Maricón perdido (TNT) es un juego de espejos del escritor Bob Pop. No teme su propio reflejo al hablar de él, de una época, de un lugar, de un físico y de una juventud marcada por los kilos de más, la homofobia y el ir sacudiéndose las inseguridades. El primer episodio es calidad por el retrato costumbrista de la sociedad española (llena de defectos, pero al mismo tiempo contada desde el afecto) y también es valentía por la manera que tiene el autor de exponerse.
Hay una escena en la que el Bob de los noventa explica sin filtros por qué practica el cruising : busca sexo con desconocidos en sitios públicos porque no hay compromiso y se puede inventar una identidad nueva cada vez. Poco después, sin embargo, esta versión desenfadada choca con unos matices más complejos y tristes cuando las cámaras lo siguen a una sauna gay.
La serie muestra la manera que tenían (y todavía tienen) muchos hombres homosexuales de buscar placer en los rincones de una sociedad que los censuraba por las calles, y también se expone como el propio Bob Pop sufría discriminación dentro del colectivo. De nada le servía mirar a diestro y siniestro en las duchas porque la mayoría no consideraban atractivo su cuerpo, y lo peor es que se lo hacían saber.
Casualidades de la vida, las duchas de Maricón perdido no son las únicas con movimiento esta última semana. La cuarta temporada de Élite (Netflix) ha aprovechado cualquier oportunidad para colocar a Arón Piper, Omar Ayuso y Manu Ríos bajo la alcachofa de la ducha de los vestuarios, examinándose los cuerpos y haciéndose propuestas indecentes como si fueran los únicos alumnos de la escuela. La cámara, además, ha recorrido cada centímetro de la piel de Ríos, que se ha convertido en una representación impecable de la tentación.
Los cuerpos de Élite están esculpidos por los dioses canónicos cuando la otra serie precisamente denuncia la tiranía de los físicos normativos, sí, pero es interesante la relación que se desarrolla entre las dos producciones. Si Maricón perdido nos habla de sexualidades que no fueron vividas plenamente por los obstáculos estructurales, por manías individuales y por prejuicios tanto dentro como fuera del colectivo, Élite presenta una adolescencia festiva, desacomplejada y desinhibida. Quizá no es un decálogo de buenos comportamientos (tampoco tiene por qué serlo) y vende la carne a peso, pero es una obra más conceptual de lo que parece: muestra cómo podría haber sido la juventud de muchos si se hubieran dejado de titubeos y sabiendo todo lo que enseñan el tiempo y la experiencia.
Hay quienes reflexionan sobre el pasado y hay otros que lo reescriben.