Las aguas en torno a la Isla del Oso, en el archipiélago noruego de Svalbard, esconden una amenaza que parecía olvidada. Los niveles de radiactividad, provocados por el naufragio de un submarino soviético durante la Guerra Fría, han alcanzado cifras alarmantes.
Según datos de 2019, las mediciones revelaron una contaminación 800.000 veces superior a los niveles normales. Este submarino, el K-278 Komsomolets, se hundió en 1989, y su reactor sigue filtrando materiales radiactivos, planteando serias preguntas sobre el impacto en el ecosistema circundante.
Mientras tanto, la isla, conocida en noruego como Bjørnøya, es escenario de fenómenos naturales sorprendentes. En julio de 2023, un satélite de la NASA capturó una imagen que mostraba dos curiosidades visuales en sus alrededores: un gigantesco florecimiento de algas en el mar y remolinos en las nubes sobre el cielo de la isla.
Estas formaciones, llamadas vórtices de von Kármán, surgen cuando las corrientes de aire se encuentran con un obstáculo elevado, como Miseryfjellet, la montaña más alta de la isla. Con sus picos bautizados según las deidades nórdicas Urd, Verdande y Skuld, esta cadena montañosa alcanza los 536 metros sobre el nivel del mar.
El florecimiento de algas, por otro lado, abarcó un área de hasta 400 kilómetros de diámetro en el mar de Barents. Este fenómeno, impulsado por corrientes oceánicas, exhibió tonalidades verdes debido al pigmento clorofila que utilizan las algas para la fotosíntesis. Aunque impresionante desde el espacio, las implicaciones de este florecimiento para la vida marina local son un tema de estudio constante.
Biodiversidad
Convivencia precaria con la radioactividad
La historia de la Isla del Oso no está exenta de ironías. A pesar de haber sido bautizada por exploradores holandeses en el siglo XVI tras avistar un oso polar nadando cerca, estos animales apenas se ven en la isla. Su acceso está limitado por la disminución del hielo marino, un fenómeno que ha hecho de los avistamientos algo excepcional. Según registros, no se había visto un oso polar en la zona desde 2011 hasta que un ejemplar apareció en 2019.
La isla, por el contrario, es hogar de una rica fauna compuesta por zorros, focas y una enorme cantidad de aves marinas. Cada año, cerca de un millón de aves se congregan en sus acantilados para reproducirse, consolidando a Bjørnøya como un refugio esencial en el Ártico. No obstante, la presencia de radiactividad en sus aguas, sumada a los cambios climáticos, genera preocupaciones sobre la estabilidad y el futuro de este delicado ecosistema.