Un mundo de puñales feroces
Opinión
El presidente Donald Trump ha impuesto un ritmo frenético a sus primeros días de mandato. Elevada a categoría de espectáculo, su agenda necesita una amplificación suplementaria a la clásica propaganda. La firma de las primeras órdenes ejecutivas recupera el análisis grafológico, que ya nos entretuvo en su primer mandato. Ángulos abruptos y trazos puntiagudos, parecidos a las gráficas de un sismógrafo. Son síntomas de un carácter enérgico, combativo, tenaz, autoritario y agresivo.
Más evidencias: la firma presidencial ocupa un espacio desproporcionado, que sugiere una personalidad ególatra. En el programa A vivir que son dos días (Ser), Juan José Millás se distancia de la retórica experta y describe la firma presidencial con una precisión literaria: “Una firma llena de puñales”. Entre todos los análisis grafológicos, también los hay que hablan de ferocidad.
¿Ejemplo de ferocidad auténtica, humana, artística y alternativa? La de Lolita
En la gala de los premios Feroz, la ferocidad acaba siendo domesticada por la presencia de una vicepresidenta –Yolanda Díaz– y un ministro –Ernest Urtasun–, que soportan gags y cachondeos sobre su gestión porque saben que, en este ámbito, todo es comedia. Es un intercambio perverso: el de una ferocidad que necesita comulgar con las jerarquías para preservar un espíritu crítico que, demasiadas veces, se regodea en el onanismo y la vanidad corporativista. La ferocidad, como las apariencias, engaña. En la firma de Trump, es un elemento definitorio. En el mundo de la cultura, en cambio, recuerda aquella verdad del escritor Yvan Audouard: “Deberíamos aprender mucha ternura de los lobos y mucha ferocidad de las tórtolas”.
Todas las tertulias comentan las contradicciones del decreto ómnibus y la incapacidad del Gobierno de Pedro Sánchez y sus aliados (?) para, hasta ahora, aprobar medidas que mejoren la vida de millones de ciudadanos. Si no encuentran una solución, no podrán quejarse cuando, en próximas elecciones, se refuercen los extremismos que consagran el triunfo de la antipolítica como respuesta fácil a la democracia autodestructiva e incompetente. Cuando la representación legítima desatiende, por desesperación o estrategia, las emergencias de los votantes, la ferocidad deja de ser una coartada para contentar el ego mediático. Y entonces se transforma en un monstruo imposible de domesticar, que, también por desesperación y estrategia, castiga la indolencia y el tacticismo y acaba apoyando a los que, desde la firma al lenguaje verbal y no verbal, no disimulan su pasión por una ferocidad intolerante. ¿Ejemplo de ferocidad auténtica, humana, artística y alternativa? La de Lolita, que tiene un corpus como entrevistada que nunca falla (contra el dolor por la pérdida de su madre y de su hermano, aplicó un tratamiento de choque: canciones de Moncho, botella de whisky, caja de kleenex), en Lo de Évole (La Sexta).