con tres líneas narrativas. Aparte de mostrar el día a día de la colonia, también muestra a Airam en 2004 enfrentándose a un pasado traumático y también muestra el mundo inventado por Charli, el bar Tindaya. El Airam maduro, interpretado por Jorge Perugorría, tiene problemas para sostenerse por sí mismo: tanto el desarrollo de su conflicto como los secundarios tienen un trato superficial. Con respecto al Tindaya, se entiende su razón de ser conceptual: es el mundo al que huyen los presos. Sirve como contrapunto ligero a la dureza del campo de concentración. Nos permite ver la plenitud de sus personalidades si no vivieran en una realidad tan injusta. ¿Pero tiene sentido invertir tanto tiempo en una realidad inventada? Con el interés que despierta la realidad en Tefía, el Tindaya se convierte casi en un obstáculo para invertir en las historias y las emociones reales de los personajes.

Es una serie que tiene una historia potente que contar pero que, temerosa de ser demasiado cruda, pierde el tiempo con números musicales

Las noches de Tefía, por lo tanto, es una serie que tiene una historia potente que contar pero que, temerosa de ser demasiado cruda, pierde el tiempo con números musicales desconectados. En su presentación, por lo menos, cuesta justificarlos más allá de la anécdota, del capricho, cuando la realidad en blanco y negro es mucho más interesante.

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