Que a la mesa llegue vinagre en vez de vi negre (vino tinto) o un cafe amb llet (café con leche) en lugar de cafè amb gel (café con hielo) son ya anécdotas manidas, pero que se insertan en el marco de una constatación más general: en Catalunya no se puede vivir al 100% en catalán, pero sí plenamente en castellano. Francesc Xavier Vila, conseller de Política Lingüística, así lo cree. Lo verbalizó en una entrevista en La Vanguardia justo después de publicarse el 19 de febrero la encuesta quinquenal de usos lingüísticos.
Los resultados no son buenos. Con los números en la mano, el Govern anunció un plan de 8,8 millones de euros para aumentar en 30.000 las plazas de cursos de catalán. La alerta también saltó en en asociaciones civiles, patronales y sindicatos y casi una cuarentena de entidades presentaron una iniciativa, “Català per a tothom”, para fomentar el uso de la lengua catalana socialmente, en la calle especialmente. El gran proyecto, el Pacte Nacional per la Llengua, se planteó formalmente en enero del 2022 y todavía está por sellar.
Algunos datos significativos del sondeo: solo un tercio de las personas de quince o más años tiene el catalán como lengua habitual única –el 46,5% el castellano–, el 25% de la población (1,6 millones) en Catalunya declara que nunca usa el catalán, o hay más gente que dice que entiende, habla, escribe o lee en castellano que en catalán.
Todo esto se produce en un contexto potente de crecimiento demográfico, especialmente de población inmigrada. Así que con todos estos ingredientes, y con el esfuerzo que implica superar la fase de duelo, el de después de consultar los datos de la encuesta, cuatro sociolingüistas –Miquel Àngel Pradila, Marina Massaguer, Maite Puigdevall y Avel·lí Flors- abordan la situación, no tanto para hacer un diagnóstico, sino para tratar de aportar soluciones.
¿Hay partido?
“Por supuesto. Es una lengua que tiene unos 9 millones de hablantes, muchos de los cuales son nuevos,” afirma Massaguer.
Pradilla es de la opinión que el catalán “está en la uci”. Flors no lo ve así. Considera que no está en un momento crítico, “pero sí en posición preocupante”. En todo caso, “es una situación esperable por la estructura demográfica de la población catalana, que está recibiendo migraciones importantes, con gente no catalanohablante”, explica Flors. “Podríamos estar mucho peor”, dice Puigdevall.
Los cuatro sociólogos coinciden en señalar que, a pesar de todo, hay síntomas de buena salud. Por tanto, lo primero es rechazar los “mensajes derrotistas”. “Desmovilizan completamente y dan una imagen errónea a los que queremos incorporar a la comunidad”; “Ahora es un momento clave, decisivo para cambiar la tendencia sostenida decreciente de uso de la lengua”, concluyen.
Educación e inmigración
“Hay que repensar el sistema educativo de arriba abajo”, dice Pradilla. Asegura que se tiene que hacer “tabla rasa y definir un modelo propio nuevo, multilingüe, pero totalmente autocentrado en la revitalización del catalán como lengua minorizada”. El catedrático de la Universitat Rovira i Virgili remarca que el multilingüismo ha venido para quedarse, pero tiene que ser subsidiario de “la lengua histórica y territorial, que es el catalán.”
Pradilla afirma que la inmersión fue exitosa al principio. No obstante, ha fracasado con respecto a su aplicación con la entrada del nuevo milenio. Propone que en esta nueva escuela se estimule el catalán formal, el del aula, pero sobre todo el coloquial o informal y “atacar los espacios de ocio, como extraescolares, deportes, el propio patio...”.
Quien ha estudiado con asiduidad la incorporación de nuevos hablantes es Maite Puigdevall. “Saltaron las alarmas” cuando comprobó que “Catalunya es un país de llegada. También de salida. Sin embargo, más que nada es un país de paso”. “Quizá porque la gente migrada no encuentra condiciones laborales aceptables y trabajan en precario”, razona.
Así, en Catalunya hay un movimiento constante de gente que hace que “no se incorporen personas a la lengua catalana a la misma velocidad que llegan”, resalta. Un fenómeno que explicaría que en el 2023 hubiera una cifra tan alta (1,6 millones) de individuos que aseguran que no hablan nunca el catalán.
Pero si mejoran las condiciones de vida, sobre todo laborales, se incorporan nuevos hablantes. “Y es algo que está sucediendo, porque ya hay necesidades instrumentales: buscar trabajo, vivir en la comunidad o ser más autónomos en la vida cotidiana”.
Puigdevall hace un inciso. De hecho, un tirón de orejas al Govern de la Generalitat: "La acogida de inmigrantes mayoritariamente es en castellano”.
Mantener el catalán
Sea como fuere, tanto Pradilla y Puigdevall como Massaguer y Flors ponen el acento en una misma medida: en Catalunya, el hábito es cambiar al castellano cuando se intuye o se detecta que el interlocutor no tiene el catalán como primera lengua. “Eso se tiene que revertir. Si no, la inversión en cursos, como los de la Generalitat, es inútil”, argumenta Marina Massaguer. “La encuesta dice que nueve de cada diez entiende el catalán. Los catalanes tienen que aprender el hábito de mantener el catalán siempre que el otro interlocutor lo entienda. Para hacer que se reconozca como miembro de la comunidad de catalanohablantes”, añade.
¿El catalán, requisito en el trabajo?
La respuesta es un sí rotundo para los cuatro sociólogos. “Empezamos a necesitarlo para revertir la situación”, dice Avel·lí Flors. “Los catalanohablantes tienen el derecho a usar el catalán en el espacio público y nadie tiene derecho a hacernos renunciar al uso de la lengua. Y para conseguirlo, el catalán tiene que ser un requisito”, añade.
“El derecho de los catalanohablantes implica unos deberes para los que no lo son de adquirir recursos lingüísticos, apostilla Massaguer, aunque remarca que con esta exigencia hay que asegurarse de no provocar situaciones de desigualdad entre los llegados de manera reciente.
Pradilla es partidario de “tensionar, hasta los límites que tiene la Administración, el actual estatus para hacer del catalán una lengua necesaria en los ámbitos sociolaborales”.
El plan de choque de 8,8 millones
Para Puigdevall, el ofrecimiento de cursos tiene que recaer sobre el Govern, “pero la lengua se aprende en espacios informales”. Porque además constata que la demanda de cursos siempre superará la oferta. Flors señala más razones para incidir en los espacios informales: el conocimiento del catalán que se adquiere en los cursos no implica necesariamente el uso.
Para Pradilla, los 8,8 millones del Govern se quedan “cortísimos”. En todo caso, “si la Administración facilita el aprendizaje de la lengua a tanta gente como lo pide, pero después la sociedad en el día a día le niega la conversación a esta persona que ha ido a aprender el catalán, vamos mal”. “Hay que usarla con los recién llegados, dejar de hablar al racializado en castellano... Eso es letal para la lengua”, mantiene.
¿El bilingüismo mata el catalán?
“Es un mito”. Puigdevall lo tiene claro. También Pradilla: “En sociedades multilingües del siglo XXI, si eso fuera un axioma, estaríamos acabados. Tenemos que ser capaces de gestionarlo”. Y como Puigdevall, recuerda que “la sociedad catalana está bilingüizada desde cerca de un siglo”.
Massaguer añade matices. Señala que el bilingüismo “está bien cuando es bidireccional”, es decir, cuando una y otra lengua están en igualdades de condiciones. Pero el problema es que. a su parecer, es unidireccional: se bilingüizan mucho más los catalanohablantes porque tienen más conocimiento de castellano que conocimientos de catalán tienen los castellanohablantes”.
Flors hace una reflexión más larga: “En todos los procesos de sustitución lingüística el primer estadio es la bilingützación. Pero no quiere decir que siempre que hay bilingüismo se produzca esta sustitución. No se ha dado que los padres no transmitan el catalán a sus descendientes ni que los hablantes hayan dejado de hablar catalán entre ellos; una parte muy importante de los castellanohablantes también conocen el catalán”.
La calidad del catalán
La encuesta está hecha sobre términos quantificatius. En las líneas generales, cuántos individuos hablan catalán y en qué situaciones. Pero no en términos cualitativos. En el lenguaje oral el catalán sufre, también. Pero hay que tener en cuenta ciertas cosas. “Si queremos que el catalán sea una lengua de acogida y que integre a otros hablantes, tenemos que saber que en las etapas iniciales de incorporación del uso del catalán habrá consecuencias en términos de calidad lingüística”, afirma Flors, con la lógica “pérdida de rasgos genuinos”.
Massaguer defiende que el catalán, en registros informales, tiene que ser espontáneo. Hoy en día abundan mucho más los castellanismos en el catalán que catalanismos en el castellano. “El problema del catalán es que la influencia no es equilibrada, que es unidireccional, a diferencia de los años cincuenta o sesenta del siglo XX, con palabras como rachola, paleta, tocho. Como los catalanohablantes tenían menos conocimiento del castellano la influencia era más bidireccional”, añade. Massaguer propone tener referentes mediáticos (redes, medios) que hablen bien el catalán para mejorarlo.
Puigdevall asevera que “una cosa es el registro coloquial, familiar, y otra el formal. La lengua coloquial siempre ha sido un poco un batiburrillo, sobre todo en espacios de contacto lingüístico de lenguas”. Una argumentación que comparte Pradilla, para quien “la calidad lingüística es el reflejo de la mala salud del catalán en los usos, un indicador de que el catalán está en situación de estrés con esta hibridación”. “Pero no debemos expulsar de la lengua a los que no la usan de manera poco genuina”, sentencia.