La composición ciudadana de Catalunya ha cambiado tanto en apenas quince años que hay días en que la dialéctica del independentismo y del propio catalanismo suena hueca. Una retórica que parece estar más anclada en la de los años treinta del siglo pasado que preparada para la de los treinta que ya intuimos. Un discurso que, a costa de acudir a lugares comunes y repetir lo mismo, ha olvidado observar su entorno. Y en que los partidos que representan estos movimientos temen afrontar un debate interno, serio, sobre la cuestión porque implica reconocer las limitaciones de la propia política e incluso de la pedagogía escolar.

El festejo en Barcelona de la victoria de Marruecos frente a España en el Mundial 2022
En el entretanto, en Catalunya se produce un doble proceso de etnización del que hoy desconocemos el alcance y, por supuesto, su horizonte. Por un lado, un proceso que se da sobre todo en el interior, aunque no de manera exclusiva y no únicamente en el seno de familias independentistas o catalanistas.
El independentismo y el catalanismo deben renovar el discurso y atender más a la calle
Un ejemplo de hace pocas semanas. Una treintena de veinteañeros —algunos, hijos de familias catalanas “de siempre” y otros con al menos un padre hijo de la inmigración de otros puntos de España—, visiona un fragmento del festejo en Barcelona de la victoria de Marruecos frente a España en el Mundial 2022 de fútbol. “Los marroquíes celebran el éxito de su selección”, dicen algunos al unísono. “Que hayan nacido aquí no significa nada”. “No son de aquí”. “No son ni catalanes, ni españoles”. “Puede que tengan DNI, pero son marroquíes”, zanjan muchos y nadie protesta.
En paralelo a la deriva que ejemplifica este episodio, sobre todo en los barrios periféricos y extrarradio de Barcelona, se produce el proceso inverso. Hace unos pocos días dos jóvenes nacidos en Catalunya, nietos de familias inmigrantes del resto de España, conversan en el tren de Rodalies. “Tío, tengo mi casa rodeada. A un lado, gitanos. Al otro, moros. Y, enfrente, a catalanes”.
Domingo por la mañana. Un grupo de chavales catalanohablantes del Eixample llega para jugar un partido de fútbol en Nou Barris. El anfitrión es un equipo formado por chicos mayoritariamente de familias de origen latinoamericano. Cuando los visitantes saltan al terreno de juego, llega un grito de la grada. “¡Fijaos, son todos orioles!” (del nombre Oriol, asimilado a catalán autóctono).
Son ejemplos, no categorías, pero mientras el discurso buenista asume que ver por la tele a un chaval de origen inmigrante enfundado con la camiseta del Barça o de España moldea las mentes y los corazones de miles de jóvenes, los une y les dibuja un horizonte aspiracional, otros mecanismos silenciosos disgregan a la comunidad. A finales de los setenta y albores de los ochenta, el catalanismo supo conjugar con bastante fortuna los orígenes dispares de una parte notable de su población.
Hoy el independentismo y el catalanismo tienen la tarea de renovar el discurso y atender más a la calle si no quieren que, cuando afloren, estos procesos subterráneos se los lleven por delante.