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The leftovers se despide como un lienzo sobre aquello que no somos capaces de comprender

Crítica

Hemos visto el final y se merece un aplauso

Justin Theroux en The Leftovers.

HBO

Hay que reconocer que pocos guionistas debieron pensar tanto en el final de su serie como Damon Lindelof. Este extenso reportaje de Vulture sobre la gestación del último episodio de The Leftovers no solamente prueba la cantidad de inspiraciones y personas que formaron parte del proyecto sino la obsesión de Lindelof para no tener que pasarse el resto de su vida respondiendo críticas y preguntas sobre final como le había ocurrido con Perdidos.

Esta relación de causa y efecto entre Perdidos y The leftovers se ha notado en el desenlace de Nora y Kevin, emitido tanto en Movistar como en HBO España. Resulta difícil imaginar que Lindelof hubiera escrito un desenlace en cierto modo tan explícito para Nora y Kevin si no hubiera estado traumatizado por las preguntas que todavía le acechan sobre los pasajeros del vuelo Oceanic (en su momento dejó las redes sociales porque estaba harto de las acusaciones y dudas).

Pero, bueno, este desenlace es explícito dentro del esquema de The leftovers, una serie que podría enmarcarse dentro de una especie de impresionismo emocional, donde las figuras y las tramas no importaban tanto como las sensaciones que evocaban. Cada episodio pensado por Lindelof era una cápsula de desolación, desconcierto, abandono, pérdida y depresión, tenía el poder de transmitir una crisis existencialista mientras se sucedían las imágenes.

En The Leftovers buscar respuestas era sinónimo de no entender la propuesta”

Si en Perdidos el espectador se quedaba con la curiosidad de saber qué demonios estaba pasando y por qué, en The leftovers buscar respuestas era sinónimo de no entender la propuesta. Ofrecía la posibilidad al espectador de realizar una búsqueda interna, de plantearse cómo se puede gestionar el dolor y la pérdida, y la incapacidad de procesar el sentido de cuanto nos rodea, incluso nuestra propia alma y nuestra propia muerte. (Y, por si alguien todavía no se lo imagina, esta es una crítica con spoilers).

Como estos últimos conceptos son imposibles de diseccionar (allí están las religiones dando palos de ciego ante los grandes misterios de la humanidad), era improbable que Damon Lindelof y Tom Perrotta, el escritor de la novela en el que se basa la serie, quisieran dedicar un último episodio de resolución de respuestas. Pero, contra todo pronóstico, hubo una de inesperada.

Detrás de las cámaras, según parece, Lindelof y Perrotta tensaron la cuerda desde dos puntos opuestos. El pasado de Lindelof le arrastraba a dar una respuesta al rapto pseudo-bíblico que había servido de punto de partida para la serie. Al fin y al cabo, Nora Durst estaba dispuesta a meterse dentro de una caja transparente y radiarse hasta la incineración para descubrir si, con un poquito de suerte, podía viajar donde estaban sus hijos.

El baile, uno de los momentos más tiernos.

HBO

El autor de la novela, sin embargo, no quería escuchar de la idea de mostrar a Nora Durst andando en un planeta Tierra paralelo donde, en lugar de desaparecer el 2% de la humanidad, habían desaparecido el otro 98% de las personas. Es así como llegaron a un punto intermedio. Nora y Kevin se sientan para tomar un té y ella confiesa que viajó a una realidad alternativa donde sólo están el 2% de los habitantes.

Esta decisión sería arriesgada si Carrie Coon no fuera el rostro de The leftovers, la representación del sentimiento de pérdida, esa mujer que estaba preparando el desayuno cuando su marido y sus dos hijos desaparecieron del comedor sin explicación alguna. Y, bueno, es una actriz tremenda que proyecta sólo con palabras todo ese hipotético escenario: ella desnuda en una realidad alternativa, ella encontrándose con sus hijos.

Es admirable que Lindelof asentase tan bien las bases emocionales de la decisión más dura en la vida de Nora Durst unos episodios atrás y sin que el público se diera cuenta. Deprimida porque la madre biológica de Lilly le había usurpado su hija adoptiva, Tommy le explicó sus propios sentimientos como hijo adoptado y básicamente le dijo a Nora que Lilly tenía más posibilidades de ser feliz si no sabía que su madre un día la había abandonado.

Los guionistas sembraron muy bien la decisión de Nora”

Esa conversación entre Nora y su hijastro permitió entender de forma automática por qué Nora pudo ver sus hijos y, al darse cuenta que allí eran los afortunados (”se tienen el uno al otro”), ni saludarles. Se aseguró de volver a su realidad con una réplica de la máquina que la había transportado y sobrevivir mucho más tranquila, conociendo la respuesta de la pregunta que la torturaba.

Pero esta elección estética y narrativa para viajar al otro mundo no sólo es un acierto porque Coon puede aguantar el plano sino porque The leftovers coloca el espectador en la misma situación que Kevin. Podemos creer a Nora o no creerla porque, como ya había explicado Laurie, las personas son capaces de inventarse, contarse y creerse historias con tal de sobrevivir al desconocimiento.

No es un caso equiparable al de los viajes oníricos de Kevin Garvey. Por más que él crea que sus resurrecciones eran la consecuencia de una extraña enfermedad que no le habían diagnosticado, el hecho de que viajásemos con él a esa realidad onírica, similar al purgatorio, impide que cuestionemos en exceso la experiencia. Pero con Nora es una cuestión de creer si dice la verdad o si dice una verdad inventada para poder seguir existiendo sin subirse sobre el tejado hasta el fin de los días.

Una conversación creada para generar conversación.

HBO

Esta decisión de mantener The leftovers en la ambigüedad hasta la última escena, y a la vez resolver el destino de los dos protagonistas, permite aplaudir una ficción que manejaba unas temáticas difíciles, sobre todo cuando estas estaban en un primer plano, convirtiendo la obra en una rareza televisiva, una que posiblemente sea de culto hasta que los espectadores que la hemos seguido seamos borrados de la faz de la Tierra.

Pero esta opinión es el resultado de unas cuantas horas de meditación. Primero tenía que sopesar la otra obsesión de Lindelof, la de convertir The leftovers en la historia de amor de Nora y Kevin (como hizo del último episodio de Perdidos otro festival de amor), cuando los protagonistas de la serie muchas veces funcionaban mejor como recursos para explorar matices de ese abandono que en relación con los demás porque su conflicto era interno, no era relacional.

Los protagonistas de la serie funcionaban mejor como recursos para explorar el abandono”

Sea como sea, este final de The leftovers cierra con dignidad y coherencia una de las series más difíciles de definir de la historia de la televisión (y también de recomendar, que la primera temporada no fue una maravilla como la segunda, mejorada por la directora Mimi Leder), exprimiendo su simbología hasta el último momento (la cabra del Yom Kippur) pero sin convertir esos símbolos en un puzle.

Su mayor virtud posiblemente sea que cada episodio es una obra de arte conceptual en si misma, un estudio sobre la necesidad del ser humano de apoyarse en un sistema de creencias por ridículo que pueda ser con tal de librarse de la carga de su propia existencia. Al principio resultaba impensable imaginar un universo donde la redacción de una nueva Biblia pudiera tener sentido, o la idea de la aparición de un Mesías contemporáneo (y de falsos profetas como ese Dios de la barca).

Y cada episodio se puede revisitar para entrar en ese desconcierto, en ramificaciones distintas de ese dolor tan indescriptible, el provocado por aquello que no acabamos de entender.

Cada episodio se puede revisitar para entrar en ese desconcierto, sentir ese dolor indescriptible”