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Ahora, construcción nacional

Tribuna

"Para mí, la nación es la lengua”: lo escribía Joan Maragall hace un siglo. Por eso, cuando peligra la lengua, que es en Catalunya el más poderoso instrumento de cohesión social, peligra la nación. Y por eso, trabajar por la construcción nacional, que significa continuar vertebrando una comunidad inclusiva de adscripción y pertenencia en la Catalunya de los 8 millones, obliga a trabajar para universalizar el acceso y el uso del catalán.

No es la primera vez que Catalunya vive un proceso de crecimiento demográfico gracias a la inmigración. Ocurrió hace un siglo y volvió a ocurrir en los años sesenta y setenta. Sin embargo, ahora la procedencia de los nuevos catalanes ya no es peninsular sino global. En otras ocasiones, la lengua catalana, junto con unas condiciones económicas de un contexto diferente al actual, se convirtió en la vía principal para generar sentimiento de pertenencia. Y ahora debe volver a serlo.

Universalizar el acceso al aprendizaje y al uso social del catalán es el reto más urgente

También, porque en todo el mundo occidental, desde Alemania a Estados Unidos, y también aquí, vemos cómo los movimientos migratorios globales provocan la emergencia de discursos de odio contra los recién llegados y el crecimiento de posiciones de extrema derecha que apuestan, peligrosamente, por el repliegue etnicista. Sabemos a dónde llevan estas posiciones, y por eso hay que combatirlas con firmeza.

En Catalunya, donde el hecho migratorio no solo es estructural y necesario sino también motivo de orgullo y autoestima colectiva, volvemos a tener una oportunidad, para el futuro del país y para el papel de Catalunya en el debate global: apostar por la construcción nacional siempre ha significado, para el catalanismo democrático, apostar por un proyecto de país abierto y culturalmente integrador, y no podemos renunciar a este activo sin suicidarnos.

Este nuevo escenario dibuja un reto titánico y exige una auténtica respuesta de país, donde la lengua catalana, como en otros momentos de nuestra historia, sea la llave que abre todas las cerraduras y favorezca la participación cívico-política y económico-laboral en la vida comunitaria del país. Cabe recordar que acceder al conocimiento del catalán, como lengua propia, es un derecho fundamental reconocido por ley, y que hoy este derecho no está garantizado para dos millones de catalanes: universalizar el acceso al aprendizaje efectivo y al uso social del catalán es el reto más urgente que tenemos como país.

Es primordial que instituciones, partidos, sociedad civil organizada y personas individuales nos movilicemos, cada cual desde su responsabilidad insoslayable, para asegurar que todas las personas que viven en Catalunya tengan la oportunidad de aprender y utilizar la lengua sin impedimentos, con el objetivo de poder participar de la vida del país, sentirse parte de él e incrementar el sentimiento de pertenencia. Garantizar este derecho es una responsabilidad colectiva: es necesario convertir el catalán en una lengua plenamente accesible y viva, donde nadie quede excluido por falta de oportunidades o de espacios donde hablarlo.

No podemos ceder a la tentación catastrofista, pero tampoco caer en la ingenuidad. Solo la rigurosa comprensión de los problemas objetivos y la decidida actuación en los frentes en los que pueden resolverlos nos permitirá revertir la actual situación de emergencia lingüística. Por eso, desde Òmnium Cultural, hemos impulsado, con una treintena de organizaciones y entidades de entre las de mayor base social del país, el movimiento “Catalán para todos: en cada barrio, en cada escuela, en cada trabajo”. Y no lo hemos hecho como una declaración de intenciones, sino como expresión de un compromiso para trabajar por la plena normalización de la lengua y garantizar un futuro para todos en catalán. Pedimos máxima ambición a las instituciones y nos lo exigimos también a nosotros. Hay que trabajar para sumar esfuerzos en la misma dirección: que el catalán llegue a todo el mundo y en todas partes. Y saldremos adelante, porque, como decía Pi i Sunyer, “Catalunya tiene una virtud de persistencia”.