Cuando el pueblo no puede distinguir lo que es verdad y lo que es mentira, la democracia está en peligro”. Esta frase no se dijo en un debate parlamentario español; la dijo el presidente Clinton. Hasta donde sabemos, la democracia no está en peligro en España. Pero sí está ocurriendo lo primero: desde hace años, es difícil saber cuánta verdad y cuánta mentira hay en los discursos políticos, tanto del Gobierno como de la oposición. Del Gobierno, porque Pedro Sánchez nos acostumbró a la práctica de sus famosos cambios de opinión que anulaban solemnes promesas y campanudos compromisos que resultaron ser falsos. Y de la oposición, porque es víctima de las acusaciones gubernamentales de ser fábrica de fango y distribuidora de bulos, imagen que solo los procesos judiciales en marcha podrán desmentir.
Una política basada en esta dialéctica no puede ser buena para el país. De momento está causando daños tan visibles como estos: una agresividad creciente que hace muy difícil el acuerdo, incluso en los temas más necesitados de consenso; un debate político, reducido a burdas ansias de poder; un clima de escándalo constante, agitado por el recuerdo de viejos episodios de corrupción y la apoteosis de los nuevos, estén demostrados o no; y una opinión pública desorientada en la que las falsedades germinan con éxito en las redes sociales y otros modernos medios de información. O desinformación.
¿Se puede añadir algún perjuicio? Por lo menos, dos. El primero, el olvido de los asuntos próximos al ciudadano. Salvo que los suscite alguna minoría o figuren entre los que Puigdemont llama “precios de la investidura”, ningún tema sustancial del momento (financiación autonómica, sanidad, inmigración, jornada laboral) han sido discutidos en profundidad en el Parlamento. Su lugar es ocupado sin escrúpulos por el humo de las acusaciones y las sombras del “y tú más”. Creo que el gran perjudicado es el PP, que con esa táctica no consigue transmitir cuál es su oferta a la sociedad.
El segundo daño afecta al pilar del Estado de derecho. Ya sabemos que en el océano de fango el presidente Sánchez enturbió las aguas de la justicia con la denuncia de connivencia de jueces y el Partido Popular. El testimonio fue tan grave, que el señor Sánchez tuvo que matizar otra vez su criterio: “La gran mayoría de los jueces cumple con absoluto rigor”. Alguien debió llamarle al orden y por eso volvió a cambiar su tesis con un truco de larga tradición: se pone a parir a una institución y después se dice que la mayoría de sus miembros son buena gente. Pero la herida está abierta y el sistema judicial, puesto en duda.
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Koldo García.
De forma paralela, estos días asistimos al entierro de un principio básico: la presunción de inocencia. Ha desaparecido de las costumbres políticas. Todos los nombres que aparecen las noticias, desde Koldo a Begoña Gómez, son culpables. Las cosas que se dicen de ellos no son opiniones; son sentencias. Y el pueblo soberano, sumido en la duda de no saber qué es lo cierto y qué es lo falso. Quizá tenía razón el viejo indecente Charles Bukowski: “No hay nada tan aburrido como la verdad”.
RETALES
Govern. Si Mazón y su gobierno tuviesen responsabilidad penal en la tragedia del 29 de octubre, veríamos lo nunca visto: el final de la impunidad por errores o desidia en la gestión política. Demasiado tentador para que Mazón pueda dormir tranquilo.
Foto. Una gran idea de Zapatero fue la Conferencia de Presidentes. Lo malo, como siempre, es la práctica: solo se convoca cuando interesa al poder estatal y la última solo sirvió para una foto. Eso sí: sobre esa foto, Pedro Sánchez presumió de unidad nacional. Naturalmente, robustecida por él.
Crecidos. Oigo a Santiago Abascal y otros dirigentes de Vox y suenan altaneros y arrogantes. Quizá sea por los éxitos de su ideología en el mundo. O porque aquí es el partido que más crece entre los jóvenes. ¿Vox, partido juvenil? Eso dicen las encuestas.
Pinzas. Formadas por partidos antagónicos contra un tercero, han sido una constante en el último medio siglo. Ahora se habla de dos: Junts-Podemos y Junts-PP. Extrañísimos compañeros de cama. Además de castigar a Sánchez, ¿qué misterio puede unir a Puigdemont y a Feijoo?
Dineros. El impuesto a la banca, censurado por el Banco Central Europeo. El impuesto a las energéticas, bloqueado por la derecha. ¡Cuántos defensores tienen los poderosos! Hay que leer a Carlos Cruzado y José M. Mollinedo, autoridades en materia fiscal. Su libro se titula Los ricos no pagan IRPF .