Mauthausen, la tumba española
Franco y los nazis consideraron apátridas a los miles de españoles muertos en el campo
En su reedición de fotos de Boix, Benito Bermejo calcula que mataron a 4.816 'rojos'
Es un misterio, "Boix dijo que salvó unas 20.000, un tercio de las que hicieron las SS"
Tal día como hoy de hace 70 años la derrota del nazismo era una evidencia y los norteamericanos liberaban Mauthausen, el último campo de trabajo y exterminio en manos de los nazis. Sin embargo, tres días antes los verdugos de las SS todavía se dedicaban a matar presos en el patio central de Mauthausen y eso que el 9 de mayo de 1945 los ejércitos del III Reich se rindieron y la II Guerra Mundial acabó para Europa desvelándose para el mundo el terrorífico desarrollo de lo que había sido el Holocausto, en buena parte gracias a Francesc Boix; un fotógrafo, republicano, español y superviviente del campo al que una pirueta del destino colocó en el laboratorio fotográfico para que con valor salvara de la destrucción una colección de fotos que condenó a los asesinos nazis que negaban sus crímenes.
Hace poco más de una década el historiador salmantino Benito Bermejo desveló la extraordinaria odisea de Francesc Boix y el drama de los españoles sufrido en Mauthausen y sus 40 campos satélites. Recuperó las fotos salvadas por Boix de los nazis in extremis, logró testimonios y reconstruyó lo sucedido en un libro ahora reeditado por RBA con nuevos datos y prologado por Javier Cercas.
La Vanguardia viajó a Austria y de la mano de Bermejo recorrió Mauthausen y su campo agregado de Gusen para conocer el lugar donde estuvo Boix, El fotógrafo del horror (así se titula el libro), y donde murieron miles de españoles.
De hecho, gracias a la precisión germana y al hábito nacionalsocialista de apuntarlo todo hay datos fiables sobre cuántos perecieron. El campo, con su imponente aspecto de fortaleza, tan limpio e inmaculado que es imposible localizar un papel en el suelo, tiene un museo en el que pueden verse los libros de registro con largas series de nombres españoles entre escritos a mano en los que figura Boix, ayudante en el laboratorio de fotografía de los nazis. Hay más: 8377, Roberto Llanez; 8379, Evaristo Expósito; 8388, Manuel Rueda Jiménez; 8390 Juan Pages Granolles¿ Son miles. Es el campo en el que más españoles hubo. Estuvieron 7.532 españoles, por cierto, no reconocidos como tales por las autoridades franquistas y por lo tanto apátridas, de los que 4.816 murieron, es decir, casi el 65%, víctimas de un trato en el que el adjetivo inhumano ni se acerca a lo que sucedió. "La mayoría de ellos -comentó Bermejo en el interior de un barracón en el que se hacinaban 500 personas y que hoy está impoluto, sin hedores ni cadáveres vivientes- perecieron en el subcampo de Gusen, a unos cinco kilómetros de aquí. Recuerdo que a las canteras y fábricas de Gusen destinaron a unos 5.300 españoles, de los que asesinaron a unos 4.000". Ese fue el escenario en el que se desenvolvió Boix.
Mauthausen era especial y en cierto modo, diferente. Fue un campo central de trabajo y exterminio que albergaba la comandancia suprema de una red de 40 subcampos por Austria destinados a la producción de armamento. Sin embargo, aunque fabricar con mano de obra esclava parecía el objetivo nazi, aquellos campos son parte del genocidio nazi, pues disponían de sus cámaras de gas, de hornos crematorios y de otros dispositivos para matar en serie. Hay cálculos que cifran hasta en 300.000 el total de asesinatos en el complejo de Mauthausen.
Cuenta Bermejo que entre 1941 y 1942, los primeros españoles que trajeron fueron tratados con especial saña y que los que lograron sobrevivir buscaron la manera de adaptarse y paliaron la matanza, aunque siguieron muriendo masivamente en la cantera de Gusen. Cuando llegaron los presos rusos, los nazis la tomaron con ellos y rebajaron, es un decir, la presión sobre los rojos españoles. De los rusos poco se sabe pues apenas hubo supervivientes y los judíos no tuvieron ninguna oportunidad.
Alguna de las penalidades pasadas por los que estuvieron allí son tan duras que cuesta ponerlas negro sobre blanco. Estaban las duchas de agua helada en las que los prisioneros agotados caían al suelo encharcado con unos centímetros de agua y se ahogaban al no poder levantarse. Hay otros escenarios conmovedores. Impresiona el abrupto acantilado de la cantera de Mauthausen desde el que lanzaron a centenares de presos. En el verano de 1942, las SS mataron así al primer grupo de judíos holandeses que llegó. También hubo suicidios de los que no pudieron soportar el sufrimiento. A todos ellos, las SS los conocían jocosamente como " los paracaidistas ".
Junto a la pared de "los paracaidistas" discurren "las escaleras de la muerte". Los escalones, hoy arreglados y con una altura normal eran bloques de piedra de hasta medio metro de altura dispuestos arbitrariamente. Subirlos y bajarlos exigía un gran esfuerzo que divertía a las SS que, a patadas, tiraban a los presos de modo que los primeros caían sobre los siguientes formando una masa humana informe. Algunos morían. Luego, cuando, al final de una jornada en la cantera, comenzaban a volver al campo cada uno de ellos con una piedra de 50 kilos a la espalda, las SS los empujaban a bastonazos y los que no llegaban a la cima acababan sus días en aquella escalera. Y Boix fue testigo de esa infamia que Bermejo reconstruye con mimo como biógrafo del fotógrafo nacido en el barrio de Poble Sec de Barcelona en agosto 1920 y muerto en París en julio de 1951. "Francisco -explica el autor- tuvo desde joven la pasión de la fotografía y un sentimiento socialista que pronto sería comunista. Al estallar la guerra española publicó fotos en la revista Juliol y estableció una gran amistad que perduró hasta su muerte con los hermanos López Raimundo y con Teresa Pàmies, dirigentes del partido. En el 38 pasó a combatir al frente sin dejar de hacer fotos y en 1939 se exiló a Francia como tantos españoles derrotados que formaron parte de la Retirada. Francisco estuvo en varios campos de internamiento franceses hasta que hacia 1940 se echó literalmente al monte contra los nazis en la región de los Vosgos, donde acabaría apresado. El 27 de enero de 1941 llegó a Mauthausen, donde permanecería cuatro años". En la desgracia Boix tuvo algo de suerte. El campo tenía un servicio fotográfico (Erkennungsdienst) para retratar presos y escenas del campo al que le incorporaron. Aquel destino le dio cierta libertad de movimientos que a a la postre le permitieron robar las fotos que los nazis quisieron destruir cuando se acercaba su final. ¿Cuántas salvó? Este es un misterio que Bermejo confiesa que no ha logrado esclarecer. "No lo sé. Boix dijo a los americanos que salvó unas 20.000, el equivalente a un tercio las de las que las SS guardaban. Pero apenas se han encontrado mil. ¿Dónde está el resto? Boix no tenía ninguna razón para mentir, aunque no hablaba mucho de este tema. Sólo una vez dijo que estaban en París, pero nunca han aparecido". Sea como fuere, en 1946 las célebres fotos fueron esenciales en Nuremberg cuando testificó contra altísimos jerarcas nazis, como Ernst Kaltenbrunner o Albert Speer. También fueron clave en el proceso en Dachau contra 61 oficiales y carceleros de Mauthausen de los que fueron condenados más de cincuenta. Sin duda una gran aportación para un hombre que murió joven, puesto que Boix apenas tenía 30 años cuando falleció en París tal vez por secuelas renales de Mauthausen.
Caía la tarde. Un muchacho en plena sesión de footing surgió de un camino y emprendió la subida de la escalera de la muerte de tres en tres peldaños. Observamos en silencio. Al día siguiente fuimos a Gusen. La entrada al campo es un chalet, hay barracones que son vivienda y la explanada de los crímenes es una urbanización de casas ajardinadas con enanitos policromados. Los hornos se pueden visitar y la cantera sigue activa.